Revista En Femenino
El cine, como forma de arte, suscita experiencias en los espectadores y los interpela de modos inusitados respecto a situaciones cotidianas. En ello reside buena parte de su potencial transformador de la sociedad. Quien asiste a una proyección cinematográfica puede habitar durante minutos u horas ‘la piel’ de otro e identificarse con los personajes no sólo a nivel racional, sino también emotivo. Estas características lo singularizan frente a otro tipo de discursos como los activistas y académicos, y ofrecen posibilidades de transformar imaginarios sociales. Es por ello que el cine ha desempeñado un importante papel para los movimientos sociales, además de ser una herramienta de difusión y denuncia.
Pese a ello, la industria cinematográfica sigue siendo dominada por hombres. En la historia de los premios Óscar –que se remonta a 1929 con su primera entrega– sólo una mujer ha recibido la mayor distinción como directora. Se trata de Kathryn Bigelow, quien obtuvo este reconocimiento con su película The Hurt Locker (2009) (traducida en algunos países como Vivir al Límite), que trata sobre la guerra en el mundo contemporáneo. Antes sólo hubo nominadas.
Hay una importante omisión de directoras en esta premiación. Más allá de que la industria de Hollywood sea vista como muy conservadora, es claro que sostiene un “antiguo criterio patriarcal, de raza blanca y esencialmente heterosexual”, afirma Felipe Blanco, programador y crítico de cine. El certamen, explica, establece “un cierto tipo de canon creativo y estético que ha tenido gran influencia cultural en la medida que copa las pantallas de todo el mundo”.
A esto se suma la baja proporción de mujeres directoras en todo el mundo y el hecho de que la gran mayoría de miembros de la Academia de Hollywood sean hombres. Según un estudio de Los Angeles Times efectuado en 2012, sólo el 23 % de los más de 6.000 miembros de la Academia son mujeres, el 94% es de raza blanca y el 2 % tiene menos de 40 años. Más del 90% de las producciones de cine y televisión estadounidenses fueron dirigidas por hombres.
El panorama no es muy diferente en el resto del mundo. Es por ello que en el Festival de cine de Berlín de este año, por primera vez se reunieron mujeres de varios países con el fin de analizar su rol en la industria audiovisual y pedir mayor igualdad. El encuentro denominado You cannot be serious - A discussion on the status of women (No puedes estar hablando en serio - Un debate sobre el estatus de la mujer) fue impulsado por el International Women’s Film Festival Dortmund/Cologne y el Athena Film Festival de Nueva York, con el apoyo de la European Women"s Audiovisual Network (EWA) y Mujeres Iberoamericanas del Cine y Medios Audiovisuales (MICA).
En el contexto regional, Chile vive un auge de producciones cinematográficas. En 2012 se filmaron cerca de 40 películas, una cifra inédita hasta ese momento. Este hecho llama aún más la atención si se compara con la producción durante la dictadura de Pinochet, que entre 1973 y 1990 registró 8 filmes. Además, este año el cine y la televisión chilena participarán en 18 festivales y mercados del mundo.
Junto con el aumento exponencial de las producciones nacionales, el cine chileno fue reconocido en importantes festivales internacionales. Recientemente, la película No (2012) fue nominada a mejor producción extranjera en los Óscar, y la actriz Paulina García ganó el Oso de Plata por su papel protagónico en Gloria (2013), en la última Berlinale.
Pero las auspiciosas cifras no son las mismas cuando se analiza el sexo de los directores/as. Entre 2001 y 2010, sólo el 15% de las películas chilenas fueron dirigidas por mujeres, un 5% más que en Estados Unidos y Europa.
Pese a ello, advierte Felipe Blanco, las producciones chilenas dirigidas por mujeres han recibido varias distinciones en los últimos dos años. Joven y Alocada (2012) de Marialy Rivas, ganó el premio a mejor guión en el Festival de Sundance; De jueves a Domingo (2012) de Dominga Sotomayor fue la película ganadora del Festival de Rotterdam. Este año Il Futuro (2013) de Alicia Scherson fue también premiada en Rotterdam. El verano de los peces voladores (2013) de Marcela Said y Asunción (2013) de Camila Luna representarán a Chile en Cannes 2013. “Entonces, hay que considerar no sólo la paridad en números, sino también la calidad de las películas que están siendo rodadas por mujeres en la actualidad”, consigna el experto.
