Los italianos han conseguido que en los mercados internacionales crean que su prosciutto es tan bueno como el jamón serrano español, pero últimamente no pueden competir con el ibérico, ni tampoco con cualquier chorizo “Marca España”, admitido por los grandes gourmets como superior a sus competidores italianos y alemanes.
En chorizos como producto cárnico, y por tanto también humano, no hay nada como España, y si no, fíjese usted en Jordi Pujol, que acaba de reconocer su pertenencia a tan autóctono y rico embutido.
Cuando ocultó al menos cuatro millones de euros en paraísos fiscales él comenzaba a crear una Cataluña donde su ideología ha devenido en choriceo de independentistas.
Allí están sus patrióticos mujer e hijos, y las fugas de capital a Liechtenstein de la familia de Artur Mas y las de distintos miembros del otro componente de CiU, Unió, dirigido por el nebuloso Duran i Lleida.
En Cataluña no se libra casi ningún político de estar dentro de ese rico manjar; numerosos alcaldes, casi todos independentistas y del PSC, están implicados en ilegalidades.
Caso admirable es el de Jordi Ausàs, consejero de Gobernación de la Generalidad del tripartito (2003-2010) por ERC, detenido por dirigir supuestamente el contrabando de tabaco desde el despacho donde debería perseguirse a sí mismo.
Hablamos mucho de la corrupción en otras partes del país, tanto de los populares del caso Gürtel, por ejemplo, como de los ERE y falsos cursos para desempleados de Andalucía.
Es porque los chorizos son el máximo común denominador y el mínimo común múltiplo de España.
Pertenecen a una gigantesca ristra de chorizos enlazados, y quizás esto sea la salvación de la unidad de la “Marca España” frente a los independentistas porque deberán acabar todos juntos en una olla de hierro con rejas.
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