La alegría del corte de luz.
por Jose Luis Cano
Posiblemente muchas personas no entiendan el cariño y apego que se tiene a un aparato muchas veces mal cuidado y criticado.
El medidor eléctrico en Chile y sobre todo en las poblaciones representa más que un simple aparato que implica problemas y costos, para muchos en su infancia, el medidor eléctrico fue uno de los juegos en dictadura más recurrente y compartido entre los niños y jóvenes de las poblaciones de nuestro País.
Para otros era la trampa al sistema explotador, un buen soldador sabia como engañar al medidor y así proteger a la familia del costo de su trabajo, consiguiendo que este no figurara en los registros mensuales de electricidad, más de alguna vez fue parte de las conversaciones familiares para lograr detener el avance de su incansable cálculo de consumo. Creo importante mencionar al “imán” que siempre acompañaba al medidor para frenar el avance de reloj, ni hablar de la quema de tapones o cuando nos pasábamos del gasto permitido y el medidor automáticamente cortaba el ingreso de electricidad al domicilio, evitando que un posible incendio nos eliminara la memoria, ya era suficiente la quema de libros realizada por militares.
Hoy esta historia la quieren cambiar, borrar de nuestra memoria, reemplazarlo bajo el rotulo de la inteligencia. Posiblemente nadie pensó que se podía escribir desde los afectos a un aparato, creo que yo era uno de esos. Sin embargo cuando ese aparato te ayudaba a sonreír pasa a ser algo más allá que un ser sin vida y sin historia. Pasa a ser parte de los cuentos que relatas en una fiesta de amigos, improvisando cuentos para tus hijos, recordando las complicidades de las infancias en dictadura.
Cuando niño recuerdo que un simple juego nos convocaba a todos, en ese momento la dictadura era implacable en su actuar, asesinando niños, jóvenes y adultos, torturando ancianos y haciendo desaparecer a miles de chilenos. La bestialidad del dictador se hacía presente en todas las poblaciones de Chile a través de sus brazos militares que ejecutaban sus órdenes asesinas.
Las infancias y sus fantasías era difíciles de sostener, era un desafío abrigar tan inocente pensamiento entre muertos, balas y lacrimógenas.
Cada padre jugando a la mejor interpretación de Roberto Benigni, para suavizar el golpe en nuestras vidas, recuerdo que mi padre, entre lagrimones y limones, cada noche nos contaba un cuento de su autoría, un cuento a decir verdad “macabro”, que nos hacía llorar junto a mi hermano cada vez que lo escuchábamos. Hoy nos reímos y analizándolo bien, el cuento era horrible para que nuestra vida fuera bella.
Los medidores de nuestro juego. Nos juntábamos; Carlos, Nelson, Manuel, Marcelo, yo y otros amigos a buscar nuestra felicidad de infancia, la cual no dejaríamos que la dictadura nos arrebatara, éramos parte de la resistencia y no del sometimiento, veíamos y vivíamos la lucha de igual forma que los adultos, compartíamos los dolores, mirábamos llegar las flores cuando perdíamos a uno de los nuestros. Era el único momento en que la seca y gris población, sin arboles ni plazas se dejaba sorprender por una caravana de colores y aromas que seguían al difunto guerrillero.
La reunión con los amigos no era improvisada. Amigos cercanos, cómplices y aliados, en busca de la entretención, ahí aparece uno de los juegos más emblemáticos de toda buena infancia, se apostaban las lealtades y complicidades, se trabajaba el compañerismo. Crecimos con el lema “si pillan a uno los pillan a todos” por lo tanto los códigos de infancia estaban incorporados; jamás hablar, jamás delatar, y siempre callar pase lo que pase. Siempre callar, si alguien nos sorprendía y lograba alcanzarnos no podíamos dar nombres, en esos casos la respuesta era; “estoy jugando solo”.
El juego era simple y mucho más entretenido que los actuales, entrar entre los callejones de casas y departamento, “cortar la luz desde el medidor” y luego salir arrancando, era un triunfo que ameritaba dar vuelta la cancha seca que compartíamos, nuestro escenario poblacional de peñas, discursos de dirigentes sociales y aveces improvisados festivales que nos alegraban la vida en tiempos de un chille temeroso y oscuro. Había que celebrar el apagón local que organizábamos.
Luego en el punto de encuentro con los amigos, contábamos cuantos medidores cortábamos y quienes salían es búsqueda de estos pequeños malandrines, un encuentro de carcajadas explotaba en cada uno de nosotros hasta transformarse en una sola. Un momento de infancia, alejados de lacrimógenas, vidrios quebrados, padres y familiares desaparecidos, caravanas florales y muertos, todo se transformaba frente a esos improvisados juegos que nos alegraban las infancias en la dictadura sangrienta de Pinochet.
Hoy los medidores, cómplices de aquel momento pretender ser arrebatados, borrados de la historia de cada uno o por lo menos de aquellos que vamos rescatando esas pequeñas instancias que nos hicieron felices en la sangrienta época, en donde le toque de queda, los allanamientos y la violencia de estado estaban naturalizados.
Hoy no solo se cambia un aparato, hoy se remueve la felicidad en tiempo donde la infancia era fracturada por la política de un estado impuesto a través de la traición de las armas.
Por todos los medidores de Chile, sus recuerdos y anécdotas.
Y por los recuerdos de trajo esta breve nota que dibujo una sonrisa y saco más de una carcajada.
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