Sin embargo, “Blade: Trinity”, como poco después “Elektra”, pasaron relativamente desapercibidas en plena segunda oleada de adaptaciones superheroicas. Los éxitos mutantes y arácnidos de Marvel en el cine habían abierto el mercado al resto de editoriales estadounidenses, sucediéndose en la cartelera “La Liga de los Hombres Extraordinarios”, “Sin City”, “Hellboy”, “Catwoman”, “Constantine”… todas ellas simples aperitivos de los verdaderos platos fuertes de aquel banquete, “Los 4 Fantásticos” por la parte que nos toca y “Batman Begins” por la de la Distinguida Competencia. Hollywood viene volcándose recurrentemente desde entonces en el género como fuente de inspiración/explotación, pero aunque Blade pudiera haber iniciado aquel movimiento en el fondo seguía siendo una producción mediana, anclada además en unos códigos estéticos que ya comenzaban a estar pasados de moda por influyentes que hubieran sido en su momento.
Tal vez por ello, el director de la segunda entrega Guillermo del Toro, y el guionista de toda la saga David S. Goyer, prepararon un argumento que el mexicano habría vuelto a dirigir, en el que pretendían desmarcarse del género llevando hasta sus últimas consecuencias las diferencias que ya habían marcado las dos primeras partes. Apoyándose en el envejecimiento retardado de su protagonista (aunque la edad de Snipes, nacido en 1962, sea perfectamente compatible con la cronología que marca el prólogo de “Blade”), hubieran llevado la historia hasta un futuro en el que los vampiros han ganado la guerra contra una humanidad a la que explotan en granjas como a ganado para alimentarse de su sangre, algo que suena mucho mejor hasta que caes en la cuenta de que es lo que hicieron en la tercera y cuarta partes de “Resident Evil”. Más reconfortante es el ejemplo de “Daybreakers”, una cinta australiana de 2009 de destacable estética con una temática muy similar a la del proyecto de del Toro y Goyer, que además asume también otras dos propuestas de Blade: la existencia de una sociedad vampírica mundial y la posibilidad de revertir el vampirismo como una infección. La primera sería asimismo recogida por las sagas de “Underworld” y hasta cierto punto en “Crepúsculo”, y conforme a la segunda podríamos distinguir entre vampiros no-muertos y vampiros infectados, como suele hacerse desde 2002 con los zombies de “28 días después”.
Paradójicamente, la solvente recaudación de “Blade II” echaría por tierra aquel proyecto, porque Revolution Studios se llevó a Guillermo del Toro a dirigir su soñada “Hellboy”, igual que dos años antes Stephen Norrington le había dejado el puesto libre a él para hacerse cargo de “La Liga de los Hombres Extraordinarios”. Curiosamente, el mexicano se impuso en el trasvase precisamente a David S. Goyer, coincidencia que no es tan sorprendente si consideramos que el Chico del Infierno y Blade comparten su contradictoria condición de caballeros oscuros de la luz, así como la implícita amenaza común de no poder impedir ser los últimos supervivientes de un Apocalipsis en su horizonte. El primer candidato para sustituirle fue el alemán Oliver Hirschbiegel, un cachorro de Bernd Eichinger que llegaba con la agobiante “El experimento” como aval, pero que también plantaría al vampiro por “El hundimiento”. Finalmente, New Line resarció a David S. Goyer su caída de “Hellboy” dándole el timón de Blade pese a que su única cinta previa era una película de robos mucho más modesta, “Zigzag”. Pero en aquella ya aparecía Wesley Snipes, y además Goyer ya venía siendo en la práctica el verdadero motor de la franquicia como guionista de todas sus entregas y productor además de las dos últimas, aparte de una referencia indiscutible del género en su vertiente más urbana, con lo que su elección era una progresión lógica.
