Por Wilkie Delgado Correa
“Hija, le contesté: “yo no soy tu amo, sino tu amigo, tu hermano”
La recordación de los acontecimientos ocurridos hace ciento cuarenta y cinco años y que se desencadenaron a partir del grito independentista protagonizado por Carlos Manuel de Céspedes y sus seguidores el 10 de octubre de 1868 en su ingenio La Demajagua , nos lleva de las manos al acto supremo de rebeldía del pueblo cubano, en que la libertad, además de constituir una aspiración, se hizo una conquista, pues se reconocía la igualdad de los ciudadanos. Y al proclamarse la libertad de las primeras colectividades de esclavos, pertenecientes al líder revolucionario y sus seguidores, se selló el destino de la abolición de la esclavitud en Cuba, al incorporarse los esclavos libres al ejército libertador como soldados y ciudadanos iguales.
Aquel día el General en Jefe Céspedes, relata el General Masó, “reunió a sus esclavos y los declaró libres desde aquel instante, invitándoles para que nos ayudasen si querían, a conquistar nuestras libertades; lo mismo hicieron con los suyos los demás propietarios que le rodeábamos”.
En voz de Céspedes, se escuchó: “Ciudadanos, hasta este momento habéis sido esclavos míos. Desde ahora, sois tan libres como yo. Cuba necesita de todos sus hijos para conquistar la independencia. Los que me quieran seguir que me sigan; los que se quieran quedar que se queden, todos seguirán tan libres como los demás”.
Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo nació en Bayamo el 18 de abril de 1819 y murió en el poblado de San Lorenzo, Sierra Maestra, el 27 de febrero de 1874. Había nacido en cuna rica, poseyó propiedades que le permitieron vivir en forma opulenta hasta que su espíritu rebelde y libertario lo impulsó a encabezar el levantamiento armado contra España. A partir de entonces tuvo una existencia trashumante en los campos insurrectos de Cuba libre, experimentó las satisfacciones del heroísmo y la gloria ínsitas a su condición de libertador, conoció de las privaciones materiales y de los sufrimientos físicos y espirituales, desafió las persecuciones, los peligros y los martirios que desató la metrópoli española con su guerra de exterminio, sobre él, los jefes y los soldados del Ejército Mambí y el resto del pueblo cubano. Y, prácticamente abandonado a su suerte después de un proceso de destitución de su cargo, murió combatiendo solitario frente a las tropas españolas que asaltaron aquel remoto paraje para capturarle vivo o muerto.
El iniciador de la guerra magna de la independencia y el primer presidente de la República de Cuba en Armas, se comportó como un soldado consecuente y un revolucionario irreductible al enfrentar con las armas al enemigo numeroso que lo conminaba a la rendición y a darse preso el día de su muerte en combate.
Un hito importante de su despunte como líder futuro del movimiento revolucionario cubano, que refleja su espíritu rebelde y la visión singular de apreciar la venidera confrontación armada con España, se manifiesta en la Arenga de Céspedes en la Convención de Tirsán, primera reunión de los representantes de los grupos de conspiradores de Oriente y Camagüey anteriores al alzamiento. San Miguel del Rompe, 4 de agosto de 1868.
“Señores: La hora es solemne y decisiva. El poder de España está caduco y carcomido. Si aún nos parece fuerte y grande, es porque hace más de tres siglos que lo contemplamos de rodillas. ¡Levantémonos!”
Y cuando llegó el momento de desatar y encabezar la insurrección armada que hubo de surgir adelantada por las circunstancias de la orden de arresto contra él y otros revolucionarios, Céspedes no titubeó en declarar el inicio de la lucha armada contra España en su ingenio La Demajagua. En el Juramento de Céspedes el 10 de octubre de 1868, dirigido a la bisoña tropa de sus soldados, se muestra la determinación y convicción de las ideas contenidas en el mismo.
“¿Juráis vengar los agravios de la patria? –Juramos, respondieron todos.- Juráis perecer en la contienda antes que retroceder en la demanda?- Juramos, repitieron aquellos- Enhorabuena –añadió Céspedes- sois unos patriotas valientes y dignos. Yo, por mi parte, juro que os acompañaré hasta el fin de mi vida, y que si tengo la gloria de sucumbir antes que vosotros, saldré de la tumba para recordaros vuestros deberes patrios y el odio que todos debemos al gobierno español. Venganza, pues, y confiemos en que el cielo protegerá nuestra causa”.
En la noche del 11 al 12 de octubre de 1868, después de la derrota sufrida en su ataque al poblado de Yara, sólo un puñado de hombres inició su marcha hacia la Sierra. Fue en esas circunstancias que, ante una observación pesimista de alguien, Céspedes se irguió sobre los estribos y replicó: “¡Aún quedamos doce hombres, basta para hacer la independencia de Cuba!”
La toma de Bayamo ocurrió el 20 de octubre, fecha en que Perucho Figueredo puso letra al himno de la Revolución y fue entonado por la población bayamesa. Las fuerzas revolucionarias permanecieron en posesión de la ciudad hasta que el 12 de enero de 1869, y ante la imposibilidad de retenerla después de una defensa heroica, se decidió abandonarla e incendiarla.
