Holanda se ha teñido de rosa durante tres días. Un color que inundó la ciudad desde el pasado sábado y del que aún quedan huellas en la calle. Llegaba el Giro a un país que lo vive como ninguno. Los ciclistas son auténticos ídolos de masas en estas extensas tierras llanas. La bicicleta forma parte de su día a día, los niños ven a sus padres en ellas y, cuando apenas levantan un palmo del suelo, consiguen la suya. Y entonces llegan ellos, los héroes… y se desata la locura. Tres líderes para tres etapas holandesas. Un exilio voluntario del Giro que guiado por el Marketing fue a parar a Amsterdam, Utrecht y Middelburg. Y seguro, se sorprendieron los propios organizadores. Para estas tres ciudades no era un evento cualquiera. Era mucho más que eso. Era un día de fiesta. Y así lo vivieron, vestidos de rosa, con banderas italianas y con una pasión similar a la de los grandes acontecimientos nacionales. La primera etapa en Amsterdam acabó sin mayor historia. Todo apuntaba a que las dos siguientes serían más de lo mismo. Terreno plácido y plano para el paseillo general y la adoración del mágico paisaje holandés. Pero Utrecht se guardaba algo…
El ambiente y la tensión desde horas antes de la llegada apuntaba a una guinda especial. Los comercios se vistieron de gala, el ayuntamiento se volcó con el alumbrado, los carteles y los eventos (desde carreras ciclistas de niños hasta clases de spinning improvisadas en medio de la estación). Y la sensación de que la ciudad no era naranja como hasta hace unos días. La ciudad era rosa. Cientos de personas buscaban un pequeño hueco por el que ver media bicicleta pasar. Otros preguntaban por las cámaras de la RAI con su pancarta “TUTTA L´OLANDA CI PIGLIA IN GIRO” ( “Toda Holanda se rie de nosotros” jugando con las palabras Giro y la expresión italiana).
Algunos se subían a los árboles y semáforos y los que menos se colgaron un pañuelito rosa al cuello y salieron a dar un paseo. Y entonces ocurrió. Utrecht trajo el caos a la calma del pelotón y unas cuantas caidas provocaron otros tantos enfados y varios segundos perdidos para ciertos favoritos. Las pantallas gigantes colocadas en el recinto habilitado para la meta ayudaban a saber lo que ocurría, las manos en la cabeza del público con pase privilegiado hacían el resto. Y entonces llegaron, y Cadel Evans acabó vestido de rosa y Utrecht se despidió de sus héroes hasta el día siguiente. Hoy, el viento ha empujado a Vinokourov hasta el liderato en esta última etapa en los Paises Bajos.
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Un país que poco a poco vuelve a recuperar su color original, pero que nunca olvidará el Giro del 2010. Una gran vuelta que no ha hecho más que empezar y que ya se ha terminado aquí. Eso sí, muchos han pedido al gobierno que haga lo imposible para que en la pancarta de final de carrera, en vez de ARRIVO, la próxima vez coloquen ”VUELVAN USTEDES CUANDO QUIERAN”.