Revista Espiritualidad
(continuación)
El tema de la muerte, sobre todo, desde el punto de vista de los registros. Porque claro, a este tema se lo puede ver desde distintos ángulos y nosotros lo observamos desde un sólo tipo de ángulo, siguiendo la secuencia con que venimos tratando a todos los otros temas, por supuesto.
Hablamos de algunas dificultades que existían en esto de imaginar la propia muerte. Algunas dificultades de orden sicológico en donde al representarse a sí mismo como no registrando ninguna actividad, se producía ya el problema. Por cuanto uno se representa a sí mismo en algún lugar, haciendo alguna cosa y desde luego registrando algo. Uno, cuando se representa a sí mismo, se ve sintiendo cosas, percibiendo cosas, haciendo cosas. Y a uno le cuesta una enormidad esto de verse a si mismo sin sentir nada.
Puede verse uno como en una fotografía, en cuyo caso, si se ve como en una fotografía, no se alcanza a representar exactamente como muerto sino como fotografiado. Pero si uno trata de representarse como muerto con todo lo que a aquello le acompaña uno encuentra dificultades sicológicas. Y son estas dificultades sicológicas las que hacen que al representarse uno como muerto, no se represente como dejando de registrar actividades, sino que paradojalmente se representa uno muerto y ese muerto parece estar registrando actividades que son las actividades de la propia conciencia que elabora esa imagen a la cual carga con actividades también.
Un poco lo que sucede con la conciencia emocionada y cualquier tipo de objeto. Cuando la conciencia está tomada, está alucinada, por cierto estadio interno, se le terminan atribuyendo intenciones a los mismos objetos. Esto no existe, sin embargo la conciencia emocionada lo registra como verdadero y cree que una columna, por ejemplo, tiene especial significación y especial intención.
Este tipo de alucinación no visual sino alucinación cenestésica -que también la hay- parte de imágenes, como parten también otros fenómenos perceptuales; así también determinados objetos desatan cadenas de imagen no solo visual, sino imagen auditiva, gustativa, táctil, etc., como hemos visto, y también de imagen interna, de imagen cenestésica.
No es extraño pues registrar la propia actividad del intracuerpo, la propia actividad interna, no es extraño registrar a estas imágenes cenestésicas también afuera de uno mismo; así como sucede con las alucinaciones visuales, las alucinaciones auditivas, también hay alucinaciones de la proyección de otro tipo de representación. Representaciones profundas, de tipo cenestésico que son, después de todo, esas imágenes esas representaciones cenestésicas, las que le dan a uno registro de las actividades del propio cuerpo, de aquello que le parece a uno que en los objetos está bien, de aquello que a uno le parece que en los objetos está mal. Son estas imágenes internas las que le dan a uno también estos registros y que movilizan actividades.
En el caso de la conciencia emocionada a los objetos se los considera alucinatoriamente dotados de un sentido, poniendo un sentido, teniendo una actividad y una intención que esos objetos no tienen. No es una forma alucinatoria desde el punto de vista de la representación visual, pero si es una forma alucinatoria desde el punto de vista de la representación cenestésica. Y así pues, todas las formas de conciencia mágica y todas las formas de alteración de la conciencia, tienen que ver con estas alucinaciones, proyección de imágenes internas hacia los objetos, comprobando el sujeto en cuestión que estos objetos tienen especiales intenciones, que estos objetos tienen especiales actividades, que no responden sino a las intenciones y a las actividades del propio sujeto.
Pero en lugar, este sujeto, de creer que son sus propias actividades, ahora cree que son las actividades de los objetos. Esto es sumamente interesante y esto nos hace reconsiderar, como de costumbre, aquello de que las imágenes no son sólo visuales sino que cada sentido tiene su sistema de imágenes y también cada sentido se ilusiona y también cada sentido se alucina.
Estas formas de alucinación de los registros internos y de proyección de estos registros sobre el mundo, esto, es lo que en otras ocasiones hemos llamado conciencia mágica, conciencia emocionada, etc.
¿Qué pasa entonces, cuando veo mi propia imagen muerta en mi representación visual?. Ahí está mi imagen y esta imagen, visualmente puedo comprobarlo, allá está en donde me veo quieto. Pero ¿qué pasa conmigo mal cual me veo quieto en esa imagen? Pasa que no puedo imaginármelo muerto sin registro de actividades, sino que, por lo contrario, lo veo a ese objeto que en este caso soy yo, alucinadamente desde el punto de vista de la proyección de esos registros cenestésicos.
