Revista Cultura y Ocio
Creo que el del escritor es el oficio más duro del mundo. Quien no escribe, no puede llegar a entenderlo. Incluso hay quien escribe y no comparte que sea duro de verdad. No sé si siempre hay algo de lo que hablar y tampoco sé si hay que contarlo todo. Lo cómodo es leer, aunque algunas lecturas duelan como si las hubieses escrito. Lo que sí hay siempre a mano es una botella. Una en la que perderse. El alcohol es un demonio barato. En su bruma, el mundo corrige sus errores, los tolera mientras el demonio hace su camino por la sangre. Lo malo sucede cuando el trayecto acaba y la resaca ocupa la entera extensión de los músculos. Entonces uno es capaz de vender su máquina de escribir para recuperar la bruma. Es hermosa la bruma, no hay quien desmienta esa afirmación políticamente incorrecta. El peaje a pagar es el reverso de la belleza. A él le importa poco el precio. Paga lo que haga falta (el amor, la salvación, la armonía) por sentir una nueva resaca. Y es la primera vez, que este cronista sepa, en donde el cine no hace mofa del borracho, ni lo usa para la chanza. Pienso en Walter Brennan, mi borracho preferido, o en Dean Martin. Lo que no se me ha ido de la cabeza desde que anoche, tarde, puse Días sin huella es el momento en que vende la máquina de escribir. No sé qué vendería yo para pagarme una botella. Alguna vez he rascado el bolsillo por ver si podía pagarme un tercio más, pero no ha llegado uno nunca a ese nivel de penitencia. Don Birnam es un héroe. Lo son todos los que tienen que lidiar a diario con estas servidumbres del alma. Esta noche no creo que me sirva Días de vino y rosas, la otra gran película sobre el alcoholismo. La de gladiadores está esperando todavía.