Revista Cultura y Ocio
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Durante la Segunda Guerra Mundial, volvía una noche a casa
por una calle que raras veces transitaba. Todas las tiendas
estaban cerradas excepto una: una pequeña frutería.
Dentro un viejo italiano esperaba a los clientes.
Mientras le pagaba vi que él estaba triste.
"Está usted triste", dije. "Le preocupa algo?"
"Sí", dijo, "Estoy triste". Entonces añadió
en el mismo tono, sin mirarme.
"Mi hijo se ha marchado hoy al frente y no lo voy a ver más".
"¡No diga esto!", dije. "¡Claro que lo verá!".
"No", respondió. "No lo veré nunca más".
Tiempo después, cuando la guerra había terminado,
me encontré una vez más en aquella calle
y otra vez era de noche, oscura y solitaria;
y otra vez vi al viejo solo en la tienda.
Compré algunas manzanas y le miré de cerca:
su delgada y arrugada cara era adusta
pero no especialmente triste. "¿Qué sabe de su hijo?, dije.
"¿Volvió de la guerra?" "Sí", contestó.
"Esto está bien", dije. "¡Muy bien!"
Él cogió la bolsa de las manzanas de mi mano, metió la suya dentro,
sacó una que había empezado a pudrirse
y puso en su lugar una buena
"Vino por Navidad", añadió.
"¡Fantástico!", "¡Esto es fantástico!".
Él volvió a coger la bolsa de manzanas de mi mano,
sacó una de la más pequeñas y puso una grande.
Charles Reznikoff.
Traducción de Jorge Ordaz.