El 18 de agosto, animado por su éxitos, Chopin ofreció un segundo concierto en el mismo escenario. En esta ocasión tocó el Gran Rondó de Concierto Op. 14 y su talento para la composición fue muy comentado en los periódicos. " Toca con mucha discreción, sin el osado brío que diferencia al artista del aficionado," dijo un crítico; " Su defecto es que no presta atención al acento con el que comienzan las frases musicales." Lo que se admiró en Viena fue precisamente las explosivas acentuaciones y los aspectos más percusivos del toque pianístico. El artículo sigue diciendo: " Como en su forma de tocar, él era como un árbol joven y hermoso, que se erige libre lleno de fragantes flores y frutos maduros, así que mostró una personalidad muy loable en sus composiciones donde se desarrollaban nuevas figuraciones y pasajes, nuevas formas." Esta crítica bastante aguda, traducida por el Dr. Niecks, pertenece al periódico vienés "Theaterzeitung", del 20 de agosto de 1829. El escritor no puede ser acusado de misoneísmo, de esa aversión a lo novedoso, esa semi parálisis de los órganos del oído que aflige a los críticos musicales tan temprano en el gusto y evoca rencor y disgusto por lo diferente. Chopin no obtuvo dinero por estos conciertos.
En esta época estaba acostumbrado a que le recordaran la ligereza y exquisita delicadeza de su toque pianístico y la originalidad de su estilo. Le alegraba que ya no le confundieran con un estudiante y escribe a su familia diciendo que " mi manera de tocar el piano agrada mucho a las damas. " Nunca perdió su influencia sobre los corazones femeninos, y los aires, caprichos y andares pomposos son los culpables de la leyenda ampliamente difundida de su comportamiento afeminado, que enseguida absorbió su música. Esta invención, surgida a medias por hechos y a medias por apatía mental, ha echado raíces como la mala hierba que es.
Cuando Rubinstein, Tausig y Liszt tocaban Chopin con frases impulsivas y muy pasionales, el público y la crítica se horrorizaban puesto que se trataba de un Chopin transformado, modificado en clave de hombría. Sin embargo, ese es el verdadero Chopin. Los modales del joven eran un poco afeminados, pero su cerebro era masculino, eléctrico, y su alma valiente. Sus Polonesas, Baladas, Scherzos y Estudios necesitan un poderoso agarre tanto físico como mental.
Chopin conoció a Czerny. " Es un buen hombre, pero nada más," dijo de él. Czerny admiraba al joven pianista de la mano flexible y en su segunda visita a Viena le preguntó: " ¿Sigue siendo tan trabajador?" El cerebro de Czerny era un incansable generador de ejercicios pianísticos, mientras que Chopin fusionaba los problemas técnicos con las ideas poéticas, ya que una naturaleza como la del viejo pedagogo debía haberle resultado muy poco atractiva. Conoció a Franz, Lachner y otras grandes celebridades y parece haber disfrutado de un sutil coqueteo con Leopoldine Blahetka, una joven y conocida pianista, porque escribió sobre su dolor cuando se separó de ella.
El 19 de agosto partió con sus amigos hacia Bohemia y llegó a Praga dos días más tarde. Allí pudo visitar toda la ciudad y se encontró con Klengel, famoso por sus composiciones en forma de canon, piezas que eran incluso más temibles que las de Jadassohn de Leipzig. Chopin y Klengel se caían bien. Tres días más tarde el grupo partió hacia Teplice y Chopin tocó para la aristocracia. Llegó a Dresde el 26 de agosto, escuchó el "Fausto" de Spohr y conoció al maestro de capilla Morlacchi - el mismo a quien Wagner sucedería como director el 10 de enero de 1843 - véase el "Wagner" de Finck. Hacia el 12 de septiembre, después de una breve pausa en Breslau, Chopin regresó a su casa en Varsovia.
Por aquella época se enamoró de Constantia Gladowska, cantante y alumna en el conservatorio de la ciudad. Niecks, con cierta cautela, se preocupa por su fervor en el amor y la amistad - "una pasión inherente a él", y piensa que es un aspecto clave de su vida. De su romántica amistad por Titus Woyciechowski y John Matuszynski - su "Johnnie" - hay evidencias suficientes en las cartas. Son como las cartas de una doncella que sufre de mal de amores pero con la impronta de la pureza del carácter de Chopin. Huía de cualquier tipo de grosería y sólo el destino sabe lo que debió sufrir en ocasiones a causa de George Sand y su grupo de criados. Para este hombre impresionable, la broma parisina - por decirlo suavemente - fue extremadamente antipática. De hecho, de él podríamos decir en palabras de Lafcadio Hearn: " Cada hombre ha sido millones de veces una mujer ". ¿Y fueron los Goncourt los que se atrevieron a afirmar que no hay mujeres con talento, sino que las mujeres con talento son hombres? Chopin necesitaba una salida a su sentimentalismo. Su piano no era más que un colador para algunos y nos divierte bastante leer los disparates románticos de sus cartas juveniles.
Después del viaje a Viena su espíritu y salud decayeron. Se empezó a estresar y Varsovia se volvió odiosa para él, la ciudad que tanto había querido, pero no tuvo el valor de decírselo a su amada. Lo dejó por escrito o tocando el piano, pero nunca lo comentó en voz alta. Aquí hay un aspecto que revela la indecisión natural de Chopin, su incapacidad para tomar decisiones. Me recuerda a Frédéric Moreau, el protagonista de la novela " La educación sentimental " de Flaubert, porque hay una atrofia de la voluntad. Escribe cartas que están repletas de remordimiento, cartas que deben haber aburrido y enfadado a sus amigos. Al igual que otros genios, sufrió toda su vida de la "locura de la duda". De hecho, el suyo era lo que los especialistas denominan "un caso muy interesante". Esta continua duda e indecisión se convirtió en un obstáculo para su carrera y se refleja fielmente en su arte.
Continuará...
Huneker, J. (1900). Chopin: The Man and his Music. New York: Charles Scribner's sons
Traducción: Francisco José Balsera Gómez