Según la RAE, oír es percibir una cosa por medio del sentido del oído mientras que escuchar es prestar atención a lo que uno oye. Sin duda oímos todo lo que escuchamos pero muy seguramente no escuchamos todo lo que oímos.
Voy a poner un ejemplo con mis adorables vecinos. Tengo unos vecinos debajo de mi piso cuyas hijas tocan el clarinete, violín y piano respectivamente. Por suerte sus planes de estudios musicales han hecho que ahora la tortura sea menor, aunque sin duda no ha terminado. Ensayan todos los días durante horas y llega un momento en el que no escuchamos lo que tocan. Sin duda lo oímos porque cuando prestamos atención están ahí. Pero no siempre lo escuchamos ya que es un ruido que hemos incorporado a nuestras tardes. Sin embargo, si un día estoy enfadado o molesto con algo, no dejo de escuchar esa machacante sucesión de sonidos que son sus ensayos... y me irrita más todavía.
No procesamos toda la información que nos llega al oído como no lo hacemos con toda la información que llega a nuestros ojos ni al resto de nuestros sentidos. Sería muy cansado ser consciente siempre de la cantidad de sonidos, olores, imágenes que llegan a nuestro cerebro y acabaríamos locos. Sin embargo prestamos atención a los estímulos sonoros que nos traen buenos recuerdos (como lo hacemos con los estímulos de olor a pan en el horno o cuando se nos cruza en la mirada una persona que nos interesa).
Todos los estímulos que llegan a nuestro cerebro son procesados, en ocasiones para ser omitidos e ignorados y en otras para guardar un registro. Si aquel día en que eras tan feliz con tu pareja sonaba de fondo una música (aunque fuese de un grupo terrible y te de vergüenza reconocerlo), cuando esa música vuelva a sonar despertará en ti una sensación agradable. Igual que cuando yo escucho el canon de Pachelbel que antes me encantaba, ahora solo puedo pensar en lo que odio vivir en un piso sin un buen aislamiento sonoro y lo mal que me caen mis vecinos de abajo.