Ha comenzado en Bilbao la gira de Chicago. Pasado mañana, 19 de agosto, es el estreno oficial en el bellísimo Arriaga, donde desde el 12 de agosto hay funciones previas. Asistí a la primera, con unos camerinos envueltos en nervios y tensión, y un patio de butacas abarrotado (así da gusto ir al teatro, la verdad). Chicago es uno de los espectáculos más brillantes y magnéticos que he visto, uno de esos trabajos que desmienten el tópico de que los musicales son frívolos e insustanciales. La función es extraordinariamente sensual, irónica, divertida, sarcástica, y vierte sobre el escenario unas dosis ingentes de vitriolo. La música, basada en el vodevil estadounidense de los años veinte, como me explicó su compositor, John Kander, es inspirada, punzante, melodiosa. La coreografía un derroche de imaginación, de movimientos quebrados. Es un espectáculo canalla en el que cada uno de sus elementos encaja perfectamente con el otro hasta conformar un todo. No le hacen falta escenografía ni efectos especiales. La música, el baile, la actuación, son sus únicas armas.
Disfruté de Chicago en Nueva York en 1997, con Bebe Neuwirth como Velma Kelly y Marilu Henner como Roxie, y tuve la suerte de verlo en Londres con Ute Lemper y Ruthie Henshall un año después. Aunque es un espectáculo coral, con un gran peso de los bailarines y de los personajes secundarios, la química entre la pareja femenina protagonista es absolutamente fundamental. Marta Ribera (Velma) y María Blanco (Roxie) la tienen. Aunque por carácter están en los personajes contrarios (Marta sueña con interpretar a Roxie), las dos dibujan con precisión a las asesinas, y el paso de las funciones hará que el retrato sea cada vez más nítido y exacto. Marta y María son dos casos emblemáticos de esas actrices criadas en el musical (y por ello injustamente encasilladas en él), que hablan con naturalidad ese lenguaje especial que tiene el género, donde un agudo puede tener un efecto dramático tan importante como un monólogo, y una coreografía es capaz de enseñar mucho de un personaje. Marta es, qué duda cabe, una estrella del género (además de una mujer adorable), que regresa a los escenariosmuy artista. con este montaje después de algo más de un año de ausencia. Y su Velma es un regalo. María pisa con seguridad y aplomo el escenario, es brillante y Sus voces, tan distintas, empastan de manera extraordinaria, y sacan oro del complicado y exigente número final. Confío, porque se lo merecen, que la gira sea todo un éxito