Chennai, antigua Madrás, a orillas de la bahía de Bengala es, con sus cerca de 6 millones y medio de habitantes, la cuarta ciudad en población de la India y capital del estado de Tamil Nadu. Sin un pasado vibrante como otras grandes ciudades del subcontinente, Chennai es un lugar sin mucho encanto, una caótica y masificada ciudad más de la India que presume como compensación a sus carencias de gentes amables y un tráfico más contenido, y que defiende orgullosa su industria cinematográfica (Tamil movies) frente al cine mas comercial de Bollywood.
Este hubiese sido un lugar de paso más en nuestra ruta, otra angustiosa ciudad India en la que tienes que pasar unas horas antes de poder tomar el siguiente transporte, si no fuese por una pequeña ONG con la que contactamos hace tiempo y que entre otros proyectos se encarga de una humilde casa para mujeres discapacitadas que se auto gestionan con la fabricación y venta de pequeños cuadros y postales con escenas navideñas realizadas con trozos de paja de arroz. La colaboración con la ONG nos ha retenido unos días en Chennai, tiempo más que suficiente para, entre otras cosas, conocer un poco mejor y sufrir la dinámica de una gran ciudad India.
Para el visitante, Chennai no ofrece grandes atractivos a parte de algunos templos y museos sin mayor trascendencia. Lo más sorprendente es la visita a la Iglesia de Santo Tomas, que junto a la de Roma y Santiago de Compostela son las únicas edificadas sobre la tumba de un apóstol. Tan destacado sepulcro se encuentra en un pequeño sótano más parecido a los vestuarios de un polideportivo que a la tumba de alguien que lleva fallecido casi dos milenios. Esta visita sin pena ni gloria es prácticamente todo lo que la ciudad puede ofrecer para el turista ávido de monumentos que fotografiar. Su confuso urbanismo en cambio es digno de algo más de atención.
Chennai se extiende interminable a lo largo y ancho de 70 kilómetros cuadrados. Con una trama inconexa sin apenas referencias, orientarse por la inmensa urbe supone todo un reto. Avenidas, calles y callejuelas van conformando la ciudad por agregación sin un centro definido. Desde el aire se percibe como una gran masa informe seccionada por los ríos Coovum y Adyar e interrumpida por grandes avenidas que intentan penetrar en su interior para acabar perdidas sin solución en el entramado irracional de la ciudad. Desde tierra el panorama no es mucho más confortador. Millones de personas conviven en un embotellamiento perenne donde las aceras están por inventar, siempre acompañados como banda sonora de estridentes bocinazos a cualquier hora del día y la noche. Como consecuencia inevitable, la polución, y con ella una capa gris que lo envuelve todo, homogeniza los edificios viejos y nuevos y consigue que incluso los grandes árboles que jalonan las grandes avenidas, donde sorprendentemente habitan pequeñas ardillas, pasen desapercibidos. Para completar la estampa los pocos espacios libres, parques e intersticios de las circunvalaciones, han sido colonizados por cientos de chabolas al mismo tiempo que los ríos han mutado a ciénagas. Tan solo la enorme playa de la ciudad, marina beach, parece ajena a todo este revuelo. Una burbuja en mitad de la ciudad donde sus habitantes pueden pasear, comer y relajarse al final del día. Una burbuja que explotó durante el amanecer del 26 de diciembre de 2004 cuando se vio golpeada por una gran ola gigante que se llevó por delante a las miles de personas que habitualmente pasaban la noche en la playa de la ciudad, el único lugar tranquilo de la convulsa Chennai.
Superados aparentemente los efectos del Tsunami, tierra adentro la ciudad ha continuado su propio avance imparable. Sorprende que la gente quiera vivir aquí, aunque lo cierto es que muchas veces no tienen opción, pero sorprende más aun comprobar que no sólo la ciudad no languidece ahogada por sus incontables problemas de un urbanismo delirante, sino que continua impasible su crecimiento con algún tímido avance en su mejoría. En el corazón de la ciudad las obras de un gran edificio administrativo que dinamizará la vida en el barrio de Triplicane están a punto de finalizar, y los trabajos de un metro en altura avanzan a buen ritmo, aunque lo cierto es que nada de esto hará que la ciudad albergue unos juegos olímpicos. A las afueras grandes carteles anuncian inmensas promociones de lujo, una palabra que por aquí se emplea con demasiada facilidad– hemos llegado a ver autobuses rotulados con la palabra “ultra luxury” que en 1980 ya no pasaban la ITV-. Miles de grúas como setas dominan el paisaje, grandes edificios de más de 20 alturas rematados con grandes frontones clásicos rodeados de grandes lagos y parques son el símbolo de la nueva Chennai. Una ciudad que se prepara incomprensiblemente para acoger a miles de personas más como un monstruo insaciable que engulle sin orden todo lo que encuentra a su paso.
GALERIA DE IMAGENES: VISITA NUESTRA PAGINA DE FACEBOOK