Con unas interpretaciones sobresalientes de Liam Neeson y James Nesbitt, un guión mimado hasta el último detalle y sin innecesarias concesiones a la galería, esta película aborda el problema del terrorismo y la reconciliación de una forma tan madura y diríamos que tan sentida que sorprende y cautiva, rodeados como estamos de tanto cine infantil con apariencia de adulto y tanto intento falso que solo sirve como entretenimiento. Por supuesto, se critica a la televisión y a los detestables programas creados para generar muchos ingresos en publicidad dando morbo y chocolatinas baratas, pero lo importante de esta cinta en la que el hermano de un asesinado y el asesino, ex terrorista, van a volver a verse cara a cara muchos años después de que el segundo le clavara tres balazos a una víctima indefensa es que se da tiempo al espectador a ir asimilando lo que se le muestra, las sorpresas forman parte de la trama con coherencia y no son impostadas y no hay malos muy malos y buenos muy buenos, como vemos en tantas historias hollywoodienses de medio pelo. Este es cine que habría gustado a los grandes maestros del medio, a los más comprometidos directores, a los que aún piensan que el arte no es para degustarlo con palomitas y entre risas enlatadas. Estamos ante un conflicto moral, en el territorio de las mejores narraciones y con los materiales más honestos con que puede ser servido un argumento. Es una de las grandes películas de los últimos años.