Desde los áridos parajes del desierto de Atacama hasta el clima polar de los territorios antárticos, Chile es conocido mundialmente por ser un país de profundos contrastes y peculiaridades. Como reza el himno nacional: “Majestuosa es la blanca montaña que te dio por baluarte el Señor, y ese mar que tranquilo te baña te promete futuro esplendor”, en referencia a los Andes, frontera natural de Chile y Argentina, y al océano Pacífico, que baña las costas chilenas.
Pese a que ahora goza de una calma perenne, en parte gracias a su estabilidad económica —el primer Estado de Sudamérica en PIB per cápita y el 57.º del mundo en 2018, según el Fondo Monetario Internacional—, lo cierto es que ha tenido una Historia más que convulsa. Tras convertirse en el primer país de Latinoamérica con un presidente marxista elegido democráticamente —Salvador Allende—, el país sufrió un golpe de Estado encabezado por el general Augusto Pinochet y amparado por la CIA que instauró una dictadura militar.
Después de 15 años de férreo régimen, el pueblo decidió mediante un plebiscito el retorno de la democracia en 1988 y eligió a Patricio Aylwin como presidente, lo que dio comienzo al monopolio político de la izquierdista Concertación. Este período terminó en 2010 con la elección de Sebastián Piñera, primer presidente conservador desde el fin de la dictadura, lo que normalizó la alternancia política en el país sudamericano. Un año después de la reelección de Piñera, es necesario evaluar la política del país, sus riesgos y sus oportunidades para comprender mejor la dirección del país latinoamericano.
Un país asolado por los terremotos
El 27 de febrero de 2010 Chile sufría uno de los episodios más dramáticos de su historia: un seísmo de magnitud 8,8 —el segundo más intenso en toda la historia chilena— dejaba más de 700 muertos en el país. Un mes después, el país vivía otra intensa sacudida, esta vez de carácter político, que suponía un punto y aparte en la historia de la democracia chilena: Sebastián Piñera se convertía en el primer presidente chileno de derechas elegido democráticamente desde la elección de Jorge Alessandri en 1958.
Chile es el país americano peor parado en cuanto a actividad sísmica, lo que ha marcado la historia del país y tiene gran peso en su concepción nacional.Tras el plebiscito popular de 1988, que puso fin a la dictadura militar de Augusto Pinochet, la izquierdista Concertación de Partidos por la Democracia protagonizó la política estatal. El primer presidente tras la dictadura fue el democristiano Patricio Aylwin, vital para comprender la pacífica transición hacia la democracia. Pese a su férreo rechazo al proyecto socialista de Allende —“entre una dictadura marxista y una dictadura de nuestros militares, yo elegiría la segunda”—, fue un claro defensor del no a Pinochet durante la campaña del plebiscito.
El sistema político chileno, marcadamente presidencialista, impide la reelección inmediata del presidente tras los cuatro años de mandato, por lo que, tras capitanear la transición democrática, Aylwin dio paso a su sucesor, el también democristiano Eduardo Frei Ruiz-Tagle. El nuevo líder de Concertación, cuyo padre ya fue presidente de Chile entre 1964 y 1970, ganó al candidato de la derecha por un margen superior al de su predecesor: Frei obtuvo un 58% de los votos, mientras que Aylwin consiguió un 55%. El período Frei supuso la internacionalización de la democracia chilena y de su economía con la firma de diversos acuerdos bilaterales con países como Canadá y el ingreso en foros multilaterales como la Organización Mundial del Comercio en 1995. Ese mismo año el presidente proclamaba que la transición chilena a la democracia había terminado, aunque los vínculos con la dictadura de Pinochet seguían siendo sólidos.
Para ampliar: “La herencia de la dictadura de Pinochet en Chile”, Victoria Ontiveros en El Orden Mundial, 2019
De hecho, uno de los momentos más espinosos del presidente Frei tuvo como protagonista al dictador cesado. En 1998, durante una visita médica a Reino Unido, Pinochet fue detenido en Londres como parte de un proceso de extradición iniciado por el juez de la Audiencia Nacional española Baltasar Garzón. Respecto a dicho arresto, Frei declaró que “los chilenos deben ser juzgados en Chile”, lo que tensó las relaciones entre Chile y España. Pese a que el dictador finalmente fue liberado debido a su delicado estado de salud, el proceso reabrió heridas cerradas en falso y provocó un debate nacional sobre las violaciones de derechos humanos durante la dictadura. Tras perder Pinochet la inmunidad parlamentaria, se iniciaron diversos casos judiciales en su contra, aunque su avanzada edad lo eximió de cumplir condena alguna.
El Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, inaugurado en 2010 por la expresidenta chilena Michelle Bachelet, tiene por objetivo dar a conocer las violaciones de derechos humanos durante la dictadura de Pinochet. Fuente: WikimediaLa vuelta a Chile del general desde Reino Unido se produce en 2000 y coincide con una renovación en las filas de la Concertación. El socialista Ricardo Lagos es elegido sucesor de Frei y toma las riendas del país el 11 de marzo de ese año. Su presidencia estuvo marcada por el progresivo distanciamiento con el período dictatorial, que lo llevó a aprobar 58 reformas de la Constitución, la cual data de tiempos pinochetistas. Asimismo, Chile se ganó las alabanzas internacionales —y un importante número de críticas— debido a su férrea oposición a la guerra de Irak durante su presencia en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Para ampliar: “Ricardo Lagos Escobar”, Roberto Ortiz de Zárate en CIDOB, 2008
Bachelet-Piñera, un tándem político
Los altos índices de aprobación de Lagos contribuyeron a la victoria electoral en 2006 de su sucesora, la socialista Michelle Bachelet, la primera mujer en ocupar el máximo cargo del país. Con una campaña continuista basada en cimentar los logros de su predecesor, Bachelet tomó las riendas de un país en plena transformación, donde los valores tradicionales comenzaban a cuestionarse en la esfera política, especialmente tras la aprobación en 2004 de la ley que legalizaba el divorcio. Hija de un militar torturado y asesinado por la dictadura, Bachelet prometió acabar de una vez por todas con el legado dictatorial y, de hecho, tras la muerte de Pinochet en 2006, la presidenta le negó un funeral de Estado.
Pese a elegir como jefa de Estado a una mujer, el país que heredó la mandataria santiaguina discriminaba enormemente a sus ciudadanas. Según el Informe sobre Brecha de Género de 2006 del Foro Económico Mundial, Chile ocupaba el puesto 78 a nivel mundial, por detrás de países de la región como Brasil o Uruguay. Para paliar esta lacra, el primer Gobierno de Bachelet estuvo compuesto por un mismo número de hombres que de mujeres y “la equidad de género se consolidó como política de Estado”. Gracias a su compromiso, Chile ascendería al número 48 en el informe de 2010, al término de su mandato, aunque numerosas reformas quedarían pendientes. El aborto, por ejemplo, continuaría siendo ilegal en todo el territorio chileno. Asimismo, la violencia machista se mantendría como uno de los graves problemas sociales del país, ya que los casos de feminicidio iban en aumento desde el comienzo del milenio: pasaron de 31 en 2001 a 58 en 2007.
