
Estos últimos días, hemos seguido una dieta con exceso de lechuga. Sí, es posible que estemos de color verde (llamamos la atención por la calle, lo sé) pero debo admitir que la sensación de “me la como por mis XX” y “es buena porque es mía”, han paliado algún defectillo de las lechugas ( diríamos que las rosaditas, eran una variedad de lechuga amarga).
Tras la Declaración de Guerra por parte de las tomateras y el fracaso de las negociaciones, no nos quedó otro remedio que hacer este sacrificio. Bueno, ya está hecho.


A todo esto, uno de mis aliados (que se había infiltrado entre las tomateras) y que yo creía “judía tierna” se mostró indignado y dispuesto a marchitarse inmediatamente si no rectificaba y manifestaba públicamente que no es judía, es pimiento. Pimiento.

Lo he hecho y espero que se una a mi causa. Aunque, debo admitir que las cosas están difíciles… Ya voy haciéndome a la idea que lo único que va a habitar en mesa de cultivo son las tomateras…Tengo que empezar a acercarme para intentar firmar un Tratado de Paz. Hay un motivo oculto, claro…Ponerme morada de tomates pero, de esto, ellos no se pueden enterar…

Allí, entre las ramas desorbitadas y locas que ya crecen en todas las direcciones posibles, estaban los primeros tomatitos de este huerto…

Enternecida, con la manguera en la mano, he decidido que era hora de un Armisticio.
Me han vencido.