Si las cosas fueran correctas podría verme a mí mismo sin registrar ninguna actividad. Sin embargo me conmociono, sin embargo me asusto, sin embargo tengo registros en este momento sobre lo que estoy viendo allá, porque creo que eso que estoy viendo allá tiene, de algún modo, un tipo de actividad; registra esa imagen, eso que me imagino, algún tipo de actividad.
Y cuando pienso que voy a estar muerto y quieto, allá adelante, pienso que de algún modo voy a registrar algún tipo de actividad; el tipo de actividad que estoy registrando ahora. Eso, no es verdadero. Y sin embargo es lo que pasa.
Hablamos de una distinción que era interesante hacer entre el temor al peligro y los mecanismos de defensa de tipo animal, cómo cualquier animal se asusta de un peligro. Aquí no hay mucho de alucinación, aquí no hay mucho de ilusión, acá hay un registro inmediato en donde el sufrimiento no tiene mucho que ver en estas cosas; es más bien del orden y del género de los dolores de registro sicológico, pero bastante diferente del registro de los sufrimientos, esto del susto, esto del temor ante el peligro y esto de la soltada de los mecanismos de defensa.
Cualquier persona razonable se asusta considerablemente si alguien la amenaza o si está por caerse a un precipicio. Esto no tiene nada que ver con el sufrimiento; esto no tiene nada que ver con cuestiones de imaginación, etc., aunque ustedes vean que posteriormente se le acoplan ahí ese tipo de mecanismos imaginarios, etc. Pero es bastante poco lo que se imagina cuando hay un gran susto; parece que sucediera todo lo contrario, parece que se bloqueara ese mecanismo de la imaginación y se tuviera el registro de lo amenazante y se dispararan mecanismos de huída frente a lo amenazante.
Y entonces no es esto lo que presenta mayores problemas, del temor ante el peligro y de los mecanismos de defensa que allí se sueltan. No, esto no presenta mayor dificultad; esto funciona instantáneamente y allí queda. El problema es otro; el problema del sufrimiento ante la inminencia de un peligro es de otra naturaleza; el problema del sufrimiento ante las proximidades de la muerte es de otra naturaleza. Esto no tiene nada que ver con el temor reflejo y la respuesta a ese temor reflejo. Son fenómenos de naturaleza diferente, no solo fenómenos de diferente grado sino fenómenos de distinta calidad, mecanismos distintos que se ponen en marcha.
Esto del temor ante el peligro y la huída frente al peligro inmediato, no presenta dificultades sino, por lo contrario es una gran ayuda para la propia pervivencia. Afortunadamente tales mecanismos existen. Afortunadamente uno se puede asustar, cuando hay un objeto amenazante allí, inmediatamente.
Será que estamos hablando de otra cosa, con esto del sufrimiento por la muerte, por esto del sufrimiento por lo que puede llegarme a pasar y cosas semejantes. No se trata de los simples mecanismos animales de defensa.
Así es que estuvimos observando ayer, algunos problemas en torno a la muerte y al representación de la muerte, a la muerte y a la imagen de sí sin actividad, como acabamos de comentar, a la función de la imagen y la imaginación en torno al problema de la muerte; estuvimos observando rápidamente el problema de la muerte de los otros; estuvimos tratando de ver como se configuraba la ilusión y la creencia sobre la muerte como continuación de registros. Estuvimos viendo brevemente también algunas relaciones entre las tensiones y el temor a la muerte y observamos algún caso que nos pudo ilustrar sobre esto de la distensión asociada a la muerte, cuando este que distensa cree que distender es perder registro. Tal el caso que pusimos ayer para ejemplificar estas complicaciones; aquella persona tensa que relacionaba a la muerte con la distensión y por lo tanto no podía distenderse.
Hay muchas complicaciones en esto, según biografía, según grabaciones, etc. Así fuimos considerando ayer toda esta cosa aburrida en torno a los restos del que muere, en torno a lo que se va fuera de estos restos, en torno a la ubicación en el espacio, de los cuerpos y todo aquello.
Normalmente se identifica a las actividades humanas con el cuerpo. No se suele identificar a las actividades humanas con las funciones de la vida. Da la impresión de que la vida tuviera que ver con el cuerpo, pero claro, uno no distingue mucho; la vida en realidad es función de las actividades del cuerpo. Si cesaran estas funciones, cesaría la vida. Pero resulta que como no hay mucha distinción en esto, cesan las funciones del cuerpo, la vida, desde luego, cesa, pero como está el cuerpo y uno normalmente identifica a la vida con el cuerpo, aunque hayan cesado estas actividades, estando de cuerpo presente, algo le parece a uno que continúa.
