Revista Libros
Charlatanes.Crónicas de remedios incurables.Selección y prólogo de Irina Podgorny.Eterna Cadencia Editora.Buenos Aires, 2012.
¡Señores, pasen y vean en este libro al gran Doctor Meraulyock extrayendo una muela mientras, para distraer al paciente o tapar sus gritos, dispara con su pistola, el broche de la capa de Yocasta con que se sacó Edipo los ojos, una fotografía del alma humana tomada al microscopio!
Descendientes de la bruja de Michelet, de los chamanes homeópatas de América, pioneros del médico trucho contemporáneo y de la sociedad del espectáculo, los charlatanes que han arrastrado sus gabinetes y museos por nuestras tierras son y no son culpables. Por eso aquí no hay una denuncia, mucho menos una sentencia: se registra cuánto hay en el charlatán viajero del saber laico y del empirismo triunfantes (claro que fundados a menudo en un tendal de cobayos humanos estafados, exhibidos o finados). Y se invita a sospechar cuánto de charlatana tiene la ciencia de un José Ingenieros o un José María Ramos Mejía: ¿acaso la revista dirigida por el primero, Archivos de Psiquiatría y Criminología, no contiene un artículo titulado “Cómo blanquear a un negro” y otro “Infanticidio entre los pájaros”? Y al contrario, ¿no son los maestros charlatanes expertos en el uso de lo que los serios psicoanalistas contemporáneos llaman transferencia?
Con esas palabras en cuarta de cubierta invita a leer Charlatanes María Moreno, directora de la colección de crónica literaria Nuestra América que publica Eterna Cadencia Editora.
Subtitulado Crónicas de remedios incurables, con selección y prólogo de Irina Podgorny, es un recorrido por la charlatanería del siglo XIX y comienzos del XX que permite comprobar cómo su desarrollo es sensible a las modas y a las corrientes de opinión y adapta su oferta y su discurso a las cambiantes demandas de cada situación histórica y social.
Porque si su oferta viene a cubrir necesidades o a generarlas para inducir el consumo de un producto, su discurso –aunque superficialmente- siempre tiende a adaptarse a los avances técnicos, a la nueva mentalidad social y al tecnicismo superfluo.
El padre Feijoo denunció su actividad y su peligro para la salud en una de las Cartas eruditas y curiosas, la que abre esta selección. Allí, doscientos años antes que García Márquez en Blacamán, el bueno, hacedor de milagros, Feijoo describió las distintas tipologías de curanderos y charlatanes. Y ya en en ese texto se percibe lo que Irina Podgorny define brillantemente como “la dispersión ecuménica del charlatán”, su carácter itinerante:
Pocos fenómenos -escribe en el prólogo- pueden rivalizar con la dispersión ecuménica del charlatán, ese personaje donde el viaje de plaza en plaza, los remedios milagrosos, las promesas, los tónicos, los ungüentos y las tisanas se unen con el poder de la palabra y la credulidad de quien mira y escucha.
El charlatán desafía las fronteras entre lo culto y lo popular. Combatidos y aplaudidos por médicos, científicos y filósofos, por pobres y ricos, por mujeres y hombres, los charlatanes (...) circulan y hacen circular saberes y objetos entre las esferas culturales más diversas.
Una itinerancia que no es solo geográfica, sino una característica esencial del conocimiento, junto con la transitividad porque curanderos y tunantes, adivinos y magos, hacían de la charlatanería el instrumento persuasivo para un fin tan venal como el de cualquier otro negocio. Y así desfilan por las páginas de este libro atracciones de barraca de feria como los enanos aztecas que fueron exhibidos en Londres y Berlín a mediados del XIX, el hombre azul de Nueva York, embalsamadores y momias de mujer con plumas, museos patológicos de horrores y piltrafas, el alma vista en un microscopio, pócimas, ungüentos y fórmulas mágicas, bálsamos milagrosos y polvos de serpientes de dos cabezas, la piedra de la iguana o el último hueso de la cola del armadillo.
Y hay más: crecepelos, tónicos cardiacos o una mistura india de plantas para curar una nómina de enajenados cuyos síntomas describe minuciosamente el sanador Telmo Romero en una carta a la prensa de 1884.
García Márquez –lo decía más arriba- evocaba a los charlatanes en su cuento Blacamán, el bueno, hacedor de milagros. Y antes lo había hecho Juan Rulfo en su relato Anacleto Morones. ¿Cómo no recordar al final de esta reseña al gitano Melquiades, el verdadero autor de Cien años de soledad, sin duda el más alto charlatán de la hostoria de la literatura, con sus barras de hielo y sus imanes gigantescos?
Santos Domínguez