En Nochevieja pudimos ver otra demostración de que este país está más cerca de un manicomio que de una nación, provocada por unos profesionales de la publicidad que sabedores que trabajan bajo una Administración Pública que pasa total y olímpicamente de la más mínima protección al cliente potencial objeto de la publicidad, son conscientes que pueden hacer lo que les da la gana incluyendo cualquier barbaridad.
Me refiero a los brindis con botellines de cerveza gallega en las galas de buena parte de los canales de televisión. Antes de dar mi opinión sobre tal tontería, debo referirme al follón que se ha armado con la chorrada. La Cofradía del Cava quizás tiene algo de razón al quejarse de que Anna Simón haya brindado con un botellín de cerveza siendo la actual Reina del Cava, pero la culpa es de la Cofradía, porque si las condiciones del contrato que firmaron con ella no establecen limitación alguna, la señora Simón tiene todo el derecho a hacer aquello que crea más conveniente para su carrera.
Los que creen que la campaña del botellín de cerveza en Nochevieja forma parte del boicot al Cava creo que precisan tratamiento psiquiátrico con urgencia, y si fuese cierto que forma parte de un boicot a Catalunya y al Cava, los que tuvieron la idea necesitan tratamiento psiquiátrico con más urgencia todavía, y tanto unos como otros deberían relajarse viendo la maravilla que montaron la Fura dels Baus y el Ayuntamiento de Barcelona en Montjuich, que seguro que será vista y revista en todo el mundo, haciendo todavía más absurdo, innecesario e inútil cualquier boicot.
Como siempre ocurre en estos casos los que se rasgaron las vestiduras y pusieron el grito en el cielo fueron los principales colaboradores de los que más adelante calificaré de publicistas de boina, colilla y faja. Yo estuve viendo la maravilla de Montjuich, y los presentadores tenían delante suyo una botella de Cava y dos copas, pero ni me di cuenta ni me acuerdo del nombre de la bodega de que salió dicha botella. Si no se hubiese armado el follón la mayor parte de la audiencia se habría dado cuenta de que brindaban con botellines, pero para muchos la marca de la cerveza habría pasado desapercibida.
En mi opinión lo que es incomprensible es que tanto los publicistas como las televisiones que aceptaron tal caso de publicidad encubierta de puro chiste se prestaran a tal demostración de carpetovetónica horterada hispana, propia de cutres paletos de boina hasta las orejas, colilla y faja. Pretendían que se trataba de una gala y todas/os iban de punta en blanco, pero haciendo como que bebían de exactamente la misma manera como saciaban su sed en plena faena los antiguos descargadores del puerto, o los que nos tocó hacer la mili, cuando nos permitían un descanso en medio de una marcha.
En la mayor parte del mundo brindar con cerveza se interpreta como que no alcanza para celebrar la ocasión con bebidas más festivas y más caras o que lo que se celebra es tan poco importante que se puede brindar con cerveza, y en según qué casos podría incluso ser insultante. Pero es que además ni tan solo se les ocurrió que podrían brindar con una copa de cerveza lo suficientemente grande como para mostrar la marca de la cerveza en vez de hacerlo con el botellín. Cuando se brinda siempre se hace un trago breve, aunque solo sea simulado, que en esta horterada debían beberlo a morro. Para el año que viene les propongo que si quieren que la celebración con cerveza gallega tenga todavía más impacto, después de beber a morro suelten un sonoro y profundo eructo, que sea captado por los más sofisticados sistemas de sonido y reproducido en estéreo.
La principal seña de identidad de este país es el cachondeo y la publicidad es un magnífico escaparate de un rasgo que tan bien define a España, sin que nadie mueva un dedo para insuflar un mínimo de seriedad y decencia, refiriéndome por supuesto a la verdadera decencia, es decir, la que no tiene nada que ver con el sexo. En la mayor parte de los países serios de Europa, afirmaciones como “nueve de cada diez amas de casa lo usan”, “el más valorado por los dentistas”, etc. no pueden usarse en publicidad sin demostración previa de su veracidad y existe una verdadera preocupación de sus gobiernos, e incluso de los propios publicistas, porque la publicidad sea lo más veraz posible. En España se puede decir cualquier burrada, sin más, siempre que no sean anuncios descaradamente machistas o que se metan con la monarquía o la iglesia. Con frecuencia lo difícil en España es ver anuncios en que haya algo de veracidad y no nos quieran engañar como vulgares feriantes.
Con el ingreso hace un tiempo de Bulgaria, Rumanía y otros países del Este en la U.E. desconozco si hay alguno más pero, tal como he mencionado varias veces, al menos hasta hace poco España era el único país donde Danone se atreve a saltarse todas las recomendaciones emitidas por Bruselas referidas a la publicidad, y llega hasta el final en su publicidad engañosa de los yogures que no solo curan los pies planos, controlan por arte de magia el colesterol, y ahora además alivian el aire en el estómago, facilitan la digestión, mejoran la flora intestinal, curan la opresión de estómago, y otras maravillas, todas en un solo yogur que resulta más milagroso que el fármaco más eficaz, y que los anuncia, entre otros famosetes, uno de los cocineros más conocidos del país, y si este cocinero y otros famosetes que colaboran con la tomadura de pelo que es la publicidad en España se prestan al juego de engañar al personal a cambio de bastantes Euros, ¿Por qué no va a pasarse Anna Simón su título de Reina del Cava por sus zonas más íntimas?. Aquí o jugamos todos o pinchamos la pelota, y por eso quien más quien menos juega el muy hispánico y celtibérico juego del cachondeo subido, aplicable a todos los órdenes de la vida y que lo practican desde el Rey (con entusiasmo) hasta el último siervo de su majestad.
En una nota del 3 de Enero pasado publiqué mi carta a los Reyes para el año 2013, aunque como ocurre casi siempre no me trajeron nada de lo que pedí. Este año adjunto la carta que Lopez Burniol mandó a los Reyes a través de La Vanguardia el 28 de diciembre pasado, porque la mía sería prácticamente igual a la suya, aunque no tan bien escrita.