Revista Opinión
Atracamos en Ceuta. Un paseo hasta el Parador. Un edificio envejecido; esta vez no ha sido buena elección ya que ni siquiera su magnífica ubicación justifica el precio. Para salir a cenar, nos andamos la ciudad. Una ciudad, cortesías de la fecha, metida en celebraciones religiosas. Cuando divisamos el Hacho nos acobardamos cogemos un taxi para ir al Oasis. Siempre que llego a una ciudad, pregunto siempre por los doce mejores restaurantes. De camino, el taxista nos desgrana los problemas del sector que en el fondo son los de la ciudad. Un mundo de claustrofobia cuando un mar te separa de tus entornos culturales. La gente se va. Ese mensaje tan duro que he oído tantas veces en la mi tierra rayana y que tan difícil es de entender cuando uno no ha salido nunca de Madrid. Terminamos de cenar. Una delicia. No se pierdan el restaurante si vienen por aquí. Bajamos la cena con un digestivo. La ciudad, en la que todo recuerda que la única garantía del mantenimiento de su identidad occidental son las Fuerzas Armadas, está ya recogida cuando nos retiramos.