La directora del Festival de Cine de Mujeres de Santiago – FEMCINE, Antonella Estévez, afirma que el espacio chileno está siendo tomado por mujeres con mucha fuerza, pero advierte que aún no se cuenta con la misma cantidad de hombres y de mujeres filmando. “Durante los últimos tres años hemos visto como nunca antes una cantidad de mujeres empoderadas, con cámara en mano contando sus propias historias. Sospecho que eso está pasando en otros lugares del continente, pero todavía es un fenómeno minoritario, y las mujeres –como en casi todos los ámbitos–, tienen menos representación que los hombres”, señala.
En este sentido, FEMCINE, que cumple tres años de existencia, ha buscado propiciar un espacio de encuentro diferente, que dé mayor visibilidad a las cineastas. Este año contó con cerca de 5 mil asistentes, lo que significó todo un éxito para sus organizadoras. Las mujeres en el cine chileno
La presencia de realizadoras chilenas data de la época del cine mudo, con la obra de Gabriela von Bussenius. No obstante, durante muchos años, el cine sonoro no registró mujeres directoras. En este panorama se destaca Valeria Sarmiento, viuda del reconocido director Raúl Ruiz que, además de trabajar como montajista en casi todas las películas de su marido, fue conocida por Mi Boda Contigo (1984). A finales del año pasado estrenó en París Las Líneas de Wellington.
Durante la dictadura, Tatiana Gaviola fue prácticamente la única cineasta activa. La acompañaron la documentalista Carmen Castillo y la realizadora de cine animado Vivianne Barry. “Soy una de las primeras mujeres en el cine chileno, en la vanguardia; y en esa época era súper difícil crear un espacio para el desarrollo del cine”, relata Gaviola. Recuerda que en esos años el cine era militante. En 1983, su obra Tantas Vidas, una historia registró el quehacer de mujeres pobladoras en plena dictadura que participaban en talleres de desarrollo personal. “Era una época en la que teníamos tanto miedo, y no sólo a la dictadura. Estaba el miedo a ser mujer y a tener la capacidad de pelear un espacio”, recuerda.
La directora siente que hoy esas dificultades se han superado y que el cine también se ha beneficiado de los cambios sociales y políticos. Su generación jamás imaginó una mujer Presidenta, ni la existencia de una institucionalidad que promoviera el desarrollo de las artes.
En 2004, gracias a una serie de políticas públicas implementadas por el Estado chileno, se promulgó una Ley de Fomento que establece un fondo destinado a la producción y un consejo para administrarlo. Esta ley representó un estímulo para un importante grupo de cineastas, en su mayoría menores de 40 años. Gaviola trabajó en este proceso. “Las mujeres de hoy cuentan con esta infraestructura, hay más escuelas de cine, por lo que creo que las nuevas cineastas graban con más soltura y usan un lenguaje más libre. En mi caso, hubo una represión externa e interna, así como obstáculos reales para producir cine”, precisa.
Nuevas generaciones
En los últimos años ha crecido el número de cineastas mujeres. A partir del año 2000 se dieron a conocer nombres como el de Alicia Scherson y el de nuevas realizadoras con formación profesional: Nayra Ilic, Elisa Eliash, Constanza Fernández, Marialy Rivas, Dominga Sotomayor, entre otras.
En el caso de documentalistas, el número es un poco mayor: Marcela Said, Macarena Aguiló, Pamela Pequeño, Lorena Giachino, Pachi Bustos, Tiziana Paniza, Paola Castillo, María Elena Wood, Catalina Vergara, Tatiana Lorca, Paula Rodríguez, Patricia Correa, Valentina Mac-Pherson, Teresa Arredondo y Maite Alberdi. Esta última, con sólo 28 años, dirigió El Salvavidas (2011) que fue premiada en el Festival de cine de Valdivia y participó en el IDFA de Amsterdam.
