Camila Valdivia, llegó a colaborar a la escuela rural de Nakifuma, una pequeña villa en la periferia de Kampala, capital del país africano.
Después de vivir un año en Australia trabajando con la visa “Working Holiday” y luego de pensarlo mucho, Camila Valdivia decidió viajar a África. Esta ecóloga antofagastina se decidió por Uganda y le escribió a Suubi Community Projects, una ONG local. Su director inmediatamente le respondió: “Necesitamos mucha ayuda, así que ven cuando quieras. Nosotros te vamos a recibir con los brazos abiertos”. Así fue cómo Camila comenzó a trabajar en la escuela comunitaria “Kabawaala”.
Uganda es conocida como “La Perla de África” (dicen que Winston Churchill la bautizó así), por la fertilidad de su tierra y por su biodiversidad. Es un cotizado destino turístico, con múltiples parques y áreas protegidas que impresionan a los visitantes con su intenso color verde. El río Nilo, el más largo del mundo, nace en ese país. Sin embargo, toda esa belleza, contrasta con las necesidades de su población.
“Es impresionante porque tiras lo que sea a la tierra y crece. Sin embargo, la gente que vive en la periferia sobrevive con los recursos que tiene a la mano, comen lo que se dé en su patio y nada más. Entonces igual tienen un desbalance en su dieta”, explica Camila. En pueblos como Nakifuma, cercanos a la capital Kampala la gente fabrica ladrillos con tierra roja y construye sus propias casas, pero no cuentan con luz ni agua. Al no haber alcantarillado, se ve todo el tiempo a los pobladores acarreando bidones de 20 litros, entre ellos niños pequeños, que a veces caminan kilómetros para llevar agua a sus casas.
Camila llegó en febrero pasado a quedarse en Wakiso, otra villa cercana a Kampala. Desde ahí viajaba todos los días alrededor de una hora y media para llegar a la escuela, “Yo pensaba hacer clases, pero me di cuenta de que era lo menos que iba a poder hacer. Nunca pensé que iba a llegar a una escuela en condiciones tan precarias: las salas contaban solamente con cuatro paredes y un pizarrón, pero no había recursos ni para comprar tiza. Los profesores eran voluntarios que no estaban capacitados, y los niños no hablaban inglés (uno de los dos idiomas oficiales, junto con el poco hablado suajili) sino luganda, uno de los dialectos locales más extendidos”, relata la voluntaria, oriunda de Antofagasta.
Según señalo “Marcachile” , La escuela Kabawaala tenía cerca de 350 niños entre tres y 14 años divididos en solo dos salas y cinco cursos. Debido a esta problemática, la ONG Suubi invirtió todo el dinero que recibe trimestralmente de una ONG en Luxemburgo en construir un segundo pabellón. No quedaron recursos para cubrir otras necesidades básicas de los escolares.
“Los niños estaban comiendo nada más que maicena con agua y azúcar una vez al día. Algunas veces por semana podían tener un almuerzo que consistía en porotos con arroz o con ‘posho’, una masa que se prepara con maicena”, cuenta Camila. Y además comenta su sorpresa por la resistencia de los menores, quienes soportaban toda la jornada escolar -de 8 am a 4pm- comiendo solo eso.
A los pocos días de conocer esta realidad, Camila decidió hacer una campaña para juntar recursos vía Instagram. Según cuenta, dinero es lo que más se necesita porque, aunque se quiera enviar otras cosas, como un container, por ejemplo, finalmente se vuelve contraproducente por los impuestos y gastos asociados.
Camila Valdivia es oriunda de Antofagasta. “Suubi” en luganda significa “esperanza”, por lo que la campaña se tituló así: “Suubi is hope” (Suubi es esperanza). Camila creó una cuenta de Instagram, un perfil de Facebook y comenzó a grabar videos para sensibilizar a los usuarios de redes sociales. Debido a la poca señal y capacidad de su internet móvil, un amigo desde Chile ayudaba a manejar las redes sociales, mientras que su hermano sería el encargado de enviarle el dinero recaudado en su cuenta bancaria.
La meta era de $US 5 mil ($3 millones). Se superó con creces, lo que permitió financiar alimentos para todos los niños de la escuela durante un trimestre, además de sillas, pizarras, perchas, útiles escolares y hasta una mochila para cada uno de ellos. Para la chilena, la escuela vivió “más que una mejoría, una transformación”, porque las salas quedaron totalmente equipadas y los profesores ahora tienen mejores herramientas para enseñar.
Camila regresó a Chile después de un intenso mes y medio en Uganda. La campaña ya terminó, pero ella seguirá conectada con la escuela de Nakifuma, y tiene planes de volver. “Si alguien está interesado en ayudar a otras escuelas, creando, por ejemplo, un laboratorio de computación para mejorar la educación o el acceso internet, o ya sea colaborando en un proyecto vinculado al agua”, concluyó.
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