Hay un grave error de apreciación en esto de que el cuerpo es lo mismo que la vida, porque son las funciones del cuerpo las que ponen en marcha esto que podemos llamar vida, y no el cuerpo. Y entonces cuando se produce ese traslado, cuando cesan tales funciones, la situación se enrarece, porque resulta que el cuerpo este, que tiene que ver con la vida, ha cesado de funcionar y entonces decimos que el cuerpo está muerto, y cómo es posible, si es el cuerpo el que tiene que ver con la vida. El cuerpo está presente pero la vida no. Y acá se nos complica un poco la relación con ese objeto y con esos restos. Es claro, porque la vida en todo caso tiene que ver con las funciones del cuerpo. Es demasiado abstracto, la gente no piensa así, la gente piensa en el cuerpo y piensa que la vida está en el cuerpo.
De tal modo la vida está en el cuerpo, que cuando uno muere, exhala la vida. Pero claro, resulta que la vida asociada al cuerpo es una cosa que después nos trae complicaciones como en el caso de la muerte. Y parece que la vida más bien fuera función de las actividades del cuerpo. De tal modo que cesando esa función, el cuerpo no tiene nada que hacer en todo esto. Está demás, cesando sus funciones.
Muere el familiar de una señora; este familiar es muy querido. Esta señora tiene el deseo de que este familiar sea enterrado en un lugar. Pero resulta que el familiar ha declarado antes de morir que quiere ser cremado; entonces con todo el problema del caso, ya que no va con sus propias creencias, de todos modos va al lugar donde se creman estos cuerpos, colocan el cuerpo de este familiar, lo incendian y en ese mismo momento esta señora, experimenta un gran alivio, y declara que en ese mismo momento, registra una especie de liberación, una especie de sorda comprensión del fenómeno de la muerte.
Este registro liberador, por un hecho tan peregrino como quemar a alguien o enterrarlo -pero en este caso por quemar a alguien-, este registro tiene que ver, efectivamente con la cesación del sufrimiento en cuanto a la muerte del otro, al faltar representación espacial del cuerpo. De tal manera que cuando este cuerpo desaparece, no hay después donde ubicarlo; y al no tenerse donde ubicarlo, no se lo puede representar; y al no tenerse donde representar, no se puede representar alucinadamente sobre esa imagen actividades cenestésicas propias que generan tal contradicción con esa imagen.
Desde luego que la gente sigue teniendo algunas costumbres extrañas, tales como quedarse con las cenizas de aquél que murió, aunque lo hayan incinerado, en cuyo caso, al tener tales cenizas, hay de todas maneras ubicación en el espacio, de los restos -de ese tipo de restos- de aquél que en vida fuera. Entonces quedamos un poco en las mismas.
Pero imaginen ustedes ahora la situación de un muerto, al cual se incinera, al cual se quema velozmente, y que con estos restos ya reducidos ahora se hace una operación tal que no se puede ubicar espacialmente a las cenizas, es decir a los restos de esos restos. ¿Dónde está, entonces ese muerto?, ¿dónde está ese cuerpo, o los restos de ese cuerpo?. No están en ningún lugar, no se los puede localizar, no se sabe donde puede estar todo aquello. ¿Por qué se sufre entonces?. Se sufre en todo caso por la ausencia de aquel ser querido que ahora, claro, un poco como Dios, brilla por su ausencia. Es decir, se destaca porque no está presente. Y esto nos trae ciertas contradicciones, cierto sufrimiento, porque tenemos articuladas nuestras actividades y nuestro mundo afectivo precisamente con aquel ser. Ahora este ser no está presente y ahí se nota como una especie de agujero en la relación emotiva, esto no se llena fácilmente.
Es cierto, continúa esta suerte de sufrimiento por ausencia del otro. Y esto tendrá seguramente su forma de ser pensado y de ser comprendido y de ser incorporado como contenido interno.
Pero en cuanto al sufrimiento por representación del cuerpo de ese familiar querido en un lugar del espacio, este sufrimiento no es posible, es sicológicamente imposible ese tipo de sufrimiento, si el cuerpo del otro ha desaparecido y no se lo puede ubicar en ningún lugar del espacio de representación, porque no existe la ubicación de ese cuerpo en el espacio físico. De manera que tal vez, por casualidad, o a lo mejor por haber tenido esos materiales a mano, algunos pueblos estuvieron acertados, sicológicamente hablando, en esto del escamoteo de los restos, en esto de hacer desaparecer los restos.
Luego la complicaron porque se quedaron con las cenizas de los restos, pero de todas maneras hay una suerte de acierto sicológico en esto de la desaparición del objeto que crea tanto problema.
