Revista Diario
Ella está caliente. Sus gemidos son continuos y chillones, y por primera vez sé leerlos. Es extraña la sensación. Por un lado me rompe soberanamente las pelotas, pero a la vez lo disfruto, un poco perversamente quizá. Nunca vi a una hembra clamar por sexo con semejante desesperación. Pero no puedo estar tranquilo en casa. La encierro en el placard y es como si la tuviera al lado. La meto abajo de la ducha y nada. En el límite del delirio, trato de introducir un cotonete en su diminuta vagina pero me rechaza rotundamente.
Quizá ya es hora de que tenga su momento de gracia. El único en su insignificante vida doméstica. Subimos a la terraza, me acuesto en la reposera y la observo, listo para disfrutar del fascinante espectáculo que la naturaleza y la intuición felina tienen para darme. Empieza nuevamente con sus chillidos la muy puta. Después de unos minutos, aparece un macho desde la medianera. Es como sintonizar Animal Planet en versión xxx. Se reconocen, se sienten, se husmean, se huelen. De alguna forma me alegro, siento que ella lo merece, que sus ahogadas súplicas por fin tienen recompensa. En eso mi vecina me dice tranquilo Iván, Abel está castrado. Y a manera de epílogo, desde una ventana lejana oigo los gritos de una chica puteando a su novio.
Foto: Flickr Voj