Es como cuando piensas que algo te puede hacer daño y aún así lo sigues haciendo, absurdo pero real. Muchas veces hemos amado, muchas más hemos odiado y, pese a palpar la duda de lo que de verdad nos conviene, mantenemos nuestras decisiones quizás más por orgullo propio que por humildad ajena. De lo crudo y humano al razonamiento de andar por casa; sabías que esa bolsa de la compra no iba a aguantar y al final se rompió, sabías que el plástico cedería en el tortuoso trayecto hasta tu casa y ahora tienes el resultado, tus preciadas manzanas rodando por el suelo y tu cómica estampa intentando recogerlas, con la misma efectividad que una de esas máquinas de feria que atrapan peluches con un gancho. Quizás el mayor defecto que tenemos las personas es que creemos saberlo todo o mejor dicho, aspiramos a saberlo todo, sin entender que eso no es posible, que quizás el más sabio de todos los sabios es quien comprendió que el conocimiento absoluto no existe. Sólo reconociéndonos como ignorantes, sólo prediciendo lo evidente seremos capaces de ver más allá de nuestras propias fronteras, como ciegos de cerrado horizonte pero de amplias facultades.