Para Nayra Ilic, directora de Metro Cuadrado (2011), este aumento en el número de cineastas se corresponde con el avance general de las mujeres en otras áreas profesionales. “Hay mujeres que son directoras de fotos y conozco grandes productoras ejecutivas. Antes, esos eran universos masculinos vetados para nosotras. Creo que las mujeres hoy estamos mucho más presentes y más activas que antes”, indica la realizadora.
Teresa Arredondo, directora de Sibila (2012), coincide en que el arte se está consolidando en un espacio de mayor libertad para las mujeres, donde “las latinoamericanas, y en especial las chilenas, tanto en el arte en general como en el cine en particular, se están apropiado poco a poco de ese lugar”.
Lo que ocurre en el cine está en sintonía con la posición de las mujeres en otras áreas de la economía, según Blanco. El especialista explica que en la última década el aumento de directoras en el país se debe exclusivamente a la proliferación de escuelas de cine, lo que ha incidido en el número de estudiantes de artes audiovisuales y en la oferta laboral en disciplinas afines como dirección de fotografía, dirección de arte, asistencia de dirección, montaje, etcétera.
No obstante, el aumento de escuelas de cine no es garantía de una enseñanza a favor de la equidad de género. Ilic recuerda que estudió en una escuela en la que “casi todos los profesores eran hombres y en la que catalogaban las producciones audiovisuales que hacíamos las mujeres como cine femenino, pero en un tono menospreciador”. ¿Mirada de mujer?
En los últimos años se ha popularizado el uso muchas veces indiferenciado de términos como ‘cine feminista’, ‘cine de mujeres’ y ‘cine femenino’ para referirse a la producción cinematográfica de mujeres. El primero, está enmarcado en posturas políticas concretas y es un hecho que el cine dirigido por mujeres no es necesariamente feminista, ni el cine feminista es dirigido por mujeres.
Por su parte, ‘cine de mujeres’ no describe más que un corpus relacionado con el género de sus autoras. El último término, ‘cine femenino’, apuntaría más a las características sociales atribuidas a las mujeres (lo sensible, lo sentimental, lo emotivo), así como al tono del relato fílmico o del público al que va dirigido, más que al sexo de su autora.
Al respecto, Blanco advierte que le cuesta pensar en términos de un cine de mujeres por ser una “distinción reduccionista frente a la riqueza de la obra de cineastas como Elisa Eliash, Nayra Ilic, Alicia Scherson o Marialy Rivas”.
Con frecuencia se señala que existen rasgos comunes en las realizaciones de mujeres cineastas, como el hecho de hacer protagonistas a otras mujeres. Sin embargo, para el especialista “las películas son mucho más amplias que sus líneas argumentales esenciales”, y afirma que aunque puede existir “una visión de mujer que organiza y prioriza las vetas narrativas, los temas abordados son universales y no tienen por qué ser asociados a un hombre o a una mujer”.
Ilic tampoco se siente cómoda con la etiqueta de ‘cine de mujeres’ o ‘femenino’. Para la joven directora, “ser mujer y hablar sobre temáticas de mujeres plantea unas propiedades de las cuales los hombres estarían excluidos, pese a que hay grandes películas dirigidas por hombres que abordan la temática ‘femenina’ y la desarrollan muy bien”, precisa.
Por su parte, Arredondo afirma que en algunos casos es posible hablar de ‘cine de mujeres’, aunque aclara que ella no se siente parte del mismo. “Más allá del género, cada director o directora decide contar lo que le resulta imprescindible en cierto momento”, opina. Respecto a su trabajo señala que si bien el género no juega un papel central en el abordaje de los temas, sí reconoce en él una “mirada femenina”.