Este himno entrañó un legado extraordinario para los cubanos de todos los tiempos al poner en los labios del pueblo el llamado a la lucha por la patria y proclamar la convicción de que “no temáis una muerte gloriosa/ que morir por la patria es vivir”. Luego devino en Himno Nacional de Cuba, y la fecha del 20 de octubre fue proclamada Día de la Cultura Nacional
Al constituirse la República de Cuba en Armas y a la hora de elegir a Céspedes como su primer presidente, la gente intuía la grandeza del hombre que fuera capaz de echarse un pueblo a los hombros. Reconocían la fortaleza de espíritu de aquel que, sin más armas que el ímpetu y la rebeldía, había decidido, cara a cara de un imperio implacable, quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quitara a un tigre su último cachorro, como diría José Martí muchos años después.
Es revelador al respecto el discurso de Céspedes al asumir la presidencia, el 11 de abril de 1869:
“Cuba ha contraído, en el acto de empeñar la lucha contra el opresor, el solemne compromiso de consumar su independencia o perecer en la demanda: en el acto de darse un gobierno democrático, el de ser republicana.
Este doble compromiso, contraído ante la América independiente, ante el mundo liberal, y lo que es más, ante la propia conciencia, significa la resolución de ser heroicos y ser virtuosos.
Cubano: Con vuestro heroísmo cuento para consumar la independencia. Con vuestra virtud para consolidar la República.
Contad vosotros con mi abnegación”.
Y al año siguiente Céspedes tuvo la ocasión de ser fiel al compromiso de abnegación suprema Recibió la carta del capitán general Caballero de Rodas de fecha el 1 de junio de 1870 en el campamento de Cuyajal. El emisario desmontó de su cabalgadura y acto seguido la había puesto en manos del Presidente. Después de leerla detenidamente, Carlos Manuel la colocó sobre la mesa y después de un corto paseo por la habitación, la tomó nuevamente y empezó a releerla. Su rostro se mantuvo inalterable, aunque todos presagiaban que algo grave había ocurrido. El general español le comunicaba que tenía en su poder a su hijo Oscar, quien había caído prisionero por fuerzas de su mando. Dejaba en manos de Carlos Manuel la salvación, a condición que abandonase la Revolución. Ofrecía absolutas garantías para que se embarcara por el puerto que eligiera. Después de conocer su contenido, Carlos Manuel quedó solo. Allí estuvo durante varias horas, arrimado a la mesita, como si estuviera paralizado.
Rehusó ingerir alimento alguno. Ya tarde en la noche, a la luz de dos velas, escribió la respuesta que por la mañana darla al emisario. Decía al capitán general Caballero de Rodas:
“Es mi poder la carta de V.E. donde me informa de la fatal desgracia en que mi hijo Oscar ha sido hecho prisionero por fuerzas de su mando, y a su vez la combinación que me hace V.E. para salvar a mi hijo, de que abandone el país ofreciéndome lugar de salida. Duro se me hace pensar que un militar digno y pundonoroso como V.E. pueda permitir semejante venganza, si no acato su voluntad, pero si así lo hiciere, Oscar no es mi único hijo, lo son todos los cubanos que mueran por nuestras libertades patrias”.
Y después de muchos años de luchas, grandezas, sufrimientos y enfermedades, se produjo su destitución a finales de 1873.
El día 19 de febrero, a pocos días de su muerte, Céspedes da testimonio de esa igualdad que proclamara al frente de los destinos de Cuba.
”Estaba yo sentado junto a una de las niñas más bellas, cuando la liberta Bríjida, negra francesa de gran jeta y formas nada afeminadas, se asomó por una de las aberturas que hacían las pencas de la glorieta y me dijo en su jerga con voz un tanto doliente. “Presidente, (estos malvados no han venido en apearme el tratamiento) hágame el favor de salir a oírme una palabra!” Yo salí muy risueño con la ocurrencia, cuando ella tomándome las manos, me dijo: “Mi Presidente, mi amo, nosotros venimos aquí a bailar siempre para divertirlo a Ud. con quien únicamente queremos tener que hacer, y esta noche, porque están aquí estas gentes, nos manda el Prefecto a bailar lejos, donde estamos con mucha molestia. Yo sé bailar danza y vals; (efectivamente baila muy bien) pero nosotras nos conformamos con que nos dejen poner nuestro baile en la cocina”.
“Hija, le contesté: “yo no soy tu amo, sino tu amigo, tu hermano, y veré con el Prefecto que es lo que pasa; porque él es el que gobierna”.
A ciento cuarenta y cinco años del inicio de aquella epopeya por la independencia de Cuba y la larga marcha hacia la libertad, igualdad y justicias plenas, vale la pena afianzar en la memoria esos pasajes inolvidables que han sido una huella indeleble de nuestra cultura de resistencia, creación y patriotismo.
*Médico cubano; Profesor de Mérito del Instituto Superior de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba.