Revista Cultura y Ocio

Cincuenta baldas llenas de libros / Un apunte muy breve

Por Calvodemora
Cincuenta baldas llenas de libros / Un apunte muy breve
Siempre me fascinó ese clase de voyeurismo que consiste en saber qué biblioteca tienen los amigos, qué nobleza tiene la madera de las baldas en donde confían que sus libros perduren, expuestos y lúbricos, conforme a qué criterios hacer que Cortázar esté a una altura accesible y, pongo por caso, ubicar a Chéjov en la más alta, no sé, lindando con el techo, como si fuese un pecado que corriese el aire. Entiendo que ninguno de los dos las habite y estén otros, de esa o de diferente hondura, capaces de conmover y de hacer amar, de sentir la belleza y de hacernos, en el fondo, mejores personas. La literatura es tan grande que no cabe en una vida. La costumbre de visitar una casa por primera vez y buscar de inmediato los libros que la pueblan no me ha abandonado. Cuando algo visita la mía, en cuanto puedo, suelo traerlo a la habitación en donde ahora escribo, en la que están los libros y los discos de la familia, puesto que se van mezclando al correr de los años los gustos de quienes vivimos bajo este techo. No hay mejor sitio para leer que aquel al que lo habitan los libros, ninguno para escribir tampoco. Recuerdo haber visitado bibliotecas solo para sacar mi cuaderno de anillas, uno de pasta gruesa siempre me vale, y dejarme invadir por Cheever, por Kafka, por Poe o por Machado, si no al tiempo, sí en fragmentos, convidándome a un vuelo puro, haciéndome sentir el invitado privilegiado de una hermandad ancestral, la de la literatura. La foto que Rafael García Maldonado dejó en su muro de Facebook, en donde está Adolfo Bioy Casares, a lo suyo, y su mujer, la también escritora Silvina Ocampo, un poco de posado, como si no contara, es la quintaesencia de la biblioteca doméstica. Solo echo en falta un buen equipo de música y un ordenador. No sé si estas injerencias electrónicas malograran el ambiente idílico o, por el contrario, harán que el esplendor sea más intenso. Hay días en que la música me lleva mientras escribo, días de Bach o de Keith Jarrett o de Miles Davis, pero es la memoria, como un palimpsesto grande, la que va incorporando el relato de las cosas, el modo en que suceden, el hilo que las une.

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