No obstante lo anterior, las directoras coinciden en la importancia de realizar festivales y muestras de cine en torno a estos temas, así como en emplear el cine como un lenguaje para cuestionar las desigualdades entre hombres y mujeres. Para Ilic esto resulta notable en tanto destaca el esfuerzo de las mujeres para difundir sus producciones, aunque advierte el peligro de que estas distinciones puedan contribuir a la segregación de temáticas según el género.
Contrario a lo que afirman algunos, Estévez cree que la discusión sobre la existencia o no de un cine de mujeres aún no está superada, ya que los modos culturales a través de los cuales se define lo masculino y lo femenino se ponen en juego en las narraciones cinematográficas. De ahí que su apuesta sea cuestionar estas estructuras acudiendo al mismo lenguaje: “a través del cine hecho por mujeres buscamos demostrar que tenemos distintos intereses, distintas miradas, distintos gustos y distintas formas de acercarnos a la realidad”, afirma.
En este sentido considera reveladora la obra de Bigelow, quien no hace películas acerca de la maternidad o el amor. “Es una mujer contando historias de guerra, pero claramente con una sensibilidad y un punto de vista femenino”, señala. Estévez entiende que muchas realizadoras no quieran ser identificadas con estas categorías, ni mucho menos un trato especial por el hecho de ser mujeres. “Creo que hay mucho temor a la ‘discriminación positiva’. Es difícil hacer tu película y que después te digan que estuviste ahí por el hecho de ser mujer”, comenta. Mujeres representadas
Para Felipe Blanco, las luchas feministas de la década de 1970 tuvieron gran impacto en los modos de representar a las mujeres en el cine. “La obra de Chantal Akerman, Marguerite Duras y antes la figura de Agnès Varda fueron fundamentales, pero sus obras sólo se explican en el contexto de las nuevas olas y de lo que hoy entendemos como cine moderno”,explica.
En opinión de Estévez, el aumento en el número de realizadoras en Chile ha contribuido particularmente a la diversificación de las imágenes sobre las mujeres. Una muestra de ello son las películas proyectadas en FEMCINE, entre las que se cuentan un documental de Pamela Pequeño sobre una profesora mapuche que enseña mapudungun en un colegio; así como el documental Rosita: la favorita del Tercer Reich (2012) de Pablo Berthelon, que narra la historia de una cantante chilena (Rosa Serrano) muy popular en la Alemania Nazi, pero que luego de ofrecer un espectáculo musical a niños judíos en Suecia fue considerada traidora. Al respecto, Estévez señala que estos y otros personajes muestran “mujeres empoderadas, conscientes de su espacio y exigentes respecto del lugar que deben ocupar en el mundo”.
Teresa (2009), la última película de Tatiana Gaviola, narra la historia poco conocida de la escritora Teresa Wilms Montt, amiga del poeta Vicente Huidobro, que fue recluida en un convento por un Tribunal Familiar como castigo por haberle sido infiel a su esposo. El personaje de Sibila, es una mujer que estuvo encerrada durante 14 años en cárceles de alta seguridad del Perú, tras ser acusada de militancia en Sendero luminoso. Su vida se enmarca en la lucha por sus convicciones, explica Teresa Arredondo.
El filme Joven y Alocada, por su parte, cuenta la vida de una adolescente bisexual que mantiene un blog donde relata su vida y sus conflictos en el seno de una familia evangélica. Turistas (2009) de Alicia Scherson, tiene como protagonista a una mujer que durante unas vacaciones es abandonada por su esposo luego de que le confiesa haber abortado sin consultarle.
En general, son personajes que están en crisis con lo que les rodea y con lo que les toca vivir. Algunos tienen la posibilidad de decidir si quieren estar allí o no, mientras que otros están condenados. Para Blanco, las películas cuyos personajes centrales son mujeres “hablan de conflictos permanente con su entorno”. Sin embargo, señala, esa es una característica del cine chileno reciente y una impronta generacional que poco tiene que ver con el género.
