Revista Cultura y Ocio

Cincodays Bonus – La importancia de practicar deporte

Publicado el 28 enero 2015 por César César Del Campo De Acuña @Cincodayscom

Cincodays Bonus…por César del Campo de Acuña

La importancia de…el deporte

Si son lectores asiduos de www.cincodays.com se abran dado cuenta que soy aficionado al deporte en general y al baloncesto en particular. Comencé a practicarlo con trece años de edad espoleado por uno de mis primos y por todos esos entrenadores escolares que veían como mi estatura solo servía para sacar de quicio a mi madre a la hora de comprar ropa nueva. Hasta el momento que comencé a interesarme por el mundo de la canasta, fui el típico chaval asustadizo y vergonzoso que olvidaba a propósito el equipo de educación física con tal de no tener que realizar ningún ejercicio delante de mis compañeros de clase, unos tipos que parecía que parecían haber nacido dándole patadas a un balón. La descoordinación derivada de mi singular tamaño unido a mi desgarbado físico de aquel entonces, me empujaba a refugiarme en clase con mis tebeos, mis figuras de acción, mis maquinitas y una colección de niños bastante raritos que en lugar de hablar de Transformers charlaban sobre los dimes y diretes de los culebrones venezolanos del momento como Cristal o Topacio.

Afortunadamente, cuando entre en la pubertad a la temprana edad de 11 años aquel miedo a practicar deporte comenzó a desaparecer gracias a él particular cambio físico que todos experimentamos. Si bien es cierto que aún no jugaba al baloncesto, las pruebas de atletismo como los 50 metros lisos o el salto de altura y longitud se convirtieron en mi campo de batalla y en poco tiempo pase de no querer practicar ejercicio alguno a competir en toda suerte de competiciones. A pesar de todo aquello y de los éxitos conseguidos, seguía siendo extraordinariamente tímido y no me sentía lo suficientemente seguro como para afrontar el reto de participar en un deporte de equipo. Todo aquello cambio cuando conocí mejor el BA-LON-CES-TO. Con 1,93 de estatura y 80 kilogramos de peso a los 13 años de edad estaba claro para todo el mundo, salvo para mí, que mi lugar deportivo estaba bajo una canasta. Uno de mis primos mayores comenzó a llevarme a jugar con él a las canchas y no crean que el aprendizaje fue fácil ya que desde el primer día en vez de empezar por algo básico me puso a jugar contra individuos de más de 25 años de edad.

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En lugar de rendirme comencé a cogerle el gustillo al desafío de intentar parar a rivales con más experiencia, mejores fundamentos y sobre todo más cuerpo que yo aunque no me superaran en estatura. Mi timidez se esfumo y dio paso a ese desparpajo que solo se aprende jugando en la calle; poner un tapón significaba tocar el cielo, hacerme con un rebote entre una maraña de brazos me hacían sentirme poderoso y encestar las pocas veces en las que mis ocasionales compañeros de equipo me buscaban en el poste bajo sabia a gloria. El baloncesto, de las noches a las mañanas de todo un verano había cambiado mi vida a mejor. Ya no era ese niño reservado, desgarbado y delgado de tez blancuzca y mortecina; me había convertido en un adolescente de anchos hombros, descarado como solo las canchas enseñan, dicharachero y socialmente competente. Comencé a aprender a escuchar y conocí a Fifo, un guardia de penales que se desfogaba jugando partidos de tres contra tres, a Joaquín un chaval con un tiro exterior formidable que no sabía si seguir adelante con la carrera que había escogido, a los gemelos que habían terminado informática y no encontraban trabajo…un sinfín de historias narradas entre partidillo y partidillo en las inmediaciones de la cancha o en el bar cercano a la misma.

Tras la canícula, volví al colegio y no dude un instante en presentarme para las pruebas del equipo de baloncesto. Las pase y desde mi posición de pívot titular ayude todo lo que puede y más para conseguir el campeonato estudiantil, un trofeo que a la institución en la que cursé mis estudios se le resistía desde hacía demasiado tiempo. Aquello estuvo bien, pero sabía que mi baloncesto no era el de parquet, árbitros, cuartos y estadísticas, mi baloncesto era el de a 21 puntos y triples valen dos, el de tapones cacareados de manera tan sonora que parecía que habías bloqueado al mismísimo Michael Jordan, el de la red de metal y en el que no existían los tiros libres. Ese era el baloncesto que me gustaba y aunque seguí adelante en el mundo de las competiciones oficiales, llegando incluso al semi profesionalismo, la vida me la daban esas tardes con mi viejo Spalding outdoor destrozado de tanto jugar sobre cemento y asfalto.

Hoy por hoy sigo jugando en la calle y me he dado cuenta de que mi baloncesto es el mismo que prodiga la campaña Ciudadano 0,0 de San Miguel, una campaña destinada a difundir unos hábitos de vida saludable con los que me identifico plenamente. El deporte no es solo competición, no es solo dinero, no es solo esfuerzo físico y no pertenece solamente a los profesionales; el deporte es una actividad social, la mejor excusa del mundo para salir a la calle y experimentar eso que llamamos vida, el campo de tiro idóneo para ponerte a prueba y sobre todo el lugar más indicado para conocer y conocerte. El deporte es vida y el mío es el baloncesto ¿Cuál es el tuyo?

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