Revista Cine

Cineclub

Publicado el 22 febrero 2011 por Jlmaldonado
Para todo aquel que se precie de cinéfilo este libro resultará de sumo interés, y no digo fundamental, porque para gustos de películas –así como para los libros– hay mucha variedad. No obstante, hay películas a las cuales alude David Gilmour en su libro que sin duda tienen todo el mérito de aparecer allí, como en cualquier catálogo de películas imprescindibles. Lo interesante de CineClub, amén de hacer un paneo fundamental por un ingente número de filmaciones que son unas verdaderas joyas y otras no tanto (ese “no tanto” dicho por él mismo), es que combina su capacidad como crítico de cine en medio de su terrible y desesperante situación de desempleo, para educar o tratar de guiar a su hijo en esa edad complicada de la adolescencia, que en el caso de Jesse –su hijo– tuvo algo de alcohol, drogas, música y los infaltables desamores que devastan tanto o más que los psicotrópicos. CINECLUB

Las vastas referencias en CineClub le aumentan a uno ese vacío que debería más bien estar repleto de películas. Ya me he agenciado unas cuantas para entender con propiedad, las interesantes reflexiones con las cuales pretende atrapar la atención de su hijo (y de los lectores). Empecé con Un tranvía llamado deseo y después entendí por qué Marlon Brando era Marlon Brando. Como el mismo Gilmour señala: “fue la obra en la que dejaron que el genio saliera de la botella; literalmente cambió el estilo de interpretación en Estados Unidos”. Incluso cuando la obra de Tennessee Williams fue llevada a las tablas en Broadway (1949), otros actores que también iban a hacer lo propio encarnando a Stanley Kowalski, después de ver a Brando, más nunca tomaron el papel; “del mismo modo que a Virginia Woolf le entraron ganas de abandonar la escritura [–sí, Virginia Woolf–] cuando leyó a Proust por primera vez”.

El libro está repleto de anécdotas de actores, directores y películas, y lo más apremiante es ver cómo el desesperado padre ante su hijo descarrilado, le va incorporando dentro de su rutina la asignación de ver unas películas para que aprenda algo, para que reflexione sobre su situación. Jesse un buen día decidió no hacer nada de nada. Abandonó sus estudios para entregarse al más completo, depresivo e inútil ocio. La única condición que su padre le puso ante su dejadez, amén de tener techo, comida y de no aportar ni un centavo al hogar, fue que vieran juntos tres películas a la semana para luego analizarlas. Sin duda y como bien dice la portada del libro, una educación nada convencional para un adolescente que aún no ha conseguido su rumbo. Una lectura entretenida y que deja muy claro que hay muchas películas por ver.


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