El desgaste de la Concertación tras 20 años de Gobierno y la fragmentación que sufrió durante el Gobierno de Bachelet impidieron una reelección de la izquierda en las presidenciales de 2009. Los signos de desgaste ya se notaron en las municipales de 2008, en las que la derecha logró un éxito histórico y superó a la Concertación, pero no fue hasta la segunda vuelta de las presidenciales, el 17 de enero de 2010, cuando la alternativa conservadora asentó su relevancia política. Sebastián Piñera se convertiría en el primer presidente de derechas en el Chile pos-Pinochet. Pese a que su lema presidencial parecía augurar un punto y aparte en la historia del país —“¡Súmate al cambio!”—, su visión respecto a temas centrales como la economía o la sanidad eran más bien continuistas. Su elección provocó el rechazo de los movimientos progresistas, temerosos de que los considerados sucesores de la ideología pinochetista, la Unión Democrática Independiente, pudieran alcanzar el poder. Consciente del nerviosismo que suscitaba la formación de su gabinete, Piñera eligió como ministros a numerosos tecnócratas, así como a un político de la Concertación, Jaime Ravinet, como ministro de Defensa Nacional.
Piñera recibió un país desolado por el terremoto de 2010 y una economía contraída —el déficit fiscal fue del 4,5% del PIB en 2009—, por lo que la reconstrucción estatal fue una de las primeras medidas tomadas por su Gobierno, que él mismo apodó de “unidad nacional”. El perfil consensual con el que pretendía definirse tenía un claro componente electoral: captar los votos moderados y atraer al ala centrista de Concertación, Democracia Nacional. Dentro de este programa, cabe destacar la presentación en 2011 del proyecto de ley conocido como Acuerdo de Vida en Pareja, que reconocería las uniones civiles entre parejas del mismo sexo. Pese a que las uniones fueron finalmente aprobadas en 2015, bajo el segundo Gobierno de Bachelet, fue un gran avance en el reconocimiento de la diversidad sexual. Sin embargo, el presidente se opuso tajantemente al matrimonio igualitario en numerosas ocasiones y el tema continúa siendo un foco de división política en el país.
Su papel centrista y unificador no le eximió de sufrir una constante en la historia moderna chilena: la movilización estudiantil. Como consecuencia de un modelo educativo neoliberal instaurado durante la dictadura militar, el 70% de los estudiantes chilenos tienen que pedir un crédito para poder costearse los estudios, lo que fomenta la desigualdad social. Esta situación discriminatoria provocó una revuelta histórica en el país a lo largo de 2011, cuando miles de estudiantes tomaron las calles para acabar con esta situación. La respuesta represora del mandatario provocó 300 detenciones y un muerto, lo que hundió su popularidad. Pese a la virulencia de las protestas, la educación chilena continúa siendo un factor de segregación entre la población, y los ciudadanos chilenos actualmente la consideran el cuarto problema al que se debería dedicar un mayor esfuerzo en solucionar.
Para ampliar: “‘Nosotros somos el poder’: un siglo de lucha estudiantil”, María Canora en El Orden Mundial, 2018
La baja popularidad que marcó todo el mandato de Piñera, así como la incesante segregación social que afrontaba el país —desde 2009 hasta 2016 fue el país con mayor desigualdad económica de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)—, provocaron la vuelta al Gobierno de Bachelet y de la Concertación con el 62% de los votos. Tras una campaña polarizada, Bachelet conformó un gabinete desigual en cuanto a sexo —pese a su compromiso con la equidad— y con un amplio programa de reformas estatales. Durante su segundo mandato se despenalizó parcialmente el aborto, aunque solamente en casos de riesgo para la madre, violación o inviabilidad fetal.
México y Chile son los países más desiguales de la OCDE conforme al coeficiente Gini. Fuente: OCDEComo su predecesor conservador, Bachelet fue recibida con manifestaciones estudiantiles multitudinarias que reclamaban una educación superior pública de calidad y gratuita. Su compromiso con la reforma educativa, plasmado en su lema presidencial —“Chile para todos”—, parecía anticipar una nueva etapa para el sistema docente del país; no obstante, sus compromisos no resultaron ser tan exitosos. El modelo educativo, heredado de Pinochet, conserva una estructura que favorece la gestión privada, por lo que un cambio de paradigma será lento y muy costoso.