Pero aquella “Blade III” futurista se convertiría en sus manos en la mucho más convencional “Blade: Trinity”. Goyer reescribió completamente el guión, olvidándose de la ambientación apocalíptica a excepción de las factorías de sangre, que en verdad ya habían sido eliminadas del montaje final de las dos primeras entregas. En su lugar se volvió hacia el cómic, como atestigua el logotipo marveliano que por primera vez en la saga antecede a la película, pues hasta ese momento no pocos espectadores se ignoraban ante una adaptación. De hecho, “Blade II” se había limitado a continuar los elementos de una primera cinta ya de por sí muy libre respecto al original. Tanto, que Marvel se libró de una demanda sobre la propiedad del personaje por parte de su co-creador Marv Wolfman, porque el tribunal estimó que el Blade cinematográfico se aleja sustancialmente del suyo. En su defensa, la editorial esgrimió el (supuestamente confidencial) acuerdo extrajudicial al que había llegado en su día con Steve Gerber de cara a la adaptación de Howard el Pato. Debe distinguirse la propiedad de un personaje de su mera autoría, que en el caso de Blade sí le ha sido siempre acreditada a Wolfman junto a Gene Colan, tanto en las películas como luego en la serie de televisión. Lo que Wolfman reclamaba era recibir además un porcentaje de la taquilla (concretamente 35 millones de dólares), basándose en que aún trabajaba en Warren Cómics cuando creó al personaje y que sólo más adelante lo aportó al Universo Marvel. En Trinity, Goyer adopta elementos del cómic, conjugando la setentera “La tumba de Drácula” con la revisión noventera de los Hijos de la Medianoche, pero mezclándolos con elementos propios, tal vez para esquivar posibles nuevas reclamaciones. Asuntos legales al margen, en lo que a nosotros respecta estos cambios pierden mucha de la magia del original en favor de una mayor comercialidad. Al menos esta vez sí se permiten un par de guiños al Universo Marvel, como una camiseta de los 4 Fantásticos o una portada clásica de Colan, en lugar de las menciones a otras editoriales que del Toro coló en la anterior entrega.Más concretamente, se incorporan al universo fílmico Drácula y los Vigilantes de la Noche. Estos últimos no tienen nada que ver con el infame spin-off de los “Vigilantes de la playa” del mismo nombre, sino que se tratan de los “Nightstalkers” de Daniel G. Chichester y Ron Garney, que en España fueron bautizados como “Cazadores de Vampiros”. Ya no son una agencia de detectives de lo oculto sino que forman parte de una estructura paramilitar secreta mayor que persigue a las criaturas de la noche. Tampoco están liderados por el que fuera el único descendiente mortal de Drácula en los cómics, Frank Drake, sustituido en la película por un personaje de nueva creación, Abigail Whistler. Ésta asume ciertos rasgos de otra cazavampiros que no formó parte del grupo (aunque sí poseyó a la novia de Frank), Rachel Van Helsing, como su característica ballesta y su condición de heredera de un linaje de cazadores de vampiros, ya no de Abraham Van Helsing sino del socio de Blade, el también Abraham Whistler. En realidad, se decidió emparentarla con éste para evitar confusiones con el reciente “Van Helsing” de Hugh Jackman. Por supuesto nunca se la había mencionado antes, habiéndose establecido por el contrario desde la primera película que los vampiros le habían arrebatado a Whistler su mujer e hijas… matrimoniales. También formaban parte de los Vigilantes Hannibal King y el propio Blade, que curiosamente cruzan sus respectivas condiciones originales de vampiro renegado y humano (aunque el segundo se dampirizó también en los cómics tras el estreno de la primera película). En todo caso, el King cinematográfico sí que habría llegado a ser infectado anteriormente, aunque ya no por Deacon Frost sino por por una nueva vampira, Danica Talos, pero consiguió liberarse tras una temporada de esclavitud.
