Desde hace tres años, Madrid acoge el Festival Internacional de Cine hecho por Mujeres, una muestra que se desarrolla en esta edición en formato híbrido, entre el 4 y el 15 de noviembre. Las proyecciones presenciales se desarrollan en espacios como el Palacio de la Prensa, el Círculo de Bellas Artes, la Fundación SGAE, la Cineteca, la Sala Equis y algunas otras salas colaboradoras. Se trata de una programación amplia, que incluye ciclos dedicados a directoras suecas, realizadoras alemanas y mujeres árabes directoras, junto a un panorama dedicado a las recientes producciones dirigidas por cineastas españolas. Además de la Sección Oficial competitiva, también se dedica una retrospectiva al reciente cine polaco. El festival tiene un formato online que se puede ver hasta el 15 de noviembre en Filmin.
La película Los tiburones (Lucía Garibaldi, 2019) ha sido la encargada de inaugurar el certamen. Ganadora del Premio a la Mejor Dirección en Sundance 2019 y presente en la selección oficial del Festival de San Sebastián 2019, el debut de la realizadora uruguaya nos acerca al paso hacia la madurez de una adolescente. Pero hay en la joven protagonista un cierto fondo oscuro que no se manifiesta de forma explícita en la pantalla, pero que se sugiere a través de determinadas acciones. Sabemos que ella ha herido en un ojo a su hermana por algo que los padres llaman un "accidente", pero que poco a poco entendemos que quizá no haya sido tal cosa. Y su relación, su despertar sexual, con uno de los trabajadores de su padre, está también teñida de cierta ambigüedad. Como los tiburones que se rumorea que han sido vistos en la zona costera del pequeño pueblo donde se desarrolla la historia, este lado misterioso de la protagonista permanece oculto, aletargado, hasta que surgen las consecuencias de sus actos.
La directora pega la cámara a su personaje principal, nos acerca en el plano físico, pero mantiene una distancia en la descripción emocional. Ella es una chica que parece impasible, que se mueve entre el descubrimiento de la madurez y la confusión de la adolescencia. Es una mirada sutil a esa ebullición interior que se produce en una quinceañera. Pero esta sutileza, este distanciamiento, acaba lastrando los efectos positivos de la película, porque nos impide encontrar un nexo de unión con el personaje, nos deja fríos frente a su frialdad, indiferentes ante su falta de expresividad.
Sección Competitiva
Dentro de esta sección encontramos algunos títulos interesantes que han pasado por otros festivales. Nevia (Nunzia De Stefano, 2019) la pudimos ver en la programación del D'A Film Festival. Producida por Matteo Garrone, del que la directora es una habitual colaboradora, nos presenta una historia semiautobiográfica que tiene como protagonista a una adolescente que vive en barracones de la periferia de Nápoles, y acaba encontrando una única escapatoria en el trabajo que desarrolla en un circo recién llegado a la ciudad. Lo interesante de la propuesta es que no se centra en el dramatismo, sino que encuentra en el humor el elemento adecuado para conectar emocionalmente con el espectador. Al final, hay en la película más elementos influenciados por el cine de Federico Fellini que por el de Matteo Garrone, pero también encontramos algunos paralelismos con la representación de la periferia de Roma que hacía el director en Dogman (Matteo Garrone, 2017). Nevia es una película pequeña y efectiva, aunque no especialmente trascendente.
La muy interesante System crasher (Nora Fingscheidt, 2019), que pasó por la Sección Generación del Atlàntida Film Fest, es una producción alemana que nos presenta la inadaptación y los ataques de violencia de una niña que no encuentra el soporte para desarrollarse con cierta normalidad. Hay estruendo en esta película, pero es un estruendo necesario. El sistema es incapaz de controlar la rebelión emocional de la protagonista, aunque la estupenda joven actriz expresa más con los silencios, con esas miradas que exponen su fuego interior. Hay algunas decisiones creativas discutibles que restan credibilidad a la historia. Pero tiene lecturas interesantes sobre la impotencia de los educadores y su fracaso.
