Desmitificando la leyenda de Anakin Skywalker
Como ya comentamos en su día, la primera trilogía de Star Wars fue una gran oda al cine de aventuras no exenta de sus más y sus menos, pero con un sentido del espectáculo que primaba sobre cualquier defecto. Tampoco es ningún secreto que la primera película
de la segunda tanda con la que George
Lucas nos obsequió tras años y años de espera fue un sacrilegio similar al
que debieron sentir los seguidores de Green
Lantern cuando vieron la nauseabunda adaptación que el inefable Ryan Reynolds y compañía se cascaron.
Un disparate de efectos especiales con un guión tan pobre que dejan a las
películas de Nacho Vidal como monumentos a la narrativa elaborada. Tras esta avalancha
de críticas tanto por parte de la prensa especializada como del público en general, el director George Lucas se agarró los machos para
volver a intentarlo de nuevo con Episodio
II: El Ataque de los Clones, que si bien en su día tuvo que soportar las acusaciones de un guión poco sólido, también hay que
reconocer que comparada a su predecesora nos encontramos con un largo
mucho más equilibrado y estructurado.
El análisis completo del Episodio
II: El Ataque de los Clones, tras el salto.
El ataque de los clones, como comentábamos, mejora
respecto a su predecesora sobre todo en el desarrollo de una historia con
toques de intriga donde por supuesto finalmente priman los fuegos de artificio,
aquellos que hace décadas fueron la innovación en el mundo del celuloide pero
que por desgracia, en la fecha del estreno de la nueva trilogía, no representaban más
que un derroche sin la mínima innovación o genialidad. Un error fatal el sustentar
a toda la película en pura y dura pirotecnia por mucho que George Lucas y compañía tengan una pericia fuera de toda duda cuando usan píxeles por pinceles. A pesar
de que se agradece una ambientación de la ciudad de Corusant, que recordaba quizás en exceso ciertos toques de Blade Runner, y que el toque de thriller que aporta Obi Wan Kenobi
dejando constancia de que los Jedis
también tienen capacidades detectivescas resulta de lo más divertido, seguimos de nuevo cayendo en la caricatura burda de esta orden con saltos al
vacío imposibles y piruetas más absurdas que las que se pega Johnny Depp durante la Saga Piratas del Caribe. No obstante,
insistimos que la línea argumental protagonizada por un Ewan Mcgregor, aunque algo intrascendente, es la parte más sostenible de la
película de lejos.
El Episodio II
se enfrentaba además a una de las situaciones más peliagudas que tenía
como reto la nueva trilogía de George
Lucas, que es cómo encarar de forma convincente la caída en desgracia del
joven Anakin Skywalker. De primeras eligieron
como actor al por entonces poco conocido (y cuya carrera parece haberse estancado
irremediablemente) Hayden Christensen,
un perfil demasiado joven para ilustrarnos a un personaje al que todos siempre imaginábamos
algo más entradito en años. Ahora bien, ya sea por las carencias del actor o bien
del guion, el horizonte que se nos plantea acerca del final del joven Jedi resulta terriblemente ridículo. Y
no es que el amor no sea una opción totalmente viable para volverse al lado
oscuro, de hecho, la posesión y el miedo a la
pérdida van en contra de toda la doctrina Jedi
por lo cuál se ejemplifica el por qué del sacrificio al que se someten los
miembros de esta orden. Sin embargo, no
ayuda el hecho de que nos presenten a un Anakin
más hormonado que los televidentes de Dawson
Crece, cuya rebeldía adolescente tenemos que aceptar porque sabemos de
sobra su condición futura, intuible en algún vago discurso sobre la efectividad de los regímenes dictatoriales.
Pero si hay algo que resulta terriblemente soporífero
durante el Episodio II y por lo que
muchos pusieron el grito en el cielo, fue por la inefable love story entre Amidala y
Skywalker. Un empalago tan bochornoso solo superado tras la llegada de la premio Cervantes Stephanie Myer con su obra magna, la Saga Crepúsculo. Y no es solo que resulte
una historia repleta de tópicos romanticones, sino que resulta inverosímil del
todo por no decir que roza la pederastia .
El acto final supone de nuevo el libre albedrío para la
campaña de pirotecnia con la que George
Lucas infestó el cien por cien del
metraje de La Amenaza Fantasma.
Porque viendo el resultado parece que el director de THX 1138 parece empeñado en cargarse el insustituible
-a la par de humilde- trabajo de extra al diseñar unos soldados imperiales más
falsos que los propios fondos croma que inundan por completo toda la nueva
saga. El resultado no es sino una batalla carente de toda emoción que destroza
una de las figuras más incontestables de la saga antigua, la del soldado imperial. Lo mismo ocurre con la batalla Jedi, una orgía de sables de luz no apta para epilépticos más propia de la serie Clone Wars que de la epicidad que se le requiere a ese tipo de enfrentamientos en la saga cinematográfica.
Finalmente, si por algo será recordada El Ataque de los Clones es por desvelar uno de los grandes
misterios de la saga. Evidentemente, hablamos de como es posible que Yoda, con su reducido tamaño, pueda representar
una amenaza real en una batalla a espada láser. Y es que hay misterios, como la
identidad del asesino de Zodiac o el
aspecto real de la mujer de Niles Krane, que el
hombre es mejor que no conozca en beneficio del misticismo y la
imaginación del propio espectador. Ver a Yoda
y al octogenario Conde Dooku (un Christopher lee mal
aprovechado del que apenas nos cuentan nada que otorgue profundidad al personaje)
dando brincos fue para muchos peor que aguantar Vanilla Sky con los comentarios del reparto. En definitiva, nos encontramos con otra
perla de George Lucas que si bien
mejoraba respecto a su predecesora, seguía sin cumplir las expectativas dejando a los seguidores de la saga con todas las esperanzas puestas en La Venganza de los Sith.