Pongámonos en que ostentas un cargo de responsabilidad. Público o privado. Imaginemos que lo haces bien y consigues buenos resultados en tu gestión. Tus jefes y subordinados hacen la ola a tu paso y tu mesa o despacho es la mezcla entre Sant Joan y Fin de año, con petardos, fuego y campanadas. Todo a la vez. Si tienes suerte, además de la palmadita en la espalda o en el culo si eres mujer (para algo vivimos en un país machista), también puedes llegar a recibir una gratificación. La gratificación generalmente suele ser económica (aumento de sueldo, dividendos, acciones, etcétera). Sin embargo, hay ocasiones en las que el dinero no lo paga todo. En ese caso, el beneficio consiste en un premio de carácter social ya sea un ascenso a un cargo de mayor responsabilidad y por consiguiente, mejor remunerado. Aunque también se puede dar la posibilidad de ser recompensado con un puesto de más valor donde más que el sueldo, el cargo es considerado un premio por el estatus social que representa. Todo esto si lo haces bien.
Pero, ¡hay de ti se equivocas! Las puertas de Mordor se abrirán y caerás en el más profundo de los abismos. Aquí cabe diferenciar entre ser un cargo del sector público o del sector privado. Si eres un responsable, jefe, coordinador o como le quieras llamar, en el sector privado, solo te puede salvar un buen enchufe. Sino, serás despedido sin misericordia.
Por otro lado, si tu campo de actuación es el sector público, tu devenir profesional será sensiblemente diferente. Si tienes mala suerte y tu fama llega a los medios, serás objeto de escarnio público. Tu nombre pasará a estar en boca de todos, las tertulias televisivas hablarán de ti y los diarios narrarán tus andanzas. Pero tranquilo, ármate de paciencia y templa los nervios. Pronto otro caso más escandaloso que el tuyo hará olvidar tus errores. Da igual si te llamas Mónica Oriol o eres el Consejero de Sanidad de la Comunidad Autónoma de Madrid. Da la callada por respuesta y deja pasar el tiempo. Si el tema se desmadra demasiado y te retumban los oídos, di que te han entendido mal y no pasará nada. Si tu error ha sido gestionar mal un asunto aprende de los avestruces y deja que la vorágine de noticias en que vivimos sepulte tu caso. Al final, te acabarán olvidando. Entiendo que mientras has estado en el cargo, has conseguido labrarte una red de amigos que te protegieran en su debido momento. Lo más normal es que esperes y desesperes al personal hasta que te olvide. Si la cosa se tuerce hasta límites insospechados, siempre se puede dar la circunstancia de que te cesen pero tranquilo, no es habitual.
Eso si, nunca dimitas. Eso es de cobardes y de buenos trabajadores, de personas con moral y ética laboral, concienciados con la labor pública que representan. Solo ellos dimiten, son los perdedores. Es evidente que si tú no eres de los que dimites, eres un ganador y si te pillan gastando a troche y moche el saldo de tu tarjeta black o desmantelando la sanidad pública no pasa nada. No reconozcas tus errores ni pidas perdón pues así es como actúan los perdedores. Eres un “elegido” para ostentar el poder por lo que no tienes que dar explicaciones y menos a los ciudadanos para los que se supone que trabajas. ¿Qué se habrán pensado?
Eso si, si ostentas un cargo y tienes una ética moral que te impida dilapidar recursos públicos, reconoce tus errores y dimite antes de que te cesen. Aunque no te lo parezca en un principio, eso si que es de valientes.