Nadie podía imaginarse hace pocos años que aquella China comunista ferozmente anticapitalista iba a seguir en 2016 siendo comunista, pero codiciosamente capitalista.
Entre tanto, primero llegaron los pequeños comerciantes, luego sus turistas ricos, después sus inversores en África y en bienes raíces por todo el mundo, y hasta en centrales nucleares en Reino Unido.
Casi en silencio, está llegando el Ejército Popular de Liberación a numerosos lugares del Pacífico y el Índico, creando islas artificiales cerca de Filipinas y en otras áreas lejanas.
Y en supuesto apoyo a la ONU a países africanos; paro además, ahora va a construir su primera base militar exterior en Yibutí, el Cuerno de África: bases militares, protección de los intereses propios.
Se dirá que eso lo hacen muchos países. Pero China, no. El primera actividad de sus autoridades ante los corresponsales extranjeros en Pekín era demostrarnos que en sus 4.000 años de historia China había enviado tropas al exterior.
Ni siquiera había invadido el Tibet, porque China se formó no por expansión, sino por implosión: la invadían, y los conquistadores aportaban otras tierras; luego, se dejaban absorber por la mayoría Han, tornándose chinos.
Esa historia multimilenaria se rompe ahora por primera vez y asombra a los sinólogos.
Los chinos ni siquiera intervinieron cuando los españoles conquistadores de Filipinas –imperialismo español, y China estaba pasivamente al lado-- creyendo en una invasión como la anterior del pirata Li-Hong masacraron en 1603 en Manila a miles de comerciantes chinos.
Poco después continuaba el comercio chino-español con el Galeón de Acapulco, que duró más de otro siglo como gran ruta Asia-América-Europa, rival de la Ruta de la Seda, la antigua de Marco Polo.
China ha despertado, como anunciaba Napoleón, y está aquí, próximamente en Yibutí, para proteger sus intereses estratégicos y comerciales: como siglos atrás España, Inglaterra o, ahora, EE.UU.
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