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La francesa Christine Lagarde, primera mujer designada al frente del Fondo Monetario Internacional (FMI), ha tenido una ascensión meteórica que la ha llevado a posicionarse como una de las mujeres más poderosas del mundo, guardando una imagen distante y a menudo insondable.
Abogada de empresas en Estados Unidos, ministra de Economía en Francia: esta hija de padres docentes y madre de dos hijos se ha trazado, en menos de diez años, un camino hacia las altas esferas del poder, donde las mujeres son una minoría.
Su imponente currículum podría, según versiones recientes, llevarla a una candidatura a la presidencia francesa en 2017, siempre y cuando no salga mal parada en un caso de malversación de fondos públicos, por el cual comenzó el jueves su comparecencia ante la justicia francesa. Un tribunal debe determinar si Lagarde debe ser inculpada en el litigio entre el banco Crédit Lyonnais y el empresario Bernard Tapie, por “complicidad de falsificación y malversación de fondos”.
Catapultada en julio de 2011 a la cabeza del Fondo Monetario Internacional por el presidente Nicolás Sarkozy, la elegante mujer de cabellos grises de 57 años ha expandido su prestigio internacional en numerosos viajes llevando el mensaje del FMI, en perfecto inglés, por todos los continentes.
Tras la caída espectacular de Dominique Strauss-Kahn, Lagarde ha permitido a la institución tener como cara visible el rostro fresco de una mujer de consenso, vegetariana y deportiva, que dice no beber ni fumar y que profesa un amor por el mar. “Yo pienso que debí ser delfín en una vida anterior”, dijo en una reciente entrevista.
Estados Unidos ocupa un lugar importante en su carrera. Allí realizó estudios y, años más tarde, llegó a la presidencia de Baker & McKenzie, un prestigioso despacho de abogados de negocios.
Después de ser elegido presidente, Sarkozy la ascendió en junio de 2007. Después de un breve paso por el ministerio de Agricultura, se convirtió en la primera mujer al frente del ministerio francés de Economía y Finanzas.
– Lenguaje franco –
Su carrera no ha estado exenta de tropiezos. En 2005, recién llegada al gobierno, fue reprendida por haber criticado el derecho social francés -que protege a los asalariados- haciendo declaraciones que revelaban una sensibilidad liberal muy estadounidense.
En 2007, en plena escalada de los precios del combustible, llamó a los franceses a usar sus bicicletas, lo que contribuyó a forjar su imagen de mujer aristocrática y distante.
A la cabeza del FMI, su lenguaje franco también ha causado algunas olas, como cuando en 2012 instó a los griegos, asfixiados por los planes de austeridad, a pagar sus impuestos.
Lagarde no ha vacilado en ser dura con sus antiguos socios europeos, en apuros por la crisis de la deuda, a quienes ha llamado a recapitalizar los bancos “con urgencia” o les ha reclamado soluciones “duraderas” a los problemas de la deuda griega.
Asimismo, criticó a su sucesor al frente del ministerio de Economía, Pierre Moscovici, por haberse dormido en una reunión sobre Chipre. “Entiendo por qué no se escucha la voz de Francia”, dijo presuntamente, según la prensa.
“Hay muchas ejemplos de su hablar valiente”, dijo el economista Desmond Lachman, un antiguo funcionario del FMI.
Incluso los países emergentes, que reclaman mayor poder en el seno del FMI, tienen palabras amables para Lagarde. “Yo la he encontrado dispuesta a escuchar las opiniones minoritarias e independientes”, señaló a la AFP Arvind Virmani, representante de India en el Fondo hasta el año pasado, al calificar el mandato de la francesa de “refrescante”.
Pero los detalles de sus ideas económicas siguen siendo elusivos, en momentos en que le ha tocado acompañar la tortuosa puesta al día del FMI en tiempos de austeridad.
Aunque discreta con su vida privada, Lagarde se ha permitido algunas incursiones en las páginas sociales, al aparecer junto a su compañero, Xavier Giocanti, un empresario marsellés.