Ojalá me aceptasen tal como soy. (Vincent Van Gogh)
En plena posguerra y cuando el hambre azotaba a la población hispana, el presidente Perón hizo llegar al dictador Franco: 20.000 toneladas de habichuelas, 25.000 de carne (doy fe de que esa carne envuelta en sacos se conservaba y consumía en los cuarteles de la armada en 1982) y 400.000 de trigo. Con tanto condumio llego la “Marshall criolla”, es decir, Eva Perón.
Durante tres semanas estuvo visitando España y causó furor en las revistas de la época porque la señora no repitió un sólo traje durante el tiempo que estuvo, con excepción de los abrigos de pieles con los que se paseó en pleno mes de Julio por Las Palmas, Ávila, Madrid, Valencia o Barcelona. Durante ese tiempo no dejó de criticar en privado la suciedad de las calles, la deficiente iluminación o la calidad del papel higiénico.
Sorprendente fué también el comportamiento de Nicolae Ceaucescu, quien con anterioridad había jugado un papel clave en la historia al propiciar el entendimiento entre Carrillo y Juan Carlos. El dictador rumano se trajo un catador para probar las comidas antes de dar buena cuenta de las mismas él, a la vez que pidió que el servicio realizara sus labores descalzo durante su estancia.
Pero quizás el colmo del desconcierto lo ocasinó Fidel Castro cuando en presencia de Adolfo Suarez se le cayó al suelo el pistolón cargado. Faena que remató cuando al despedirse piropeó a Franco diciendo: “El pueblo cubano no podía olvidad que España y el anterior jefe del Estado habían sido solidarios con Cuba…”
Dejamos para otro rato esos chascarrilos de la reciente historia de la monarquía sobre hermanastros o devaneos conyugales. Todo ello, sin olvidar que Dios se parece a nuestro monarca en que no delinque.