Para ampliar: “¿Por qué ha sido tan difícil instaurar la educación universitaria gratuita en Chile?”, Constanza Hola en BBC, 2017
Este segundo período bacheletista es considerado por muchos como el más relevante desde el fin de la dictadura chilena. Su reforma tributaria, promulgada para obtener mayores ganancias con las que financiar las reformas sociales, se considera un éxito, pese a que la mandataria tuvo que modificarla posteriormente. Sin embargo, el desgaste presidencial —su primer Gobierno terminó con un 80% de aprobación; el segundo, solo con un 39%—, el fracaso de la reforma educativa y la gran movilización de la derecha favorecieron la vuelta al poder de Piñera en 2018.
¿Un futuro austral?
El nuevo ciclo presidencial instaurado por Piñera tras la victoria con su nueva coalición, Chile Vamos, entró en La Moneda —sede de la presidencia chilena— el 11 de marzo de 2018. El comienzo de su segundo Gobierno fue positivo, especialmente tras una noticia que azuzó el orgullo nacional: la Corte Internacional de Justicia de La Haya dictaminó que Chile no estaba obligado a negociar una salida al océano con Bolivia, país sin acceso tras la pérdida de territorio costero durante la guerra del Pacífico del siglo XIX. Pese a que un victorioso Piñera declaró que era un triunfo “histórico para Chile [y] para el Derecho internacional”, su compromiso con las instituciones multilaterales fue desigual. Esto quedó demostrado con la negativa del presidente a firmar el Pacto Mundial de las Naciones Unidas para una migración Segura, Ordenada y Regular, lo que lo alineó con países como Hungría o Polonia.
Para ampliar: “Bolivia y Chile: mirando hacia el mar”, Benjamín Ramos en El Orden Mundial, 2015
Piñera cerró 2018 con solo un 38% de aprobación popular, en parte por terribles sucesos como el escándalo que rodeó al asesinato del joven mapuche Camilo Catrillanca a manos de la policía, así como por una crítica generalizada al propio sistema. Sumado a la necesaria reforma educativa, Chile precisa de un nuevo modelo sanitario que asegure una cobertura eficiente a la población y reduzca las desigualdades. En 2017, por ejemplo, uno de cada siete fallecidos esperaba a ser atendido en el sistema de salud público y los “gastos de bolsillo” —aquellos no cubiertos por el sistema de salud— son elevados al compararlos con los de otros países. Según el Centro de Estudios Públicos chileno, seis de cada diez ciudadanos creen que no podrían pagar la atención necesaria ante una enfermedad grave, lo que explica por qué la salud está considerada el tercer problema de los chilenos en la actualidad.
Para ampliar: “Health Policy in Chile”, OCDE, 2016
Chile es un país de grandes contrastes. Pese a que es una de las economías más estables del continente americano, la gran desigualdad existente entre la población lastra su éxito. Un modelo educativo ineficaz, las sombras del sistema sanitario o el fracaso del régimen de pensiones perpetúan un modelo neoliberal instaurado en tiempos de Pinochet que impide el asentamiento de un Estado del bienestar sólido y resistente. Gobiernos de izquierda y de derecha han sabido mantener la cohesión social durante la alternancia de poder gracias a una visión compartida de modelo de sociedad y de país, pero es el momento de que este continuismo evolucione hacia un verdadero compromiso con la igualdad. De lo contrario, Chile corre el riesgo de polarizarse y evolucionar hacia una sociedad de castas, como otros países en una situación parecida.
El aumento del descontento social derivado de esta desigualdad puede generar el escenario perfecto para que emerjan movimientos populistas que instrumentalicen dicho desencanto y desestabilicen el sistema democrático. “Chile, la alegría ya viene”, lema utilizado por los partidos que pedían el no durante el referéndum a Pinochet, puede correr el riesgo de convertirse en un espejismo utópico más que en una realidad que estructure el país austral.
Para ampliar: Historia mínima de Chile, Rafael Sagredo Baeza, 2014
Chile, la creación de un proyecto de futuro fue publicado en El Orden Mundial - EOM.