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Se debatieron varias fechas, pero al presidente ninguna terminaba por encajarle. El jefe del comité de campaña para las elecciones, hombre de confianza ‘de la casa’, como gustaban llamar al propio partido, le instaba a decidirse y le recordaba que la incertidumbre nunca traía nada bueno más allá de la desconfianza del electorado, que en tiempos en que los sondeos no les eran favorables era algo que no les beneficiaba. Además, estaba el otro tema. Dada su fobia a las ruedas de prensa, su secretaria general ya no sabía por dónde salir cada vez que le preguntaban por la fecha de los comicios o por cualquier cuestión de estado, y no era la primera vez que, a pesar de su entereza, la encontraban llorando en los baños del congreso o de los platós de televisión los minutos previos a una comparecencia. Si en algo la apreciaba, y aunque sólo fuera por ella, debía decidirse.
“el 4 de diciembre”, dijo, después de una larga pausa. “¿El 4 de diciembre? ¿Por qué esa fecha? ¿Por qué tan tarde? Además es el comienzo de un largo puente y el inicio de la campaña navideña. No es una idea acertada”, argumentaban convencidos en el comité. “Cometemos un error que nos puede costar muy caro, Presidente”. “Tal vez, pero me hace ilushión”, contestó con ese deje suyo tan particular. Y en el partido tenían claro que cuando tomaba una decisión y la lanzaba sin más, era inútil pedir explicaciones por muy desconcertante que resultara su estrategia, pues lo suyo no era darlas o enmarañarse en medio de un discurso incoherente cuando se aventuraba a ello. Así que se habían acostumbrado a cruzar los dedos y confiar en providencia cuando esta circunstancia se daba.
Llegado el día, el presidente se aventuró por las calles de la ciudad. No era lo habitual salir solo, pero iba embozado en su grueso abrigo, con el cuello y media cara cubiertos por una bufanda. Un gorro protegía del frío su incipiente calvicie y terminaba de parapetarlo de las miradas curiosas. Sabía que de ser reconocido, aquel paseo terminaría en saludos inoportunos, en insípidos selfies a los que debería acceder de mala gana, cuando no en preguntas insidiosas. Y a eso no estaba dispuesto. Llevaba años labrándose una fama merecida de persona de escasa agilidad dialéctica y algo sosa, de eludir el cuerpo a cuerpo y de bregar sólo en las distancias largas. Y aceptándolo sin más, no tenía reparos en dejar ‘plasmado’ a todo el mundo en sus comparecencias, cuando no a delegarlas en su fiel secretaria. Y ahora no iba a ser menos. Quería disfrutar de su momento.
Paseaba por el centro justo en el instante en que las luces de navidad lo iluminaban por primera vez. Hágase la luz, se dijo, y sonrió. Las guirnaldas pendían sobre las avenidas y se perdían hacia el infinito en perspectiva vertiendo su haz de luz. Los árboles iluminados, los edificios singulares compitiendo por la decoración más original, los balcones adornados hasta lo grotesco, las canciones insípidas gravitando en el ambiente como moscas empalagosas,…todo como siempre. Todo como debía ser. Todo preparado para unas fechas en las que la ilusión se vendía como un producto más y se derramaba a la velocidad en que se sacaba la tarjeta de crédito.
Y como aquellas luces chillonas, como aquellas melodías indigestas, las caras de sus adversarios políticos, la suya propia y la de su secretaria, colgaban como bolas de navidad de las farolas, se desplegaban como guirnaldas por las paredes y aparecían entre los anuncios de juguetes y turrones en la televisión. Todos a la misma hora. Todo el mismo día. A fin de cuentas él establecía las reglas. Caminó por su obra. ‘España en serio’, rezaba su propio eslogan. ‘Futuro para la mayoría’. ‘Defensa el teu vot’. Como a los perros de Paulov, el estómago le segregó ácidos más allá de sus posibilidades. “¿Un verso suelto en la ciudad?”, pensó; pero miró hacia otro lado y siguió caminando. ‘Un país contigo, Podemos’, ‘Por un nuevo país’, ‘Con ilusión’…Así, hasta no poder recordar todos los leídos. Estaba satisfecho. Todos mostraban el mismo mensaje. Todos ofrecían ilusión. Todos hablaban de esperanza. Todos se esforzaban en gustar. Daba igual que cuando las luces se apagaran la realidad volviera a mostrar su rostro. Lo importante era el momento en que estas se encendían. Y él siempre había sabido sacar ventaja de la confusión.Se sentó en un banco frente a una pared donde todos los candidatos le observaban. La avenida estaba desbordada de personas con el rostro encendido de luz y fiesta, un trajín alborotado que reparaba en todo menos en aquellos carteles y en su persona. Sonrió mientras les miraba pasar, y pensó “¿Con lo mayores que sois y todavía creyendo en cuentos de navidad?Y es que el presidente, cuando estaba solo y escondido en sí mismo, siempre hacía gala de una chispa muy especial.
Este relato sabe mucho mejor si se lee acompañado de la siguiente receta, un aperitivo sencillo, lleno de chispa y de color que no dejará indiferente a nadie en cuanto la pruebe: Choricillos Navideños. La versión dulce y festiva de un embutido tan humilde como sublime que nos recuerda que un chorizo por dulce que parezca no deja de ser un chorizo. Así que, para que no nos la peguen otra vez y votemos lo que no nos interesa, pensemos bien qué nos conviene. Que las luces de colores y las palabras vacías de contenido no nos arrastren allá donde no queremos permanecer.
NECESITARÁS (para 4 personas)
- 150-200 g de chorizo fresco.
- 250 ml de vino blanco de calidad.
- 4 cucharadas de mermelada de calabaza.
- Un poquito de aceite de oliva virgen extra.
ELABORACIÓN
- Introduce en un cazo los chorizos con el vino. Llévalo a ebullición manteniéndolos a fuego fuerte durante 3’ o 4’. Baja la potencia y deja que reduzca hasta que el vino haya desaparecido casi por completo. Retira los chorizos.
- Añade la mermelada a la salsa que ha quedado en el fondo del cazo y emulsiona batiendo con energía y añadiendo un hilillo de aceite de oliva virgen extra hasta obtener una salsa homogénea y con cuerpo. Puedes hacerlo también con batidora.
- Emplatado: acompaña los choricillos con su salsa y lascas tostadas de pan de pueblo.
La sencillez en estado puro servida al centro de la mesa. Una delicia.
NOTA
Estos choricillos navideños están hechos con chorizo dulce, pero en su versión picante también están muy buenos y agregan a la tapa un plus indignado muy a tener en cuenta.Puedes utilizar otra mermelada (melocotón, naranja,…) pero la de calabaza le aporta un dulzor más neutro que no enmascara la potencia del choricillo.
MÚSICA PARA ACOMPAÑAR
Para la elaboración: Long way home, Tom WaitsPara la degustación: Unwind, Guy Garbey
VINO RECOMENDADO
Pata Negra crianza tinto. DO Valdepeñas
DÓNDE COMER
Los choricillos navideños son muy de sofá, frente al televisor, rodeados de amigos y bien regados de vino. Viendo y comentando los debates de campaña sientan de maravilla.
QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS
Ir a la cocina a por más choricillos tantas veces como sea necesario, que los debates, como la campaña, se auguran tan largos como interesantes.