Aurora (Miia Tervo, 2019), es una comedia romántica finlandesa que pretende ser poco convencional pero acaba cayendo en el convencionalismo, a través de la relación entre una chica desenfadada y un refugiado iraní al que ella trata de ayudar buscándole una mujer con la que casarse para poder conseguir la residencia. La película pasó por la programación del Atlàntida Film Fest en su edición de 2019, y posiblemente podría tener un remake norteamericano a poco que su paso por los festivales estadounidenses la encuentren un hueco en las agendas de las productoras de Hollywood. Es una historia disfrutable, pero poco trascendente, a pesar de hablar de temas tan importantes como la inmigración o la soledad.
Desde Chile llega El agente topo (Maite Alberdi, 2020), un espléndido trabajo en torno a la vejez que formó parte de la Sección Perlas del Festival de San Sebastián, pasó por Sundance y Dokufest y ha sido seleccionada por Chile como su representante para los tardíos Oscar 2021. A través de una agencia de detectives que busca a una persona mayor para que se infiltre en una residencia de ancianos con el objetivo de descubrir si se producen malos tratos, el documental comienza como una comedia de espías digna del inspector Clouseau, dada la torpeza de estos ancianos con las últimas tecnologías de grabación o con el uso del móvil. La primera parte del documental, hasta la elección final del topo, es divertida en su sencillez, pero parece que vamos a asistir a una de estas propuestas humorísticas que muestran la realidad desde un punto de humorístico, pero superficial.
Pero, a partir del momento en que el topo se introduce en la residencia y entabla contacto con las residentes, la mayor parte de ellas mujeres, se va conformando un retrato emocionante en torno a la vejez, a la soledad, a los hijos ingratos... La directora ya exploró la vejez en sus documentales La Once (Maite Alberdi, 2014) y Yo no soy de aquí (Maite Alberdi, 2016), por lo que tiene una mirada especialmente precisa a la hora de captar los momentos más interesantes. El topo, en medio de sus investigaciones, acaba siendo un señor encantador, que se convierte en el confidente de las ancianas. Y encontramos personajes magníficos, que al mismo tiempo transmiten soledad y abandono. Es un documental espléndido en su descripción del paso del tiempo que no tiene compasión: "Esta vida es cruel, después de todo", dice la anciana poetisa que al final nos acabará conmoviendo.
The orphanage (Shahrbanoo Sadat, 2019) también está programada en el Asian Film Festival de Barcelona, que asimismo está disponible en Filmin hasta el 15 de noviembre. Como en su anterior película, Wolf and sheep (2016), la directora afgana explora el mundo de la infancia con un punto de vista realista, pero al mismo tiempo ribeteado por toques de realismo mágico. En este caso, esos momentos de fantasía imaginativa están basados en la afición del joven protagonista por las películas de Bollywood, con sus coloridos escenarios y sus coreografías de luchas o bailes. Es una forma de escapar de una realidad que no es precisamente colorista. En medio de la desmilitarización de Afganistán por parte de las tropas soviéticas, en 1989, la historia se centra en un adolescente que es enviado a un orfanato ruso en Kabul.
La película forma parte de una pentalogía que está inspirada por la biografía de Anwar Hashimi, que aquí tiene un papel secundario como el responsable del orfanato. Se trata de una historia de crecimiento, de paso de la adolescencia a la madurez, que en países como Afganistán es aún más radical, más cruel. Pero la directora, que suele quejarse de la imagen que los propios directores afganos muestran sobre su país en el circuito internacional, está más interesada en esa camaradería que se vive en el centro de menores, también lastrada por determinadas acciones violentas y prepotentes de los mayores frente a los más pequeños. En este plano, funciona correctamente pero es cuando aparecen esos toques de fantasía, que a veces sirven para adornar determinadas escenas que en la realidad serían muy violentas, cuando la película consigue tener su propio lenguaje y construye una interesante visión de la juventud en un escenario indómito.
