A mis amigos Miguel Ángel Acosta, por sus melocotoneros
amarillos de agosto, y Javier García, por los suyos rojos.
Ambos son cicerones sabios y, sobre todo, hombres de bien.
Hace años leí (1) que Cicerón en sus últimos días, en aquellos tiempos convulsos del Segundo Triunvirato que pondría fin a la República Romana y que acabaría asesinándole, entre tanta agitación y angustia cotidiana tenía algún momento de esparcimiento y de tranquilidad en el jardín de su casa.
Era ya muy anciano (sesenta y tantos años), y el cuidado de las plantas era una forma grata de despedirse de la vida.
Un amigo le vio una tarde plantando en la tierra un hueso de melocotón.
Con toda su amistad y su cariño le dijo:
-Marco, ¿cómo se te ocurre plantar un melocotonero a tu edad? Tardará muchos años en dar fruto. No te va a dar tiempo a comerte ningún melocotón de ese árbol.
A lo que, naturalmente, Cicerón le contestó:
-¿Y para qué estamos los viejos? Para plantar melocotoneros. Ningún niño podría comerse nunca un melocotón si alguien no hubiera plantado el árbol años antes de que él naciera. Triste mundo sería este si nadie pudiera comer otros frutos que los que él mismo plantara.
Sea o no cierta esta anécdota, pienso en ella a menudo.
A todos nos afecta. Parece como si ahora (cambio climático, contaminación, agotamiento de los recursos...) todo el mundo pensara: "el que venga detrás que arree", o, lo que es lo mismo: "para lo que me queda en el convento..."
No sólo no somos cívicos, sino que ni se nos pasa por la cabeza la posibilidad de serlo. Lo del melocotonero de Cicerón es puro civismo. Nos está diciendo: "Deja algo bueno en este mundo. Deja una huella positiva. Mejora aunque sólo sea en algo insignificante lo que te encontraste al llegar".
Si este mandato es vigente para todos los seres humanos, para los arquitectos es aún más perentorio y también más concreto. La actitud ya mencionada (de todos quienes intervienen) de que "el que venga detrás que arree", de cobrar nuestro dinero y de largar el edificio para que el pobre destinatario lo sufra y para que el paisaje y el entorno se resignen a él es la que ha provocado y sigue provocando esta especie de cochambre empachadora y agresiva en la que vivimos.
No. No vale decir: "Es que me exigieron que lo hiciera así". No. No vale. Cada palo que aguante su vela. Aguantemos la nuestra.
No pido que seamos unos héroes que por nuestros principios rechacemos los encargos. Eso lo hace Gary Cooper en El Manantial y emociona, pero la vida real es bastante más irisada y poliédrica (y cutre).
(En ese segundo que Gary Cooper -Howard Roark- tarda en decir que no está la ortodoncia de los hijos, la calefacción de la casa, por supuesto la hipoteca, el pescado, los zapatos nuevos... La vida. Todo).
No. No pido que seamos héroes. Pero tampoco que empercudamos el horizonte con mierdas autocomplacientes, con palaciosdelpolloasado a cascoporro ni con adosadosacosados ni hotelesolympo sin redención posible, y que prostituyamos nuestra emocionante vocación haciendo mamarrachadas.
No. No pido que seamos héroes. Quién puede serlo. Acaso me atrevo tan sólo a repetir el deseo que expresa Joaquín Sabina en Noches de Boda:
que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena.
No. Yo no puedo pedir nada de eso. No soy quién. Si acaso sí me atrevo a pediros que sean cuales sean las condiciones de vuestro trabajo llevéis siempre en el bolsillo el hueso del melocotón, y que intentéis plantarlo en algún sitio a la menor oportunidad, al menor descuido. Nunca bajéis la guardia; nunca os desaniméis; nunca dejéis de mirar dónde se puede plantar el hueso, y nunca dejéis pasar la oportunidad de plantarlo. Un detalle, un rincón, un gesto casi secreto. Algo. No desfallezcáis, no os rindáis, no os aburráis. Intentad hacer aunque sólo sea un pequeño rasgo de buena arquitectura, de la mejor que seáis capaces de hacer dadas las circunstancias. Un rasgo de buena arquitectura o al menos de buena voluntad.
No soy quién para criticar ni al joven que me ha dicho esta mañana con tono de reproche: "es que a los arquitectos os gustan mucho las cosas modernas" ni al arquitecto que le conteste: "no te preocupes por eso. Me adapto a tus gustos". Yo no se lo he dicho hoy porque no me tocaba, pero se lo he dicho a otros.
Ya digo: No soy quién para criticar a esos muchachos tan jóvenes, tan listos, tan despiertos, pero que quieren para sí la casa de Marianico el Corto, ni a los arquitectos tan bien formados, tan sólidos y competentes, pero que les dicen que no hay problema, y se la hacen.
Sí que me atrevo a criticar a quienes están arriba del podio, a quienes "crean tendencia" y tienen poder de convocatoria y de comunicación, e incluso de educación popular y de guía, y emplean ese gran poder solamente en fomentar el yo-yo-yo-yo. Ellos sí tienen capacidad para sembrar muchos melocotoneros, y tienen la obligación de hacerlo porque tienen la ocasión y la oportunidad.
(Pero no escurro el bulto: Todos tenemos que plantar todos los melocotoneros que podamos).
Esa gente que teniéndolo todo no hace nada no merece mi respeto. Sí que se lo tengo (cómo no) a quienes hacen lo que pueden, y quiero desde aquí celebrar y honrar a quienes, desde cualquier punto y cualquier misión, olvidando su comodidad y sus intereses personales, se deciden a plantar melocotoneros. Aunque sólo sea uno muy de vez en cuando. Benditos sean.
NOTA.- Con esa idea de "plantar el melocotonero a traición" no me refiero a que el arquitecto agobiado por su cliente a base de arcos, volutas, molduras, jeribeques y chorradas aproveche un descuido para hacer un detallito lecorbuseriano en una esquina. No. En ese contexto ese detalle lecorbuseriano es una chorrada más, e incluso peor, porque ni le complace al cliente ni al arquitecto, ni sirve para nada ni dice nada. Me refiero a que, por el bien de la obra y de la arquitectura (y del cliente), hagamos un gesto: una puerta que se abra a derecha en vez de a izquierda, un encuentro de la huella con la tabica, el borde de un pavimento... y que con eso hagamos que la casa funcione un poco mejor y sea más limpia, y hagamos así toda la arquitectura que podamos y que nos dejen, e incluso la que no nos dejen.
También me refiero, por supuesto, a debatir sobre arquitectura, a hablar de arquitectura, a discutir, a opinar, a enseñar. Eso sí que es plantar un melocotonero para el futuro.
(1).- Ya ni sé si de verdad lo leí o si lo he soñado. He buscado y no he encontrado ninguna referencia a esto. Desde luego, yo no me lo he inventado. En todo caso, se non è vero è ben trovato. La historia merece ser cierta.
(Ofú, qué bien documentado y riguroso soy).
(Si a pesar de mi rigor documental quieres clicar el botón g+1 te lo agradezco mucho).