Revista Cultura y Ocio
I
No hay modo de saber si uno está muy cerca de Dios o no lo está en absoluto, si ni siquiera tener un buen corazón hace que seamos buenos o hace falta algo más, quizá la fe, la creencia en que hay algo más allá de lo que nos confían los sentidos. No basta con creer: hace falta ser un hombre bueno, le dice la mujer al marido, mientras le toca el pelo y lo mira como si no hubiese ninguna fuerza en el mundo que pudiera hacer que el amor se desvaneciese de pronto. Creo que Ordet (La palabra) es la película más austera que he visto. De una austeridad que te hace pensar en la austeridad misma, en la idea pura de austeridad. Y te traspasa y andas después por la calle pensando en el hombre sin fe y en el hombre creyente, en la beatitud, en el pecado. Ah el pecado, ah esa invención diabólica. Porque no la inventó Dios y le pasó el hallazgo moral a sus voceros en el mundo: el pecado es una construcción moral de una dureza apabullante. Al mismo diablo es a quien debemos el pecado, por supuesto. En Ordet, en La palabra, pues las dos maneras de nombrarla me gustan por igual, no hay una advocación directa al mal, aunque está impregnando toda la trama; si es que hay trama, trama tangible, de cosas que van pasando y conducen a otras hasta una última a la que ya no le sigue otra. La trama en La palabra es muy directa, muy cotidiana, de poco asiento en la ficción narrativa clásica.
IICuando terminé de ver la película de Dreyer, en la confusión, pensé que era un pecador y que de alguna forma debía expiar mis culpas. Dreyer me hizo ver lo que no han podido todos los profesores de religión que he tenido, las misas a las que he asistido y cierta voluntad muy apreciada de algunos amigos por hacerme ver la bondad de la fe y lo buen creyente que yo, siendo como soy, podría ser, pero yo no sé cómo soy, así que no es posible que lo sepan ellos. Dreyer me conoce mejor. Es posible que hiciese Ordet pensando en una criatura como yo, una fascinada por el misterio. Porque la fe es uno de los misterios más impenetrables. Ah la fe, Dreyer, no hay mejor tema de conversación. La fe es un milagro. En sí misma, la fe es la verdadera dimensión del milagro de que Dios exista o no. Mi amigo K. no ha visto Ordet. No hay que ser nórdico para entrar en esa austeridad moral. A veces pienso que la condición del sur hace que afrontemos la fe (o su ausencia) con condicionamientos que no la hacen impregnarse como debiera. O no impregnarse en absoluto. Un ateo del norte lo es en un grado más intenso que uno del sur, pensé al acabar el metraje. Un creyente del norte lo es en un grado más intenso que uno del sur. Aquí nadie se cree Jesucristo, aquí nadie estudia teología como Johannes, K. Es mejor que se así, me responde. Estos del norte son tan extremos. No se puede pensar la fe si se la viste de fanatismo, Emilio. Si Dios predicara ahora, sería tomado por un loco. Si viniese en este instante y hablara y supiésemos que es Dios, ¿entonces qué? Pero no ocurre tal cosa, no puede ocurrir, no va a ocurrir nunca, ninguna circunstancia hará que eso que estás diciendo se produzca: no habrá nadie que tomemos como Dios y nos escuche y le escuchemos. En todo caso, le digo a K., puedes tener la idea de que si crees en Dios la vida será más tolerable. Porque es muy puta la vida de vez en cuando. Estás solo, estás desamparado, estás hambriento. La fe conforta, la fe ampara, la fe alimenta. Ordet cuenta la historia de un hombre que no podrá perderlo todo nunca. Lo asiste la fe, lo mira Dios, le guía Dios. Dios es el personaje invisible. No se ve en ninguna escena, pero está en todas. Se le escucha incluso cuando no hablan. Creo que incluso se le escucha más, con más fuerza, cuando no se percibe diálogo alguno. De verdad que estas películas religiosas danesas te hacen irte a la cama con un bienestar espiritual increíble en el cuerpo. Es duro ser un descreído después de una sesión hardcore como la de esta noche. Pero es todo tan puritano, tan austero. A lo mejor conviene verla, lo digo en serio, si se desea entender lo que no se entiende nunca. La veo de vez en cuando. Sigo pensando que es maravillosa. Y el final, K, ese final. Dan ganas de llorar con el final. Anoche lloré otra vez. Me sorprendí llorando. El cine hace que llore a poco que me descuide. Así es como habla la fe en quienes no creemos. Ya digo que todo es muy confuso. Si volvéis a crucificarme, malditos seáis. Lo dice el nuevo Jesucristo en un punto de la película. Lo dice sin hacer dramatismo. No predica. Es Jesucristo hablando lo primero que se le ocurre. No es un texto, no suena a texto, no hay un protocolo. Quizá la fe, en sus primeros tiempos, fue un decir sin alcanzar a prever el destino de las palabras. Creo que me voy a la cama. Mañana veré una de gladiadores.