Al respecto, Estévez difiere. La directora defiende la existencia de un cine de mujeres y aboga por la implementación de acciones afirmativas que permitan acabar con la participación desigual de las mujeres en el cine chileno y cambiar la forma en que son retratadas. “Si bien más películas sobre mujeres no quiere decir que éstas serán mejor representadas, al aumentar el número de películas realizadas por ellas crece también la probabilidad de ver personajes femeninos interpretando roles diferentes”, concluye. Fuente: Clam
Pese a ello, la industria cinematográfica sigue siendo dominada por hombres. En la historia de los premios Óscar –que se remonta a 1929 con su primera entrega– sólo una mujer ha recibido la mayor distinción como directora. Se trata de Kathryn Bigelow, quien obtuvo este reconocimiento con su película The Hurt Locker (2009) (traducida en algunos países como Vivir al Límite), que trata sobre la guerra en el mundo contemporáneo. Antes sólo hubo nominadas.
Hay una importante omisión de directoras en esta premiación. Más allá de que la industria de Hollywood sea vista como muy conservadora, es claro que sostiene un “antiguo criterio patriarcal, de raza blanca y esencialmente heterosexual”, afirma Felipe Blanco, programador y crítico de cine. El certamen, explica, establece “un cierto tipo de canon creativo y estético que ha tenido gran influencia cultural en la medida que copa las pantallas de todo el mundo”.
A esto se suma la baja proporción de mujeres directoras en todo el mundo y el hecho de que la gran mayoría de miembros de la Academia de Hollywood sean hombres. Según un estudio de Los Angeles Times efectuado en 2012, sólo el 23 % de los más de 6.000 miembros de la Academia son mujeres, el 94% es de raza blanca y el 2 % tiene menos de 40 años. Más del 90% de las producciones de cine y televisión estadounidenses fueron dirigidas por hombres.
El panorama no es muy diferente en el resto del mundo. Es por ello que en el Festival de cine de Berlín de este año, por primera vez se reunieron mujeres de varios países con el fin de analizar su rol en la industria audiovisual y pedir mayor igualdad. El encuentro denominado You cannot be serious - A discussion on the status of women (No puedes estar hablando en serio - Un debate sobre el estatus de la mujer) fue impulsado por el International Women’s Film Festival Dortmund/Cologne y el Athena Film Festival de Nueva York, con el apoyo de la European Women"s Audiovisual Network (EWA) y Mujeres Iberoamericanas del Cine y Medios Audiovisuales (MICA).
En el contexto regional, Chile vive un auge de producciones cinematográficas. En 2012 se filmaron cerca de 40 películas, una cifra inédita hasta ese momento. Este hecho llama aún más la atención si se compara con la producción durante la dictadura de Pinochet, que entre 1973 y 1990 registró 8 filmes. Además, este año el cine y la televisión chilena participarán en 18 festivales y mercados del mundo.
Junto con el aumento exponencial de las producciones nacionales, el cine chileno fue reconocido en importantes festivales internacionales. Recientemente, la película No (2012) fue nominada a mejor producción extranjera en los Óscar, y la actriz Paulina García ganó el Oso de Plata por su papel protagónico en Gloria (2013), en la última Berlinale.
Pero las auspiciosas cifras no son las mismas cuando se analiza el sexo de los directores/as. Entre 2001 y 2010, sólo el 15% de las películas chilenas fueron dirigidas por mujeres, un 5% más que en Estados Unidos y Europa.
Pese a ello, advierte Felipe Blanco, las producciones chilenas dirigidas por mujeres han recibido varias distinciones en los últimos dos años. Joven y Alocada (2012) de Marialy Rivas, ganó el premio a mejor guión en el Festival de Sundance; De jueves a Domingo (2012) de Dominga Sotomayor fue la película ganadora del Festival de Rotterdam. Este año Il Futuro (2013) de Alicia Scherson fue también premiada en Rotterdam. El verano de los peces voladores (2013) de Marcela Said y Asunción (2013) de Camila Luna representarán a Chile en Cannes 2013. “Entonces, hay que considerar no sólo la paridad en números, sino también la calidad de las películas que están siendo rodadas por mujeres en la actualidad”, consigna el experto.
