Érase una vez una niña con tres meses de experiencia en eso de andar. Creía que todo el campo era orégano, o que todo suelo era de tarima y/o alfombra. Pero no contaba con los adoquines de una ciudad monumental. Monumental como el coscorrón que se pegó.
Tropezó, se tambaleó hacia delante, echó sus manitas sin éxito, y paró el golpe con un coscorrón en la frente. De la manera más tonta, teniendo en cuenta que le gusta probar cosas bastante más arriesgadas que darse un garbeo ( como encaramarse a la trona, apoyarse en el zócalo del baño para subirse a la tapa del WC y en general subirse a todo lo que pueda).
No lloró mucho con el golpe y no le dimos mucha importancia. Pero aquello se fue inflamando, hasta el punto de hinchársele la parte superior de la nariz, toda la frente…Tremendo, no parecía ella. La inflamación se fue extendiendo por la zona hasta que finalmente, después de unas horas, se le pusieron los lagrimales y las ojeras moradas. Y no era la máscara de Batman, no. Era morado de verdad…madre mía, qué aparatoso…
Menos mal que tenemos el médico en casa y gracias a eso no cundió el pánico. Porque además vete tú a urgencias ( no era una urgencia, pero la verdad es que impresionaba) y explícales que no ha pasado nada, que se lo ha hecho sola, de forma accidental y que simplemente ha tropezado en la calle.
En este caso ni flequillo ni nada, no había camuflaje posible. Así que la pobre ha estado uno días hecha un cristo. Menos mal que al menos parecía no dolerle.