“Escribiendo nuestra historia, siempre valiente, siempre extraordinaria, dejando atrás el rumor hueco de la amenaza y la muerte; los venezolanos remamos juntos con hacia el mismo lado: el de la vida”
Con el Mazo Dando
Veníamos viendo la pandemia por la tele. Vimos en vivo y directo como se desarrollaba el más macabro reality show: gobiernos dudando entre proteger a la economía o a la gente, calculando que morirían los viejos y la carga social se iba con ellos. Defendiendo el derecho individual de tomar cervezas en el bar por encima del derecho colectivo a la vida. Vimos a los gobernantes de las potencias occidentales hacer declaraciones criminales y luego los vimos tragarse sus palabras.
Vimos el desconcierto de los pueblos que no entendían por qué todo lo que les habían vendido sobre su modo de vida insuperable, ahora no aparecía por ningún lado. Vimos a los gobiernos que dan lecciones de democracia, dignidad y respeto, saquearse unos a otros, como los piratas que son, las mascarillas, los respiradores, las medicinas que debieron haber compartido. Vimos que en entre pirañas no hay aliados. Que siempre el más grande se va a comer a los demás.
De repente la realidad perecía un escenario apocalíptico tantas veces vivido en tercera persona desde la relativa comodidad de una butaca de cine, acompañando el miedo pasajero con cotufas y refrescos. Todavía esa horrible realidad seguía siendo lejana hasta que el viernes 13, siempre pavosísimo, llego el COVID-19 a Venezuela.
No voy a negar que sentí temor, pero fue pasajero, porque hace rato aprendí que aquí en Venezuela la historia las escribimos de otro modo.
Tapabocas, necesitamos tapabocas. Miles de manos generosas, desde sus máquinas de coser caseras improvisaron mascarillas, juntando retazos, inventando maneras de que no nos aplastaran tanto la nariz. Los tapabocas se desbordaban por las puertas y ventanas de las casas de vecinos solidarios que entendieron que o nos cuidamos todos o nadie estará a salvo.
Yo soy líder de calle de mi CLAP y pensé en organizar a los vecinos para apoyar a los mayores de la calle. Llegué tarde: ya todos habían asumido ayudar al que tenían más cerca. Entonces no eran solo las mascarillas, era cuidar al otro evitando que salga a la calle, comprando el mercado de varias familias -mientras menos personas salgan, mejor-, haciendo vacas para el que no tiene.
Y los niños en la casa tooodo el día, y el año escolar no podía esperar. La casa se convirtió en escuela. Inventamos clases por teléfono, por la tele, por la radio, por correo electrónico. Hicimos cadenas de amigos para llegar a quienes no se pueden conectar. Nuestros carajitos terminaron el segundo lapso y vamos por el tercero.
El CLAP ahora es con tapabocas, gorros y guantes. El jueves llega el gas, la bolsa está en camino. Estamos con el Programa de Alimentación Escolar intentando llevarle el almuerzo a todos los niños de la comunidad. Falta un poquito para alcanzarlos a todos. Estamos decididos a poder hacerlo.
La historia de mi calle se repite en cada calle, hasta en el más remoto pueblo. Los venezolanos estamos decididos a mantener la curva plana, a no convertirnos en la tragedia que nuestros enemigos desean para nosotros.
El enemigo adentro y afuera saliva esperando la muerte que no vendrá. Bloquean el mar para secarnos, para desesperarnos. Mientras los venezolanos nos entrecuidamos, los títeres del Departamento de Estado buscan nuevas formas de hacernos daño y anuncian contentísimos nuevos planes viles, cobardes, traicioneros, homicidas, hechos a su imagen y semejanza.
“¡Ay, papa!” –dicen gozones imaginando una hambruna, una matazón, imaginando su cobardía en nosotros, imaginándonos corriendo aterrados, arrodillados como ellos, aunque no tanto, porque ellos más que arrodillarse, se pusieron en cuatro.
Y, no papá, no nos morimos. Nos negamos primero a matarnos en una guerra civil, y ahora a morir contagiados, rebozado hospitales, llenando las calles de cadáveres abandonados… Nos negamos a hacer como en Brasil, Colombia, Perú, Ecuador, Panamá o los EEUU, desde donde miles de nuestros compatriotas intentan regresar porque es aquí y no allá donde estarán a salvo.
Regresan al país, donde, según los medios dependientes de Elliot Abrams, hay una cruel dictadura que los persiguió hasta echarlos por la frontera; donde no hay hospitales, ni ambulatorios, ni doctores. Donde no hay nada sino comunismo malvado.
Regresan y eso se ve feo.
“¡Hagan algo, imbéciles!” –Ordena el titiritero James Story desde Bogotá y la tía Tomasa con su Tuyuyo, torpe y cínica, intenta hacer el mandado. El resto de los dependientes hacen también lo suyo. Entonces el gobierno miente y los muertos los escodemos debajo de la cama y ya va, que el bostezo no me deja continuar.
Pretenden que sea noticia que el amasijo de barros y espinillas que llamaron interino despacha por Instagram desde la sala de fiestas de su edificio y desde ahí culpa al gobierno de los efectos del bloqueo y saqueo a la Nación que él mismito gestiona, mientras amenaza con más sanciones que culpen más al gobierno y el que entendió entendió.
Y por mucho que pongan a su voceros a repetir no hay gasolina por culpa de El Palito y que el bloqueo no existe y que si existe solo afecta a Nicolás, Padrino, Delcy y, por supuesto a Diosdado, que hoy se va a quedar por sin torta de cumpleaños para que aprenda a ser demócrata, pues… por mucha pendejada que digan, la verdad es que ellos tampoco tienen gasolina y el bloqueo que pretenden negar los afecta también.
Y la realidad es tan brutal que ya no hay modo de sostener tanta mentira. No hay Efecto Tuyuyo que aguante. No hay manera de ocultar tanta mugre. Pero la dirigencia antichavista nunca supo hacer las cosas de otro modo y, aunque quisiera, nunca tuvo la autonomía para decidir no dañar al país porque el plan de su amo es precisamente dañarnos. La realidad aprieta y se van secando en la soledad del discurso de “la muerte como inversión a futuro”, que nunca lo tuvo, ni lo tendrá.
Escribiendo nuestra historia, siempre valiente, siempre extraordinaria, dejando atrás el rumor hueco de la amenaza y la muerte; los venezolanos remamos juntos con hacia el mismo lado: el de la vida.
Hoy, más que nunca, necesario es vencer y nosotros venceremos.
CAROLA CHÁVEZ
@tongorocho