Cubierta de La soledad era el único remedio
Hace unas semanas me regalaron el libro La soledad era el único remedio: Conversaciones con Charles Chaplin, publicado por la Editorial Confluencias este año que acaba de finalizar.Como anuncia su título, el libro recoge una recopilación de entrevistas con Chaplin, en una de ellas titulada: "El futuro del cine: El señor Chaplin", realizada por Robert Nichols y publicada en el Times de Londres el 3 de septiembre de 1925 (este último dato que está en la edición inglesa del libro, incomprensiblemente se ha eliminado en la española), el cineasta dice: "Estamos justo al principio. La gente se queja de que no haya más belleza en la pantalla. Bien, ante todo tenemos que conocer qué es la belleza que alberga el cine en este nuevo medio. Piense cómo la gente discute sobre lo que es la arquitectura. ¿Se conocen las posibilidades de la arquitectura cinematográfica? ¿Qué edad tiene? ¡Apenas veinte años! Hablo de arquitectura en la pantalla y lo poco que el público la considera. Pongamos, por ejemplo, una catedral diseñada por Reinhardt o Bell-Geddes (sic), con sus arcos y candelabros y el suelo de teselas blancas y negras difuminándose en la oscuridad, ¿cómo lo apreciaría el público si gran parte no hubiera visto nunca una catedral? Y los efectos de las luces, en general. La gente necesita tiempo para acostumbrarse. El gusto se toma su tiempo para formarse".
Chaplin relaciona el nuevo arte, que en aquel momento sólo tenía poco más de veinticinco años, con la vieja arquitectura, lo curioso es que hable de dos grandes escenógrafos, Max Reinhard y Norman Bel Geddes (por cierto, padre de la actriz Barbara Bel Geddes) que además fue diseñador industrial, como posibles arquitectos de catedrales imposibles y desconocidas por el público. Es interesante comprobar como un genio, está preocupado por lo que piensa el público sobre el cine, sobre su falta de "belleza", cuando él ya era popular, habiendo hecho carrera en las productoras Essanay, Mutual y First National. Este intento contumaz de conseguir la aprobación de las mayorías y con ella la fama, alagándolas, era una obsesión entonces propia de los estadounidenses y hoy completamente universal.