Foto: Twitter @ccifuentes
EL ARTE DEL disimulo en una actividad tan teatral como la política también caduca. No tiene un efecto ilimitado, por mucho que se empeñen sus protagonistas.Llega un momento en el que embaucar no basta y los embelecos del poder son insuficientes para mantenerse en el tinglado. Los gestores de lo público, muy hábiles en el manejo de las personas y la movilización de los recursos cuando lo que está en juego es su propia supervivencia, son capaces de todo con tal de sobrevivir.El caso Cifuentes está poniendo en evidencia cómo personas muy inteligentes son capaces de cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder. El empecinamiento de la presidenta madrileña, su obstinada actitud de resistencia, digna de un estudio cuasi patológico, evidencia muchos de los síntomas propios de una persona huye hacia adelante, aún a sabiendas de la inutilidad de sus esfuerzo. De paso, el máster de marras está desangrando a su partido, al menos en Madrid, sin que esto parezca importarle.La entereza frente a la adversidad siempre es algo admirable si bien, en el caso de la jefa del Gobierno madrileño, su exceso de confianza, su numantinismo, denota un alejamiento de la realidad preocupante. Su desprecio, no ya por la opinión de los demás, sino por la aplastante evidencia de los hechos, ese orgullo desmesurado, solo podría explicarse desde la arrogancia inherente al poder.Más allá de su desesperada lucha por intentar mantenerse como sea en el cargo —“He dicho la verdad. No dimitiré. Tengo absoluta tranquilidad”—, entiendo que lo que obsesiona a Cifuentes es cargarse de razones y argumentos para convencer a los suyos de que está siendo objeto de una “conspiración” y una “cacería” personal. Que la falsificación del acta y otras clamorosas irregularidades son ajenas a ella y que un simple curso de posgrado no puede llevarla así como así a la tumba política. En el momento en que su entorno más cercano deje de creerla y pierda su confianza, la presidenta no tendrá más remedio que abandonar e irse a su casa. Si es que antes, claro, a Mariano Rajoyno se le agota la paciencia y la deja caer mostrándole la puerta de salida, por muchos “servicios” que haya prestado al partido en su “lucha contra la corrupción” tras la “negra” etapa de Esperanza Aguirre e Ignacio González.El futuro de Cifuentes depende del presidente de su partido, obvio es decirlo, pero no solo. Con su calculada ambigüedad, Ciudadanos está dejando que el PP se cueza a fuego lento y, cuando más le convenga, asestará el golpe definitivo. Y si no lo hace ahora, por muchas críticas que puedan cosechar los de Albert Rivera e Ignacio Aguado es, lisa y llanamente, porque no conviene a sus intereses. La política también tiene mucho de estrategia y los naranjas —lanzados en los sondeos— se acabarán cobrando la cabeza de Cifuentes cuando les resulte de mayor utilidad. No está en el ADN de Rajoy, y no es previsible que el presidente del Gobierno haya cambiado de criterio, tomar decisiones tan rápidas. «Qué pereza tener que buscar ahora otro candidato para Madrid», habrá pensado, molesto porque Cifuentes —a la que ha dispensado un matizado y tibio apoyo— le haya arruinado la Convención Nacional que se clausura este domingo en Sevilla.A todo esto, cobra fuerza política el papel de Ángel Gabilondo, investido oficiosamente como candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid tras el respaldo de Podemos a un Gobierno socialista en Madrid. Pase lo que pase, la moción de censura “por la dignidad” planteada por el portavoz del PSOE en la Asamblea de Madrid es algo más que un gesto. Supone su lanzamiento de facto como aspirante y abre un inmenso abanico de posibilidades en una más que apasionante partida en el ajedrez político, con la vista puesta ya en las elecciones autonómicas del próximo año.Todo parecía acabado este viernes, cuando el rector de la Universidad Rey Juan Carlos (URCJ), Javier Ramos, puso en un entredicho la versión de Cifuentes. De forma rotunda y sin medias tintas: no hay rastro del Trabajo de Fin de Máster ni del acta verdadera, ni tampoco constancia de que defendiera su TFM. Por no hablar del hecho de que la supuesta presidenta de tribunal que revisó el supuesto trabajo de la supuesta alumna ni siquiera llegó a participar en la supuesta evaluación… o de que una segunda profesora se desvinculara igualmente diciendo que su firma fue falsificada. Todo parecía acabado incluso antes, cuando se supo que la dirigente popular se saltó buena parte del curso, no fue a clase, ni se presentó a los exámenes. Y sin embargo, lejos de admitir que no acabó el máster, o que alguien le “reconstruyó” el título, y pedir perdón, optó por atrincherarse aún a riesgo de arrastrar con su caída a su propio partido. Decíamos hace unos días que Cifuentes de encontraba al borde del precipicio, pues bien, lo que ha ocurrido desde entonces es que se ha despeñado. Sin paracaídas ni red que la salve, la presidenta se ha lanzado al vacío y no son pocos, incluso dentro del PP, los que la dan por muerta políticamente. Muerta, que no ‘enterrada’. Solo faltan ya las bendiciones marianas, la organización del velatorio y la fecha del funeral.