La directora del Festival de Cine de Mujeres de Santiago – FEMCINE, Antonella Estévez, afirma que el espacio chileno está siendo tomado por mujeres con mucha fuerza, pero advierte que aún no se cuenta con la misma cantidad de hombres y de mujeres filmando. “Durante los últimos tres años hemos visto como nunca antes una cantidad de mujeres empoderadas, con cámara en mano contando sus propias historias. Sospecho que eso está pasando en otros lugares del continente, pero todavía es un fenómeno minoritario, y las mujeres –como en casi todos los ámbitos–, tienen menos representación que los hombres”, señala.
En este sentido, FEMCINE, que cumple tres años de existencia, ha buscado propiciar un espacio de encuentro diferente, que dé mayor visibilidad a las cineastas. Este año contó con cerca de 5 mil asistentes, lo que significó todo un éxito para sus organizadoras. Las mujeres en el cine chileno
La presencia de realizadoras chilenas data de la época del cine mudo, con la obra de Gabriela von Bussenius. No obstante, durante muchos años, el cine sonoro no registró mujeres directoras. En este panorama se destaca Valeria Sarmiento, viuda del reconocido director Raúl Ruiz que, además de trabajar como montajista en casi todas las películas de su marido, fue conocida por Mi Boda Contigo (1984). A finales del año pasado estrenó en París Las Líneas de Wellington.
Durante la dictadura, Tatiana Gaviola fue prácticamente la única cineasta activa. La acompañaron la documentalista Carmen Castillo y la realizadora de cine animado Vivianne Barry. “Soy una de las primeras mujeres en el cine chileno, en la vanguardia; y en esa época era súper difícil crear un espacio para el desarrollo del cine”, relata Gaviola. Recuerda que en esos años el cine era militante. En 1983, su obra Tantas Vidas, una historia registró el quehacer de mujeres pobladoras en plena dictadura que participaban en talleres de desarrollo personal. “Era una época en la que teníamos tanto miedo, y no sólo a la dictadura. Estaba el miedo a ser mujer y a tener la capacidad de pelear un espacio”, recuerda.
La directora siente que hoy esas dificultades se han superado y que el cine también se ha beneficiado de los cambios sociales y políticos. Su generación jamás imaginó una mujer Presidenta, ni la existencia de una institucionalidad que promoviera el desarrollo de las artes.
En 2004, gracias a una serie de políticas públicas implementadas por el Estado chileno, se promulgó una Ley de Fomento que establece un fondo destinado a la producción y un consejo para administrarlo. Esta ley representó un estímulo para un importante grupo de cineastas, en su mayoría menores de 40 años. Gaviola trabajó en este proceso. “Las mujeres de hoy cuentan con esta infraestructura, hay más escuelas de cine, por lo que creo que las nuevas cineastas graban con más soltura y usan un lenguaje más libre. En mi caso, hubo una represión externa e interna, así como obstáculos reales para producir cine”, precisa.
Nuevas generaciones
En los últimos años ha crecido el número de cineastas mujeres. A partir del año 2000 se dieron a conocer nombres como el de Alicia Scherson y el de nuevas realizadoras con formación profesional: Nayra Ilic, Elisa Eliash, Constanza Fernández, Marialy Rivas, Dominga Sotomayor, entre otras.
En el caso de documentalistas, el número es un poco mayor: Marcela Said, Macarena Aguiló, Pamela Pequeño, Lorena Giachino, Pachi Bustos, Tiziana Paniza, Paola Castillo, María Elena Wood, Catalina Vergara, Tatiana Lorca, Paula Rodríguez, Patricia Correa, Valentina Mac-Pherson, Teresa Arredondo y Maite Alberdi. Esta última, con sólo 28 años, dirigió El Salvavidas (2011) que fue premiada en el Festival de cine de Valdivia y participó en el IDFA de Amsterdam.
