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Chicas felizmente casadas - Edna O'Brien

Publicado el 19 febrero 2015 por Rusta @RustaDevoradora

Chicas felizmente casadas - Edna O'Brien

gin fizz Hace poco nos lamentábamos Kate Brady y yo, mientras tomábamos unos tristes en un bar del centro de Londres, de que nada nunca iría a mejor en nuestras vidas, de que moriríamos en el mismo estado en que nos encontrábamos: bien alimentadas, casadas, insatisfechas. Pág. 9.

La historia de siempre: todo parece indicar que con el matrimonio se alcanza la cúspide de las aspiraciones personales -al menos, las aspiraciones de dos chicas que crecieron en la Irlanda rural de los años cincuenta-, pero, cuando el ardor de los primeros años queda atrás, el "y comieron perdices" se convierte en una cortina de humo que oculta los fantasmas particulares de cada hogar (como dijo Tolstói: "las familias infelices lo son cada una a su manera"). Esos matrimonios desdichados, esas relaciones amorosas que no son lo que aparentaban ser, se retratan con toda su crudeza en Chicas felizmente casadas (1964), la novela con la que Edna O'Brien (Tuamgraney, Irlanda, 1932), la gran dama de las letras irlandesas, pone punto final a su trilogía sobre las andanzas de Kate (antes Caithleen) y Baba, las jóvenes que, tal y como hizo ella misma, abandonaron el ambiente tradicional de su tierra y lucharon por su independencia en una época en la que las mujeres no lo tenían nada fácil.

En este tercer libro, que se puede leer sin conocer los anteriores, Chicas felizmente casadas - Edna O'BrienLas chicas de campo (1960) y La chica de ojos verdes (1960), las protagonistas viven en Londres y ya están casadas. Kate, además, es madre. En principio, han conseguido lo que querían: Kate, la chica idealista y amante de la literatura, se ha casado con su gran amor; y Baba, tan pícara como siempre, ha encontrado a un ricachón que le consiente todos sus caprichos ("Corto de entendederas, aunque de buen corazón", pág. 13). Sin embargo, ese sueño de felicidad no tarda en mostrar sus fisuras, unas fisuras que, a diferencia de las partes precedentes, no se desvelan a través de la voz profunda e ingenua de Kate, sino que Baba toma el relevo y habla en primera persona con toda su mordacidad y su insolencia, aunque la autora mantiene algunos capítulos de narrador omnisciente dedicados a Kate para no perder de vista los episodios en los que su amiga no está presente.

El cambio de perspectiva es un acierto, porque permite conocer mejor a Baba -relegada a un segundo plano en las novelas anteriores-, que con su mirada aporta otra dimensión a los acontecimientos. Su voz se aleja por completo de la de Kate: Baba se expresa sin pelos en la lengua, no disimula su descaro y a menudo hace reír, a pesar de que su desenvoltura esconde, en ciertos momentos, mucha amargura. Con ella aún resulta más importante leer entre líneas, porque es de las que camuflan los problemas bajo la capa de sarcasmo. La primera persona de Baba prueba lo mucho que creció O'Brien como escritora desde que debutó con Las chicas de campo. Su dominio de la sutileza, del mostrar sin decir, es brillante -por ejemplo, el detalle de llamar a su marido por el nombre o el apellido en función de cómo esté la relación-, y destaca sobre todo en los capítulos que abren y cierran la novela, dos piezas deslumbrantes que por sí solas justifican la lectura: en el primero, resume lo esencial de los libros anteriores sin entrar en detalles y deja patente que la elección de Baba como narradora no es gratuita, mientras que en el epílogo, añadido en 1986, muestra a una mujer agotada por el paso de los años y cierra de forma digna esta espléndida trilogía.

Volviendo al contenido, las chicas están (in)felizmente casadas, y ahora que las responsabilidades han aumentado, una fiesta no basta para aliviar las penas. Las dos intentan superar esa insatisfacción, romper la monotonía, pero a veces ese paso lo empeora todo. O'Brien, como sus coetáneas Chicas felizmente casadas - Edna O'BrienAlice Munro y Anne Tyler, o como su admirada Eudora Welty, escribe sobre las mujeres y lo cotidiano, sobre aquello tan común que en ocasiones deja de "verse", aunque lo que necesita es que se examine en profundidad desde enfoques como el suyo. De este modo, Kate, como una Emma Bovary enamorada del amor (en La chica de ojos verdes, más jovencita, decía: "Los mejores hombres habitaban en los libros: hombres extraños, complejos, románticos; los que yo más admiraba", pág. 9), no tardará en descubrir la cara más dura del matrimonio -las traiciones, los reproches, la venganza-, y todo con un hijo de por medio.

