Revista Opinión

China (IV)

Publicado el 06 junio 2013 por Romanas
China (IV)  Retomo el tema donde lo dejé. No es ya sólo que nos estamos dejando engañar mansamente por las tácticas goebbelsianas de toda la prensa vendida y canallesca occidental, que sigue a rajatabla las consignas usanianas, no, es que parece como si a nosotros instintivamente nos repugnara el predominio de la justicia y la igualdad sobre la libertad.  Lo que no se puede hacer es quejarse amargamente de lo que están haciendo todas las economías occidentes superliberales, teóricamente, claro, porque están viviendo ahora a expensas de ese intervencionismo estatal tan repudiado por la Thatcher y el Reagan, que en lugar de atender las necesidades del pueblo concentran todos sus esfuerzos en salvar a los Bancos, mientras se cargan el Estado del bienestar, al propio tiempo que viven en continua recesión, y, luego, revolverse airadamente contra una economía que está creciendo ahora mismo al 7'7 % de su PIB y cuya redistribución de beneficios es tal que ha permitido a 15 millones, 15 millones, eh, que se dice pronto, de ciudadanos chinos comprarse coche, hace dos años,  más por cierto que el número de usanianos que lo hicieron en el mismo tiempo.  La política ha sido definida sustancialmente como el arte de lo posible, el arte de lo real, hacer política es, por tanto, conseguir en cada momento, en cada circunstancia histórica, la mayor cantidad de bienestar posible para el pueblo que se gobierna.  Y resulta que los chinos, en este preciso momento histórico, en esta especialísima circunstancia, con un ciclo económico mundial recesivo, con una crisis mundial galopante que se está cargando todo el bienestar de las naciones, resulta que son el ejemplo universal de crecimiento, llegándose incluso a decir que han conseguido encontrar un nuevo paradigma económico que puede desterrar para siempre, si acaba imponiéndose universalmente, el tan denostado paradigma liberal.  Lo que ocurre es que, toda la gobernanza mundial, que lo que pretende sobre todo es mantener el “statu quo” económico actual para no poner en peligro sus canallescos privilegios, no admitirá nunca un paradigma que se basa en aceptar la existencia de los mercados pero subordinándolos a un control estatal interno de tal manera que se hagan compatibles la competencia más dura en el ámbito internacional con una redistribución de la riqueza a nivel interno, o sea, una especie de cuadratura del círculo.  Pero lo queramos o no, lo quieran o no los grandes magnates de la industria y el comercio occidentales, esto es lo que, en este momento histórico, hay.

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