En la exitosa comedia ‘Bienvenidos al Norte’ (2008), Philippe Abrams es el director de una oficina de correos de una ciudad del sur al que trasladan disciplinariamente al norte de Francia. Lleno de prejuicios, emprende viaje a Bergues, una población cercana a Dunquerque. El norte es para muchos franceses ese lugar frío, inhóspito y casi troglodita en el que por nada quisieran residir. Es esa Francia profunda que contrasta con el cosmopolitismo de la gran urbe. Allí tiene su origen el movimiento de los ‘chalecos amarillos’, en departamentos como el de Somme, en la región de Picardía y cuya capital es Amiens.
En esta ciudad murió en 1905 Julio Verne, tras haber sido concejal de la misma durante varias legislaturas. Con el escritor no solo acabó la diabetes, sino también la depresión por esa ciencia que, al final de sus días, entendió podía ir incluso en contra del ser humano. Y allí nació en diciembre de 1977 el actual presidente de la República, Emmanuel Macron, una de las principales dianas de este movimiento que en su origen, desde el pasado mes de noviembre, protesta por el aumento del precio de los combustibles y sus impuestos derivados. Los manifestantes, que no tienen un líder concreto, aseguran que su poder adquisitivo se ha visto mermado en la última década, siendo la clase media la más castigada, a la que se unen los pensionistas y jóvenes del extrarradio de la gran metrópoli. Existe también en ese clamor la firme sensación de creerse ciudadanos que habitan en zonas más que olvidadas por parte del Gobierno central.
Como evidencia de los tiempos que corren, las redes sociales han jugado un papel fundamental en esta movilización. El corte inicial de carreteras, a través de barricadas, y el bloqueo de los depósitos de combustible, se complementó con manifestaciones en París que desembocaron en graves incidentes en la avenida de los Campos Elíseos, con contundentes cargas policiales y lanzamiento de gases lacrimógenos. Los detenidos se cuentan por varios centenares. Aunque de inicio la opinión pública simpatizaba con este movimiento de protesta, según quedaba patente en diversas encuestas, la presencia de grupos incontrolados ha generado un caldo de cultivo para los partidos políticos de uno y otro extremo, que incluso los alientan y jalean, pescando a río revuelto y exigiendo la cabeza de Macron.Han pasado cincuenta años del Mayo del 68, aquella llamarada de exultante rebeldía estudiantil que intentó despertar las conciencias adormiladas en tiempos del general De Gaulle. Y es hoy la gente sencilla, desde la Francia profunda, la que ha dicho basta con un grito que ha calado hasta en algunos miembros del gabinete, como en esa ministra de Ultramar que viajó hasta la isla Reunión, donde se ha hecho patente de manera mayoritaria la protesta, y reconoció comprender el hartazgo general y el sufrimiento de aquellos que viven lejos del París mundano y sofisticado, de las cristalinas aguas en las concurridas playas de la Costa Azul o del pudiente centro rural del país. Es algo que ya pronosticó Voltaire en el Siglo de las Luces, al decir aquello de que cuando los pobres empezaran a razonar, todo estaría perdido.
[eldiario.es Murcia 9-12-2018]