El mayor desengaño de mi vida fue el día en que mi mamá me dijo que no podía ser Charles Bronson. Yo siempre quise ser Charles Bronson. Siempre. Y no digo ser “como” Charles Bronson, sino ser Charles Bronson. El argumento de mi madre era bastante pobre, mediocre, y conformista; yo no podía ser Charles Bronson porque ya había uno, y no podía haber dos personas iguales, porque la diferencia es lo que hace a las personas tan especiales para el resto, y me dijo Charles Bronson es Charles Bronson y vos sos vos, si fueras Charles Bronson no serías hincha de Boca, porque allá no hay fútbol, o no les interesa, no sé, y tu papá no te llevaría a la cancha y te pasarías los domingos acá encerrado, aburrido, y no podrías salir a jugar a la puerta porque seguro que tendrías algo que hacer, como filmar una película, por ejemplo, ni podrías pasar momentos lindos como este, en familia, mirando la tele tomando el café con leche. Pobre mi mamá. ¿Cómo lidiar con el deseo imposible de un niño de siete años y cómo hacerlo entrar en razón? De todos modos yo era bastante razonable, tenía la situación bien masticada y procesada; lo mío no se trataba de un delirio fantasioso ni de una ocurrencia infantil, de esas que tanto festejan los grandes para después mirarnos con cara de “pobrecito este pibe”. No, pobrecitos ellos. Mi anhelo estaba sólidamente fundado en la observación, crecí mirando la televisión, y por ende tuve toda la educación y formación que todo infante puede necesitar. Con “Sábados de Súper Acción” entendí todo, todo. Los bomberos se prenden fuego y tienen una muerte dolorosa y horrible abrazados por las llamas, a los policías los matan a tiros y los dejan tirados en la calle, a la gente común no le pasa nada salvo dramas terribles que los angustian y los preocupan. Charles Bronson es indestructible, todo el tiempo le pasan cosas interesantes, y él no se preocupa por nada, las resuelve con el mejor de todos los argumentos: la violencia.
Pero la mayor cualidad, la que yo más admiraba, era que Bronson era un negado, un opositor, un hombre que estaba en contra de todo, aún sin saber de qué se trataba ese todo. Se convirtió en mi ídolo por oposición. Era muy fácil ser bueno, correcto y ejemplar, cualquiera podía ser un hombre de bien. Estábamos llenos de figuras de acción que enarbolaban el gran sueño americano, la paz mundial, el amor, y todas sus acciones eran realizadas en pos de un bien mayor. Incluso secuestrar, robar, asesinar, invadir, torturar, conspirar, etc., etc., etc., siempre amparados por el beneficio de la salud universal. Mequetrefes. Lo difícil era ser malo, muy malo, con principios lábiles y límites difusos, lleno de egoísmo, motivado únicamente por el placer personal, y erigirse como una figura admirada, respetada y aplaudida. Por eso quería ser Charles Bronson. Todo se reduce a la actitud. Y la actitud Bronson era siempre la incorrecta, la seductora, la visceral, la reconfortante. Me interesaba más convertirme en un peleador callejero que un buen policía o un padre de familia, prefería mil veces ser un vengador anónimo y recorrer los suburbios con un cuchillo de carnicero en la cintura que ver mi vida desperdiciada haciendo auditorías y llegando temprano a casa, me moría porque todas las mujeres se arrodillaran ante mi fealdad sin necesidad de hacer ningún esfuerzo y no tener que pasarme horas frente al espejo ensayando maniobras de seducción. Un hombre de verdad, carajo, eso quería ser. El mayor desengaño de mi vida fue el día en que mi mamá me dijo que no podía ser Charles Bronson, y no se lo voy a perdonar nunca.