En El nombre de la rosa la trama aludía a un libro perdido de Aristóteles sobre la comedia e incluso se llegaba a discutir si Jesucristo y los santos habían reído alguna vez. Las religiones rara vez se han llevado bien con la risa, porque la falta de respeto a lo sagrado disipa el miedo y la sumisión, que son sus atributos fundamentales. Y sin temor de Dios, la religión pierde su esencia. Por eso, al atentar contra un medio como Charlie Hebdo los terroristas sabían muy bien lo que estaban haciendo: estaban clavando una estaca en el corazón de las libertades democráticas.
Personalmente, nunca he confiado en nadie que no es capaz de reirse de sí mismo. El fundamentalismo es odioso no solo porque atrapa las mentes de jóvenes y los convierte en asesinos en nombre de dios, sino porque es imposible discutir con él: quien posee la verdad sagrada será impermeable a todo argumento racional. Son como niños que se obstinan en una sola idea y se enrabietan contra quienes les contradicen. El problema es que estos niños cuentan con armas sofisticadas y la firme voluntad de morir por su doctrina, vengando a Alá. Hay quien dice que habría que hacerles alguna concesión, ser más respetuoso con el islam y evitar en este caso cualquier tratamiento burlesco, porque hay gente muy susceptible por ahí, que matará para vengar estas afrentas. Pero eso sería un error. Cualquier concesión a esta gente generaría nuevas exigencias y pronto reclamarían, por ejemplo (es realmente lo que les gustaría ver alguna vez) que todas las europeas vistan con el burka y los demás recemos todos los días mirando a La Meca. Por muy terroríficas que sean sus acciones, debemos pensar que rendirnos a sus exigencias sería mil veces peor. Lo mejor que podemos hacer ahora es rendir homenaje a estos valientes defensores de la libertad de expresión, que han muerto realizando la más noble de las funciones sociales: hacernos reir, aun cuando llevaban años trabajando bajo una amenaza cierta que, desgraciadamente, se ha consumado.
Copio aqui unas líneas de un lúcido artículo que publica hoy en El País el periodista David Brooks:
"Los humoristas y los caricaturistas exponen nuestras debilidades y vanidad cuando nos sentimos orgullosos. Minan el autobombo de los triunfadores. Reducen la desigualdad social al bajar a los poderosos de su pedestal. Cuando son eficaces, nos ayudan a enfrentarnos a nuestras flaquezas en grupo, ya que la risa es una de las experiencias cohesivas por antonomasia.
Es más, los expertos en provocación y ridiculización ponen de relieve la estupidez de los fundamentalistas. Los fundamentalistas son gente que se lo toma todo al pie de la letra. Son incapaces de adoptar puntos de vista diversos. Son incapaces de ver que, aunque su religión pueda ser digna de la más profunda veneración, también es cierto que la mayoría de las religiones son un tanto extrañas. Los humoristas señalan a quienes son incapaces de reírse de sí mismos y nos enseñan a los demás que probablemente deberíamos hacerlo también. En resumen, al pensar en quienes provocan y ofenden, deseamos mantener unas normas de civismo y respeto y, al mismo tiempo, dejar espacio a esos tipos creativos y desafiantes que no tienen las inhibiciones de los buenos modales y el buen gusto."