Con medio siglo de trayectoria como cineasta a sus espaldas, Claude Chabrol ha conseguido algo muy complicado dentro del mundo del cine: además de filmar más de medio centenar de películas (cuestión difícil de por sí), ha dado sustento, dentro de esa vasta filmografía, a una carrera absolutamente coherente, atributo del que no pueden hacer gala muchos directores con dos filmes en su haber. Pero claro que este no es, ni por asomo, el único mérito rastreable en la obra de uno de los más destacados impulsores de la nouvelle vague; en lo personal, con Chabrol me sucede algo extraño: pocos largometrajes suyos (en proporción a la cantidad que lleva dirigidos) me atrevería a calificar de obras maestras (en ese sentido, considero que La Cérémonie ha sido su última película sobresaliente), pero sin embargo no recuerdo ni tan siquiera uno que me haya parecido por debajo de una calidad media aceptable. Simplificando: el cine de Chabrol podrá gustarme más o menos, pero jamás me defrauda.
Un resonante caso de corrupción en las altas esferas de una petrolera estatal francesa acontecido durante la década del noventa, y que terminó con varios importantes empresarios tras las rejas, sirvió de inspiración para L’ivresse du pouvoir, uno de sus últimos films, pese a que al comienzo del mismo una leyenda advierte sobre la no correspondencia de los hechos narrados con la realidad (una mera formalidad que inserta Chabrol sólo con el propósito de librarse de futuros dolores de cabeza).
Isabelle Huppert, la actriz fetiche del maestro francés, es la encargada de darle vida a Jeanne Charmant-Killman (nótese la carga simbólica del apellido compuesto), la jueza de instrucción que debe investigar la malversación de caudales públicos, desentrañando una dificultosa madeja de complicidades, y comprometiéndose constantemente a tomar decisiones que ponen en jaque los intereses de los grandes grupos representativos del poder político y financiero del país. Tratándose de, con toda probabilidad, la mejor actriz de su generación dentro del cine europeo, no sorprende en lo más mínimo la formidable interpretación que regala. Con esa fisonomía en apariencia tan frágil, con esa piel de un matiz casi traslúcido, con esa mirada intrigante (el director dijo alguna vez que el mayor encanto de Huppert consiste en que cuando se la observa, es imposible descifrar qué es lo que está pensando), Isabelle compone a una mujer implacable y arbitraria, hermética y resuelta, que riñe hasta las últimas consecuencias en un ámbito donde predomina la masculinidad.La cinta intercala la tarea judicial (básicamente los rigurosos interrogatorios) con la vida personal de esta mujer de sonrisa helada: sin hijos, en la figura de su marido se adivina apenas la de un ser invisible, que no puede contrarrestar el hecho de ser marginado a la intrascendencia meramente contemplativa frente al incontenible poderío que emana la jueza. No obstante, hubiese preferido que Chabrol ahondase más en el paralelismo entre el creciente poder que Charmant-Killman va adquiriendo a medida que avanza la investigación y el progresivo derrumbamiento de su matrimonio, pues deja la correlación a mitad de camino.
Pero el conocimiento del oficio que tantos años tras las cámaras le legara, queda manifiesto desde el primer plano secuencia –anterior incluso a los créditos iniciales–, en el que Chabrol retrata el descenso, tanto real como metafórico, del presidente de la corporación, persiguiéndolo en tiempo real, desde que va soltando instrucciones a diestra y siniestra a sus múltiples secretarias, hasta que baja treinta pisos en el ascensor, para encontrarse en la planta baja con los oficiales de policía que han ido a arrestarle. Se trata, en definitiva, de un embriagante encadenamiento de instantes, de una semblanza inmejorable del desmoronamiento repentino e imprevisto de un hombre al que la vida le sonreía, segundos antes, como a pocos.
En L’ivresse du pouvoir aparece la crítica a la burguesía, un elemento esencial en el universo de Chabrol, pero no ya hacia la burguesía de provincias, sino que esta vez apunta sus deletéreos y perspicaces dardos directamente a los personajes que se desenvuelven en el mundo de la política y las finanzas. Los diálogos son el plato fuerte de la película, pues la narración se rige y avanza merced a éstos, siempre elaborados, punzantes, sutiles. También se destaca la importancia que el director le confiere a lo gestual, o a pequeñas particularidades concernientes al personaje de Huppert, como los guantes rojos (a los que les dedica más de un primer plano), su altiva forma de caminar (simbolizando la autoconfianza), o el uso de los antejos durante los interrogatorios (la misma actriz comentó en una entrevista que tal detalle tenía el propósito de generar distancia y perplejidad en sus interlocutores).Sin la maestría de otras ocasiones, pero demostrando que aún conserva intacto el pulso cinematográfico, en L’ivresse du pouvoir Chabrol sigue corroborando cuán distintos son sus thrillers respecto a los de su admirado Hitchcock, pero principalmente cuán presente continúa estando la incertidumbre como elemento constitutivo de su cine. El final de la cinta, intempestivo y categórico, con seguridad decepcionará a los que están acostumbrados al star-system de la maquinaria hollywoodense.
L’ivresse du pouvoir (Francia, 2006).
Director: Claude Chabrol..
Intérpretes: Isabelle Huppert, François Berléand, Patrick Bruel, Thomas Chabrol, Robin Renucci, Maryline Canto.
Calificación: 6,75.