Todos los meses de agosto la prensa recuerda a Marilyn Monroe, la actriz estadounidense que cambió tanto la estética del siglo XX que convirtió sus formas curvas, labios voluminosos y su rubio platino en canon de belleza, igual que Venus había modelado los 2.800 años anteriores.
Estos días se cumple el cuarenta aniversario del fallecimiento de esta chica mona, sexy y corrientilla como actriz, intoxicada con barbitúricos en su casa de Hollywood.
A sus 36 años, cuando oficialmente se suicidó, tenía varices y celulitis: era humana, y por su creciente dependencia del alcohol y de las drogas, los directores comenzaban a prescindir de ella.
Cantaba y hablaba como una jovencita ingenua, se había casado con el mejor beisbolista de su país, Joe Di Maggio, y con el autor teatral más representado entonces, Arthur Miller.
Pero también había sido amante del presidente John F. Kennedy y de su hermano Robert, relación secreta y morbosa que inspira la sospecha de que pudo haber sido asesinada por la CIA o el FBI.
Las jóvenes imitadoras de su estética quizás no hayan visto nada más que su película “Con faldas y a lo loco”, cuyas estrellas eran Jack Lemon y Tony Curtis, quienes salían más guapas que ella.
Cuando observamos a tantas chicas morenas y mediterráneas, teñidas de rubio y con labios inyectados de silicona, debemos recordar a Marilyn, que fue quien impuso el blanquísimo modelo anglosajón de mujer frente al grecolatino de los 28 siglos anteriores.
