El peligro de no planificar es que puedes acabar saltando al azar de una cosa a otra, sin dirección ni un objetivo claro. Para evitarlo, GTD nos enseña a asociar un sentido de propósito general a una lista de siguientes acciones específicas, es decir, a una lista de los siguientes pasos concretos que necesitas ir llevando a cabo para que todos tus proyectos activos avancen al ritmo adecuado.
Cada vez que marcas como completada una de tus siguientes acciones al finalizarla, estás en realidad recibiendo una señal clara de feedback sobre tus progresos, señal que va unida a la satisfacción de saber que estás avanzando y que, además, te informa de que estás de nuevo en condiciones para llevar a cabo, o para definir, la "siguiente acción" del proyecto al que pertenecía esa acción.
Esta forma diferente de trabajar te permite estar en todo momento avanzando de forma constante hacia tu objetivo y, algo que es también muy importante, asegurándote de que estás avanzando a la velocidad más eficiente, en lugar de hacerlo bajo el estrés y la presión que se suelen derivar de dejarlo todo para las prisas del último momento.
Cuando cada vez que haces algo es eligiendo una de las opciones de tu lista de siguientes acciones - la cual marcarás como completada una vez que la hayas hecho - te garantiza contar con un canal de feedback permanente, el cual te permite no solo avanzar de forma tranquila, eficiente y constante sino que te asegura también que vas a poder mantener el rumbo y conseguir tus objetivos sin necesidad de inventar fechas límite ni de ninguna otra programación parecida impuesta, o autoimpuesta, de forma artificial.
Este avance ininterrumpido hacia tus objetivos, basado en el feedback sobre tus acciones y al ritmo más rápido que puedes mantener sin agobiarte, es precisamente lo que Csikszentmihalyi (1990) encontró que favorece la aparición del estado de flujo, una sensación que David Allen compara con un estado mental característico de las artes marciales conocido como "mente como el agua".
La idea que plantean Heylighen y Vidal es que, si tu sistema GTD de gestión de tareas está suficientemente "bien montado", llevar a cabo tu trabajo pasa a ser una actividad libre de estrés, algo aparentemente sin esfuerzo y que se convierte, además, en una fuente de continua satisfacción.
Dejando al margen cuanto de reto puede suponer alcanzar semejante estado Zen, los trabajos de Csikszentmihalyi vienen a demostrar que la aplicación de forma consistente de los hábitos productivos del método GTD - con su énfasis en establecer objetivos bien definidos, el feedback constante y la adaptación de los esfuerzos a los desafíos reales y concretos que van surgiendo en cada situación - pueden hacer que sea realmente posible alcanzar el estado de flujo mientras trabajamos.