Para Nayra Ilic, directora de Metro Cuadrado (2011), este aumento en el número de cineastas se corresponde con el avance general de las mujeres en otras áreas profesionales. “Hay mujeres que son directoras de fotos y conozco grandes productoras ejecutivas. Antes, esos eran universos masculinos vetados para nosotras. Creo que las mujeres hoy estamos mucho más presentes y más activas que antes”, indica la realizadora.
Teresa Arredondo, directora de Sibila (2012), coincide en que el arte se está consolidando en un espacio de mayor libertad para las mujeres, donde “las latinoamericanas, y en especial las chilenas, tanto en el arte en general como en el cine en particular, se están apropiado poco a poco de ese lugar”.
Lo que ocurre en el cine está en sintonía con la posición de las mujeres en otras áreas de la economía, según Blanco. El especialista explica que en la última década el aumento de directoras en el país se debe exclusivamente a la proliferación de escuelas de cine, lo que ha incidido en el número de estudiantes de artes audiovisuales y en la oferta laboral en disciplinas afines como dirección de fotografía, dirección de arte, asistencia de dirección, montaje, etcétera.
No obstante, el aumento de escuelas de cine no es garantía de una enseñanza a favor de la equidad de género. Ilic recuerda que estudió en una escuela en la que “casi todos los profesores eran hombres y en la que catalogaban las producciones audiovisuales que hacíamos las mujeres como cine femenino, pero en un tono menospreciador”. ¿Mirada de mujer?
En los últimos años se ha popularizado el uso muchas veces indiferenciado de términos como ‘cine feminista’, ‘cine de mujeres’ y ‘cine femenino’ para referirse a la producción cinematográfica de mujeres. El primero, está enmarcado en posturas políticas concretas y es un hecho que el cine dirigido por mujeres no es necesariamente feminista, ni el cine feminista es dirigido por mujeres.
Por su parte, ‘cine de mujeres’ no describe más que un corpus relacionado con el género de sus autoras. El último término, ‘cine femenino’, apuntaría más a las características sociales atribuidas a las mujeres (lo sensible, lo sentimental, lo emotivo), así como al tono del relato fílmico o del público al que va dirigido, más que al sexo de su autora.
Al respecto, Blanco advierte que le cuesta pensar en términos de un cine de mujeres por ser una “distinción reduccionista frente a la riqueza de la obra de cineastas como Elisa Eliash, Nayra Ilic, Alicia Scherson o Marialy Rivas”.
Con frecuencia se señala que existen rasgos comunes en las realizaciones de mujeres cineastas, como el hecho de hacer protagonistas a otras mujeres. Sin embargo, para el especialista “las películas son mucho más amplias que sus líneas argumentales esenciales”, y afirma que aunque puede existir “una visión de mujer que organiza y prioriza las vetas narrativas, los temas abordados son universales y no tienen por qué ser asociados a un hombre o a una mujer”.
Ilic tampoco se siente cómoda con la etiqueta de ‘cine de mujeres’ o ‘femenino’. Para la joven directora, “ser mujer y hablar sobre temáticas de mujeres plantea unas propiedades de las cuales los hombres estarían excluidos, pese a que hay grandes películas dirigidas por hombres que abordan la temática ‘femenina’ y la desarrollan muy bien”, precisa.
Por su parte, Arredondo afirma que en algunos casos es posible hablar de ‘cine de mujeres’, aunque aclara que ella no se siente parte del mismo. “Más allá del género, cada director o directora decide contar lo que le resulta imprescindible en cierto momento”, opina. Respecto a su trabajo señala que si bien el género no juega un papel central en el abordaje de los temas, sí reconoce en él una “mirada femenina”.
No obstante lo anterior, las directoras coinciden en la importancia de realizar festivales y muestras de cine en torno a estos temas, así como en emplear el cine como un lenguaje para cuestionar las desigualdades entre hombres y mujeres. Para Ilic esto resulta notable en tanto destaca el esfuerzo de las mujeres para difundir sus producciones, aunque advierte el peligro de que estas distinciones puedan contribuir a la segregación de temáticas según el género.