Nosotros con esto que decimos no estamos sugiriendo nada. En realidad nos importa muy poco la condición en que queden posteriormente estos restos. Lo que estamos simplemente anotando, desde el punto de vista del registro sicológico, es que cuando estos restos desaparecen de la representación en este espacio -que se refiere al espacio también-, pues bien, no hay como referirse a ellos sufrientemente. Y sí, en cambio, permanece otro tipo de sufrimiento que es aquél de la ausencia por las actividades que faltan con respecto a otros objetos. Por supuesto, si desaparecieran todos los otros objetos no habría referencia tampoco. Entonces tampoco habría sufrimiento con respecto a esto que desapareció. Pero dejémoslo así.
Hay otras cuestiones, con esto de la muerte, y que tienen que ver con la posesión del otro. ¿Por qué se sufre?, por la pérdida del otro, ¿qué se dice?: "hemos perdido un familiar". ¿Qué se dice?, "hemos perdido un amigo". ¿Qué se dice?, que no lo tenemos. Sin duda esto alude al fenómeno de la posesión en general.
Y cuando se piensa en la pérdida de uno mismo, la cosa se complica. Porque ¿cómo hace uno para perderse a sí mismo?. Hay dificultades con esto.
La posesión de la imagen propia en el estado de muerte nos lleva a la contradicción de la representación frente a esa imagen, a esa contradicción en donde a la imagen la dotamos de un sentir que en realidad no podría tener.
Y entonces esta pérdida de uno mismo, es una pérdida del registro de uno mismo, un no querer deshacerse del registro de uno mismo, lo que crea la alucinación de la actividad del uno mismo como cuerpo, aún cuando ese cuerpo esté muerto.
Este deseo de hacer permanecer la propia actividad, este deseo posesivo de la imagen de uno mismo, crea fuerte contradicción y fuerte problema.
Desde luego que esto es motor, también, de otros tipos de fenómenos tales como la aspiración a la supervivencia. Hay personas que quieren supervivir, no ya embalsamadas, eso parece que quedó en otra instancia histórica -parece-, aunque sea en la memoria de los otros. Hay personas que quieren que se acuerden de ellos. ¿Y cómo ellos registran que los demás se acuerdan?. No se sabe cómo, pero es bueno que a uno lo recuerden. Hay otros un poco más toscos, que quieren supervivir por representación figurativa, una especie de estatua en una plaza. No se sabe cómo esa estatua registra lo que está pasando y mucho menos como esa estatua tiene conexión con uno, si es que uno anda por algún lado. Pero de hecho hay quienes aspiran a la supervivencia por representación figurativa. Esto es notable.
Hay otros, no tan materialistas como estos que quieren estar en una plaza, que quieren por ejemplo, seguir viviendo de algún modo, para que las otras personas no sólo les estén recordando, sino que además estén realizando con ellos un tipo de operación, un tipo de oración, por ejemplo. Es bueno que cuando uno muera, a uno le recen o le digan algo.
Hay otros, más sutiles, que no quieren estar en una plaza, no quieren quedar grabados en las correntadas electroquímicas de la corteza de los otros, como memoria, por ejemplo; hay otros que no les interesa esto de que les oren, pero si les interesa un tipo de supervivencia abstracta; seguramente son los más intelectuales. A ellos les gusta, por ejemplo, pervivir por las teorías especiales que ellos han tenido. A ellos les gustaría, por ejemplo, aunque se mueran, que sus doctrinas o sus concepciones especialísimas continuaran, siguieran expandiéndose, aunque ellos se murieran. Y esta supervivencia abstracta, es también una aspiración a la supervivencia y es, desde luego, una forma de contradicción y una forma de sufrimiento. Esto de hacer numerosas cosas para que las ideas o las propias obras se continúen en el mundo después de la muerte; hay gente así.
Y se darán ustedes cuenta de todas las cosas que deben hacer estas personas y del empeño que le deben poner a sus propias ideas y teorías, para que estas ideas echen a correr por el mundo y él siga perviviendo en estas ideas aún después de muerto. Esto, trae problema. Me parece que no es una actitud similar a la de aquél que muriendo piensa que esto de las ideas no tiene ninguna importancia. Pero claro, también pensamos que estos intelectuales, están preocupados por la supervivencia abstracta. Tan rara es la mente humana. ¿Cómo puede uno supervivir en una idea?. Registros alucinados, claro está. Con lo agradable que sería, seguramente esto de desaparecer completamente y no tener ningún registro de nada. Pero claro, está el problema de querer conservar tales registros; entonces hay quienes se preocupan porque sus ideas prosperen.
Hay distintas formas de deseo de supervivencia, como posesión eterna de la propia imagen y distintas formas de deseo de supervivencia que generan fuerte contradicción y sufrimiento.
Sobre el problema de la muerte nos parece que es suficiente. Silo. Canarias 1976
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