Revista Cine

Cine samurái/I

Publicado el 16 julio 2013 por Diezmartinez
Cine samurái/I
Aunque Yôji Yamada (Osaka, Japón, 1931) ha sido ampliamente reconocido por la industria, el público y la crítica de Japón -ha ganado siete premios de la academia nipona de cine, cuatro veces ha sido nombrado Mejor Director por la legendaria revista Kinema Junpo, dirigió con gran éxito la serie fílmica "Tora-san" formada por 46 comedias desde 1969 hasta 1995-, la realidad es que el ganador de la Cámara de Oro en Berlín 2010 llamó la atención internacionalmente apenas con su septuagésimo-séptimo largometraje, El Ocaso del Samurái (Tasogare Seibei, Japón, 2002), el primero de una celebrada trilogía de chambaras, serie que ha sido programada este mes -acompañada por otras diez cintas similares- en la Cineteca Nacional, dentro del ciclo "Honor, Acero y Sangre: Cine Samurái". La nominación al Oscar 2004 como Mejor Película en Idioma Extranjero para El Ocaso del Samurái -que no ganó, pues la estatuilla fue para Mis Últimos Días: Invasiones Bárbaras (Arcand, 2003)- provocó que esta película fuera distribuida ampliamente fuera de Japón, aunque en sentido estricto no significó gran cosa en la trayectoria de este venerable cineasta octogenario que, desde esta (muy relativa) internacionalización, ha dirigido otras seis películas y en este momento está realizando otra más, a estrenarse en el 2014. El Ocaso del Samurái es una chambara a contra-corriente. Solo hay dos peleas en toda la película y ninguna de ellas propiamente "espectacular" -para usar una de las nueves etiquetas propuestas por el teórico francés Roger Odin-, por más que las dos estén magistralmente filmadas. La primera pelea es relampagueante, pero sin sangre alguna; la otra, está precedida por un patetico intercambio de confesiones entre los dos rivales, un par de samuráis que tienen más en común que sus aristocráticos jefes, quienes le han ordeando al modesto Seibei Iguchi (Hiroyuki Sanada) que ejecute a cierto samurái rebelde que ha desobedecido -¡oh, deshonor!- la orden del jefe del clan de hacerse el hara-kiri. El "ocaso" del título en español tiene más de un significado: es el apodo de Iguchi -"Ocaso Seibei" lo llaman a sus espaldas sus compañeros de trabajo en el Almacén del Castillo del clan Unasaka-, representa el ocaso vital del propio Iguchi -un antiguo samurái que oculta sus talentos detrás de un oscuro trabajo de burócrata- y, por supuesto, el ocaso de una forma de vida y de una sociedad aún feudal que está desapareciendo a pasos acelerados, pues el filme inicia en 1868, el año del fin de la Era Edo (o Tokugawa) y el inicio de la modernizadora Era Meiji, que llevaría a Japón a convertirse en una potencia expansionista. Por supuesto, todos estos acontecimientos históricos le interesan muy poco a "Ocaso Seibei", un pobre viudo pobre con dos hijitas -una de ellas es la narradora en off de la película- y una madre con demencia senil. Su sueldo es apenas de 50 kokus -por la cara que ponían los demás cuando Seibei decía cuánto ganaba, supongo que era el equivalente a nuestro mínimo-, así que para ayudar a mantenerse siembra un huerto familiar y hace meticulosamente una jaulitas de bambú que luego vende a algún comerciante. Más allá de las penurias económicas, queda claro que Seibei es un hombre feliz, como le dice a cierto tío encajoso en un diálogo clave: puede ver a sus hijas crecer, está todo el tiempo junto a ellas, las educa liberalmente a decir lo que piensan -¡y a estudiar con ahínco!- y no le importa un comino que los demás piensen que es un fracasado que no quiere progresar. A su modo, Yamada y su coguionista Yoshitaka Ashama -sobre tres novelas de Shûhei Fujisawa- han propuesto un personaje que, en su modestia y apocamiento, resulta subversivo. He aquí un simple ser humano cuya decencia innata está primero que el "honor" o la "obediencia" que le debe a sus señores feudales o a esa sociedad asfixiada por las formas y los deberes.  Realizada privilegiando las clásicas tomas abiertas -con un montaje decididamente sintético- en las que vemos a los personajes como parte de un escenario cotidiano y una comunidad empobrecida, la cámara del especialista en chambaras Mutsuo Naganuma elige muy bien los momentos en los que nos acercamos al rostro de Seibei, pues Yamada respeta a tal modo la dignidad de su personaje que no cree necesario subrayar lo obvio. Además, a Seibei no le hubiera gustado que se fijaran tanto en él. 

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