Últimamente están apareciendo en las publicaciones españolas numerosas entrevistas a mujeres conversas al islam, antes cristianas, agnósticas o ateas, que dicen ser felices con chador, niqab, burka u otras cárceles de tela, cuando anteriormente vivían y vestían a su libre albedrío.
El islam, que ata a la mujer y reduce su valor humano al de la mitad del hombre, según el Corán, atrae a muchas occidentales.
Pero, obsérvese, que eso ocurre y es casi invariable cuando ellas están unidas sentimentalmente a hombres musulmanes.
En estos casos, en lugar del clásico francés “Cherchez la femme”, diremos “buscad el hombre” como origen de esas conductas femeninas: “Cherchez l’homme”.
Hay mujeres, bastantes exmilitantes feministas, que se someten a reglas rígidas y machistas, y además a un mínimo de cinco rezos diarios y mil gestos que deben seguir y tener en cuenta a todas horas, y cuya repetición obsesiva les impide reflexionar.
La fe las iluminó, generalmente, viviendo otro rito, el más antiguo, que es el de la cópula, tan ensalzada por los escritores clásicos árabes y persas, residieran en Bagdad, Córdoba o Teherán.
El culto al cubrimiento y la mejora de las capacidades fálicas es una de las liturgias mejor glorificadas por poetas como Dhu al-Rummah, Abu Nuwas, Salih ibn 'Abd al-Quddus, y tantos otros místicos eróticos.
Leyéndolos descubrimos que invitan a los hombres comunes a imitar a Mahoma, que tuvo hasta 25 esposas a las que satisfacía plenamente, dadas sus portentosas capacidades de entregar incansablemente su simiente, según distintos hadizes y otras tradiciones islámicas.
La emulación mejora las técnicas y potencialidades copulativas del varón piadoso, y si este las practica en seres de elevada receptividad placentera de cualquier sexo o rendija reactiva, es fácil saber por qué hay personas se entregan religiosamente rendidas al creyente.
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SALAS