Revista Comunicación
Las fuerzas patriotas tomaron las posiciones establecidas en la noche del once al doce de febrero. El ala derecha iba al mando del general Miguel Estanislao Soler y la izquierda a las órdenes del general chileno Bernardo O'Higgins. En total, las tropas sumaban 4.500 efectivos.
Le correspondía a O'Higgins descender por el camino de la Cuesta Vieja, amagar el frente del enemigo, sin comprometer acción formal, mientras la derecha ocupaba la planicie y caía sobre su flanco izquierdo y la retaguardia. Entonces, ambas divisiones concurrirían simultáneamente sobre la posición atacada. La batalla estaba ganada de antemano si se cumplía esa combinación.
Pero O'Higgins, arrebatado y quizá deseoso de conquistar por sí solo el primer triunfo en su patria, se lanzó temerariamente cuesta abajo, mientras el coronel español Elorreaga, que hizo aquel día las veces de comandante en jefe, tendía su línea de batalla en un terreno de difícil acceso para la caballería. El coronel Zapiola, con sus granaderos, picó la retirada de los realistas pero no pudo derrotarlos por la imposibilidad de maniobrar con ventaja en aquel terreno.
O'Higgins, al ver que los españoles se retiraban hostigados por Zapiola, olvidó lo establecido en junta de guerra y tomó imprudentemente la ofensiva. No pudo, a pesar del heroísmo de sus subordinados, quebrar la posición adversaria, y quedó en una situación que pudo tornarse fatal.
San Martín, que había contado con una victoria segura, "extendiendo el brazo sobre la Cuesta Nueva, en actitud en que lo presenta su estatua ecuestre –dice Mitre- gritó a su ayudante de campo, Álvarez Condarco: 'corra usted y diga al general Soler que cargue lo más pronto posible por el flanco'". De inmediato el Libertador lanzó su caballo cuesta abajo para llegar a la boca de la quebrada donde O'Higgins reanudaba el ataque.
Soler ejecutó con celeridad su movimiento y el comandante en jefe español brigadier Rafael Maroto vio que caían sobre él los granaderos de Mariano Necochea y los infantes del coronel Juan Gregorio de Las Heras. Éste se había puesto al frente de sus soldados y había gritado: "¡Once de Infantería, a la bayoneta!" Un alud de cascos y aceros cayó sobre los realistas que se vieron obligados a cambiar de posición a raíz de las pérdidas. Las Heras tomó todas las piezas de artillería con que contaba el brigadier español Ordóñez. En aquel momento, se producía la llegada de la división de Soler, y todos juntos derrotaron completamente al enemigo.
Los adversarios se replegaron en derrota hacia la hacienda de Chacabuco y, al ver cortada su retirada por la división Soler que ocupaba el valle, pretendieron resistir desde las tapias de la viña y el olivar contiguos, pero debieron rendirse. La caballería patriota persiguió a los que lograron huir del campo de batalla unos 20 kilómetros hasta el portezuelo de la Colina, sembrando el camino de cadáveres.
Las armas del rey perdieron 500 muertos, 600 prisioneros, toda su artillería, parque y municiones, 2.000 fusiles, dos banderas, una del Talavera que fue obsequiada por San Martín al pueblo de San Juan por su aporte a la causa libertadora, y un estandarte. Las bajas patriotas consignadas en el parte del triunfo indicaron doce muertos y 120 heridos, pero tal vez, opina Soria, fueron superiores.
San Martín, alcanzados sus objetivos más allá del tropiezo que supuso la desobediencia del valiente pero arriesgado O'Higgins, escribió estas palabras espartanas para dar cuenta de la victoria: "Al Ejército de los Andes queda la gloria de decir: en veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras más elevadas del globo, concluimos con los tiranos y dimos libertad a Chile".
MIGUEL ÁNGEL DE MARCO
“La batalla que cambió el curso de la guerra de Independencia”
(infobae, 11.02.16)