Otro retrato interesante de una sociedad que es violenta y machista, en este caso, es el que encontramos en la espléndida Aga's house (Lendita Zeqiraj, 2019), que el año pasado ganó una Mención Especial en el Festival Karlovy Vary. La realizadora checa centra su mirada en Kosovo, dentro de una casa de acogida de mujeres que han sufrido algún tipo de violencia machista, y en la que conviven cinco mujeres junto al hijo de una de ellas. A través de las conversaciones y de las bromas que se hacen entre ellas, pero también de los insultos y de las peleas, la película consigue reflejar la sociedad opresiva de un país entero. Escuchamos las historias particulares de cada una de ellas, que están marcadas siempre por ciertas clases de violencia, de prepotencia masculina. Y precisamente esta figura masculina la encontramos representada en el niño, Aga, que en este caso tiene una mirada inocente, todavía libre de las imposiciones de la sociedad.
La otra presencia masculina es la de un hombre al que necesitan para llevar a una de las mujeres al hospital, porque es el único que tiene coche. Él ha mantenido una relación con una de ellas, pero ahora tiene una orden de alejamiento. Y su relación con el niño se convierte en esa vía de transmisión del contagio machista. Estamos ante una película excelente, llena de matices, que con pocos elementos, consigue una profundidad emocional sorprendente. En cada secuencia, en cada mirada, en cada diálogo, encontramos auténtico cine.
En la producción coreana The house of us (Gae-un Yoon, 2019), la directora regresa al mundo de la infancia tras su debut con The world of us (2016). Y también lo hace nuevamente con el retrato de una amistad entre niñas que, a su manera, quieren transformar el mundo que les rodea. Un mundo en el que la ausencia de los padres (la protagonista y las dos hermanas coinciden en esta circunstancia) refleja una sociedad en la que el trabajo se ha transformada en una forma de esclavitud. La protagonista, Hana, trata de influir en la relación entre sus padres, deteriorada durante mucho tiempo, mientras que las hermanas Yoomi y Yoojin intentan desesperadamente evitar que la dueña de su piso lo alquile a otra familia. En este sentido, los adultos se describen como incapaces de mantener una comunicación, frente al más idílico retrato del universo infantil, en el que la amistad y la solidaridad funcionan prácticamente por sí solos.
El problema de la película es que cuenta con una dirección de actores fallida, que no consigue extraer de las niñas protagonistas la naturalidad que hubiera sido necesaria. Las escenas entre ellas funcionan solo a ratos, envueltas en una artificialidad que compromete el conjunto de la película. Y la visión, excesivamente ingenua, parece más cercana a una película de niños para niños que a una mirada adulta al mundo de la infancia y sus contradicciones.
En History of love (Sonja Prosenc, 2018) la protagonista es una joven que debe enfrentarse a la muerte de su madre, descubriendo que tenía un amante. La directora eslovena presenta su segundo largometraje tras The tree (2014), que de nuevo disecciona los valores de una familia, aquí enfrentada a la ausencia y el duelo. La película ganó una Mención Especial en Karlovy Vary 2019 y fue seleccionada como representante de Eslovenia para el Oscar a Mejor Película Internacional en 2019. Con la muerte de la madre, la unidad familiar se queda incapacitada, falta de un órgano esencial. La protagonista también sufre una disfunción en el oído, que es representada a través de un cuidado diseño de sonido, bien utilizado al principio pero finalmente ineficaz. Sin duda, la directora consigue una película en la que el sonido y la imagen están usados con talento, pero el relato resulta demasiado aséptico, escaso de diálogos pero incapaz de transmitir a través de las imágenes las emociones que, suponemos, están experimentando los personajes.
El agua es un elemento esencial en la historia, presente en los momentos más destacados, como el encuentro entre la joven y el amante, o el dramático desenlace final. Dentro del agua es donde ella también puede aislarse, donde su deficiencia auditiva deja de tener importancia. La lluvia, el río, la piscina, son escenarios que reflejan en cierta manera la personalidad de la protagonista, su constante conflicto emocional, ya sea en la relación que tiene con el duelo tal como lo experimenta el universo masculino (su padre, su hermano), ya sea en las contradicciones que bullen en su interior respecto a la figura del amante de su madre. Pero finalmente todos estos elementos que podrían haber construido una historia atractiva, acaban siendo demasiado superficiales, incapaces de encajar en la emoción de unos personajes que se nos antojan distantes, gélidos.
El III Festival de Cine hecho por Mujeres se puede ver en Filmin hasta el 15 de noviembre.
El agente topo se estrena en cines el 29 de enero. Wolf and sheep se puede ver en Filmin.