Contrario a lo que afirman algunos, Estévez cree que la discusión sobre la existencia o no de un cine de mujeres aún no está superada, ya que los modos culturales a través de los cuales se define lo masculino y lo femenino se ponen en juego en las narraciones cinematográficas. De ahí que su apuesta sea cuestionar estas estructuras acudiendo al mismo lenguaje: “a través del cine hecho por mujeres buscamos demostrar que tenemos distintos intereses, distintas miradas, distintos gustos y distintas formas de acercarnos a la realidad”, afirma.
En este sentido considera reveladora la obra de Bigelow, quien no hace películas acerca de la maternidad o el amor. “Es una mujer contando historias de guerra, pero claramente con una sensibilidad y un punto de vista femenino”, señala. Estévez entiende que muchas realizadoras no quieran ser identificadas con estas categorías, ni mucho menos un trato especial por el hecho de ser mujeres. “Creo que hay mucho temor a la ‘discriminación positiva’. Es difícil hacer tu película y que después te digan que estuviste ahí por el hecho de ser mujer”, comenta. Mujeres representadas
Para Felipe Blanco, las luchas feministas de la década de 1970 tuvieron gran impacto en los modos de representar a las mujeres en el cine. “La obra de Chantal Akerman, Marguerite Duras y antes la figura de Agnès Varda fueron fundamentales, pero sus obras sólo se explican en el contexto de las nuevas olas y de lo que hoy entendemos como cine moderno”,explica.
En opinión de Estévez, el aumento en el número de realizadoras en Chile ha contribuido particularmente a la diversificación de las imágenes sobre las mujeres. Una muestra de ello son las películas proyectadas en FEMCINE, entre las que se cuentan un documental de Pamela Pequeño sobre una profesora mapuche que enseña mapudungun en un colegio; así como el documental Rosita: la favorita del Tercer Reich (2012) de Pablo Berthelon, que narra la historia de una cantante chilena (Rosa Serrano) muy popular en la Alemania Nazi, pero que luego de ofrecer un espectáculo musical a niños judíos en Suecia fue considerada traidora. Al respecto, Estévez señala que estos y otros personajes muestran “mujeres empoderadas, conscientes de su espacio y exigentes respecto del lugar que deben ocupar en el mundo”.
Teresa (2009), la última película de Tatiana Gaviola, narra la historia poco conocida de la escritora Teresa Wilms Montt, amiga del poeta Vicente Huidobro, que fue recluida en un convento por un Tribunal Familiar como castigo por haberle sido infiel a su esposo. El personaje de Sibila, es una mujer que estuvo encerrada durante 14 años en cárceles de alta seguridad del Perú, tras ser acusada de militancia en Sendero luminoso. Su vida se enmarca en la lucha por sus convicciones, explica Teresa Arredondo.
El filme Joven y Alocada, por su parte, cuenta la vida de una adolescente bisexual que mantiene un blog donde relata su vida y sus conflictos en el seno de una familia evangélica. Turistas (2009) de Alicia Scherson, tiene como protagonista a una mujer que durante unas vacaciones es abandonada por su esposo luego de que le confiesa haber abortado sin consultarle.
En general, son personajes que están en crisis con lo que les rodea y con lo que les toca vivir. Algunos tienen la posibilidad de decidir si quieren estar allí o no, mientras que otros están condenados. Para Blanco, las películas cuyos personajes centrales son mujeres “hablan de conflictos permanente con su entorno”. Sin embargo, señala, esa es una característica del cine chileno reciente y una impronta generacional que poco tiene que ver con el género.
Al respecto, Estévez difiere. La directora defiende la existencia de un cine de mujeres y aboga por la implementación de acciones afirmativas que permitan acabar con la participación desigual de las mujeres en el cine chileno y cambiar la forma en que son retratadas. “Si bien más películas sobre mujeres no quiere decir que éstas serán mejor representadas, al aumentar el número de películas realizadas por ellas crece también la probabilidad de ver personajes femeninos interpretando roles diferentes”, concluye. Fuente: Clam
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