Cristina Fernández, la viuda Kirchner, se ha unido definitivamente al antimperialismo primario que desde hace doce años exhibía el declinante Hugo Chávez al ordenarle a los argentinos que no comercien con el Reino Unido mientras este no les entregue las islas Malvinas, Falklands para los británicos.
Con ese ataque de nacionalismo cuando se cumplen los treinta años del triunfo británico sobre la dictadura de los militares fascistas argentinos, sólo despierta la patriotería de piqueteros y de las clases menos cultivadas, mientras carcome la propia economía.
Según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos argentino su país importó oficialmente 486 millones de dólares en productos, bienes y servicios británicos en 2011, y exportó 755 millones, el 7 por ciento de sus exportaciones totales, lo que supuso una balanza favorable de 269 millones.
Añádase al creciente deterioro de las infraestructuras públicas y privadas que se observa en todos los servicios públicos, como en la línea férrea y el tren recientemente accidentado en Buenos Aires, con 51 muertos, y se verá que la presentación de los supuestos éxitos de la macroeconomía ocultan cimientos de óxido y barro que se desmoronan rápidamente.
Paralelamente, Kirchner amenaza con nacionalizar la parte argentina de la petrolera YPF, de la que la española Repsol posee el 56 por ciento del capital, valorado ahora en unos 4.000 millones de euros.
Que son unos 1.500 millones menos de su tasación de hace unos días, antes del anuncio de esa medida que devolverá la compañía a la inoperatividad y corrupción que salpican cada vez más a las finanzas estatales argentinas.
Entregar lo privado a funcionarios públicos ante los que los de Gürtel o de los ERE andaluces serían honrados administradores, es llevar el país a la ruina, como hizo Chávez con la economía venezolana, hoy prácticamente desintegrada.
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