La maternidad, a propósito, es otra clave de la novela. Lejos de los tópicos sobre madres bondadosas y niños ejemplares, O'Brien habla de la inseguridad que entraña el cuidado de los hijos, una inseguridad inherente a la condición de madre ("Los niños, pensé. Que Dios los asista, porque no conocen a los miserables que tienen por padres", pág. 172). La autora, además, subraya la conexión entre los padres y madres de las chicas y el nuevo rol de estas, como si uno, al tener hijos, recordara más que nunca a sus progenitores y, quizá por primera vez, entendiera sus errores, que ya no lo parecen tanto, y tomara conciencia de los errores de uno mismo como hijo (""Ay, los padres", repetí para mis adentros, pensando en que la ridícula historia se repetía una y otra vez. Sus padres, los míos -con todos los reproches que les hacíamos-, y nosotras mismas, que no éramos mucho mejores que ellos", pág. 81).

Baba, por su parte, no está mucho mejor que Kate, aunque su sentido práctico le hace las cosas más llevaderas y la saca de algún que otro apuro. ("No lo odio, ni lo quiero. Lo aguanto, y él me aguanta a mí", pág. 152). Las dos, cada una con su carácter, encarnan dos conflictos matrimoniales, dos formas de enfrentarse a ellos y, por supuesto, dos desenlaces diferentes. Ninguno, no obstante, es el clásico Chicas felizmente casadas - Edna O'Brienhappy-ending; la visión de las relaciones que O'Brien plantea está marcada por el dolor, por el lado más oscuro del ser humano, y lo máximo a lo que aspira no es a esa cúspide de plenitud, sino, como mucho, a aprender a vivir junto al otro, a tolerar sus defectos. La jovialidad que desprendían las primeras novelas ha dado paso al pesimismo, la desdicha, porque los problemas duelen más que a los veinte años y se carece de recursos para renovarse ("Tenía ante sí a una persona a la que habían arrebatado demasiadas cosas, alguna región importante que ambas ignoraban por completo", pág. 229).

En medio del dolor, sin embargo, O'Brien analiza las desigualdades que padecían las mujeres -una crítica que no rehúye las equivocaciones de ellas mismas-, no solo las relativas al matrimonio y a la vulnerabilidad legal en caso de separación, sino del pensamiento machista en sí, de las ideas inculcadas desde que nacieron -incluido el catolicismo, del que se han alejado- y de los temas tabú que tuvieron que afrontar solas porque nadie las preparó para ellos ("La vida, a fin de cuentas, era un secreto con uno mismo", pág. 174). Por ejemplo, el sexo y sus problemas, que la autora detalla aún más que en La chica de ojos verdes con el registro coloquial de Baba. O la incomodidad en la visita al ginecólogo, con una memorable escena de sinceridad descarnada por parte de la paciente ("No paraba de pensar en todo lo que tienen que aguantar las mujeres; [...] que te hurgasen, que te sondeasen, que te hiciesen daño. Y no sólo durante las visitas médicas; también en la noche de bodas", pág. 170).

Y, en el fondo de todo, como un hilo tan invisible como resistente, la amistad. La amistad de dos chicas a lo largo del tiempo, desde la infancia hasta la madurez, con sus distanciamiento, pero siempre ahí en los peores momentos. Aunque en algunos tramos de los primeros libros Baba pareciera un complemento de Kate, en esta novela se evidencia que la relación entre ambas es la gran protagonista de la trilogía. Entre ellas existe una complicidad que no pueden tener con nadie más, ni con el marido, ni con los padres, ni siquiera con otras mujeres. Es el resultado de haberlo compartido todo: los paisajes de campo de la niñez, la rigidez del internado, las locuras de juventud en Dublín, el viaje definitivo a Londres, las bodas, los bautizos, la desgracia. El cicloLas chicas de campo es también la historia de cómo dos mujeres de personalidades tan diferentes, aunque con mucho recorrido en común, evolucionan de una forma que jamás habrían imaginado. O sí, pero ya lo advirtió Oscar Wilde: "Ten cuidado con lo que deseas, se puede convertir en realidad". Kate y Baba han aprendido lo que significa.

Por último, un reconocimiento a Errata naturae por dar a conocer a una gran escritora que hasta ahora solo se había editado en España con cuentagotas y sin demasiado ruido. Es de agradecer que los tres libros se hayan publicado con tanta rapidez, en poco más de un año, y que estén tan cuidados por dentro y por fuera. Una mención también para la traductora, Regina López Muñoz, por reproducir con tanta precisión las voces de Kate y Baba, sin perder ni un ápice de su frescura. El mercado literario español ha ganado mucho con Edna O'Brien y sus chicas de campo, sin duda.


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