Los cazadores toman los atractivos rostros de Ryan Reynolds y Jessica Biel, en un intento de abrir la franquicia a un nuevo público que valorara más las hormonas que la hemoglobina, por lo que sorprende no encontrar ninguna concesión al romanticismo cuando hasta el estoico Blade se había enamorado en la segunda parte (y Goyer había llegado a anunciar que ésta sería la primera “Blade” con una escena de cama). Fotogenia aparte, la interpretación de ambos es más que solvente, sobre todo en el plano físico, mereciendo destacarse el despliegue acrobático de Biel en las escenas de lucha, así como su prodigioso arsenal, dentro de la convención de imperturbables heroínas de acción a lo Lara Croft. En cambio, para un lector sería difícil reconocer al sombrío y espartano Hannibal King en el personaje de la película más allá de su nombre. Reynolds casi recuerda más al ausente Frank Drake en aspecto y actitud, asumiendo en su persona una carga humorística mucho mayor que la de las anteriores entregas. Por lo menos, tiene el suficiente descaro para hacer simpáticos y soportables unos chistes que se habrían atragantado en la boca de otro actor que intentara tomárselo más en serio (¡¿”colmillos en la vagina”?!). No extraña que le eligieran para repitir el mismo rol como Wade Wilson en “X-Men Orígenes: Lobezno”, y su potencial película como Masacre en solitario, por poco que pueda gustarnos ver a un mismo actor en papeles distintos, pues la conexión entre las distintas franquicias del Universo Marvel sólo existe en nuestra cabeza de lectores. Por su parte, Danica Talos es casi un remake femenino del Deacon Frost de la primera parte, y Parker Posey es perfecta para un papel tan excéntrico, aunque se echa muy en falta una mayor profundización en su complicada relación de deseo y venganza con King. Es un problema habitual en Goyer, que tiende a no desarrollar suficientemente sus interesantes planteamientos, ni a dotar a sus personajes de más personalidad ni relieve que la mera pose. Blade es posiblemente la mayor expresión de este defecto. Tras dos películas manteniendo un único registro, era imposible que Wesley Snipes sorprendiera actoralmente a nadie, y lejos de pretenderlo en esta tercera, potencia su cliché al máximo. Pero la realización, el guión y los refuerzos del reparto avanzan (tímidamente) en la dirección contraria, y en algunos momentos el supuesto protagonista se sale de tono y llega a parecer una parodia de sí mismo.
De hecho, la “Trinidad” del título alude a que esta entrega ya no gira exclusivamente en torno a Blade, ni por consiguiente está tan dedicada al lucimiento de Wesley Snipes como las anteriores, sino que el peso de la película se distribuye entre los tres Vigilantes. Una voz en off afirma al principio de la película que “todo empezó con Blade y acabará con Blade”, pero la verdad es que no es él quien abre la cinta, y la voz, que también la cierra, es la de Hannibal King. Snipes y Kristofferson temieron estar participando sin su conocimiento en la rampa de lanzamiento de una futura saga sobre los Nightstalkers de la que serían excluidos, lo que en verdad no hubiera sido en absoluto imposible si la película o la posterior serie hubieran funcionado mejor de lo que lo hicieron comercialmente. La tensión estalló en pleno rodaje, cuando el teórico protagonista, además de productor, escribió públicamente a New Line criticando a Goyer. Ninguno de los dos veteranos actores participaron en la promoción de la película, en la que el director / guionista / productor no se contuvo a la hora de alabar a sus dos nuevas jóvenes estrellas del reparto, declarando que se merendaban al protagonista en cualquier plano, y ridiculizando a Snipes con anécdotas como la creciente progresión de escenas en las que sale con las gafas puestas en cada entrega (en la tercera sólo sale sin ellas en dos escenas), o los problemas que tuvo para convencerle de quitárselas al menos para el interrogatorio en la comisaría. No hay que ser adivino para saber a quién le dedicó Goyer en realidad la frase de Hannibal King: “Blade, si lo logramos, si acabamos con todos los vampiros, ¿a qué te dedicarás? ¿Te lo has planteado? No te imagino dando clases de kárate en un gimnasio”. También Drácula sufre una profunda revisión, empezando por ser renombrado como “Drake”. Dicho cambio, muy protestado, fuera quizá un tributo a su olvidado descendiente, porque su apellido homónimo era ya en los cómics una evolución del nombre del famoso conde. Seguramente las críticas serían muchas menos si el personaje resultante hubiera sido más sólido, algo exigible cuando te enfrentas a uno de los grandes villanos clásicos de la historia del cine. Muy poco podía haber hecho el televisivo Dominic Purcel, que aún no había saltado a la fama con “Prison Break”, para defender un personaje desdibujado desde el guión, que deambula por el metraje sin que ni siquiera lleguemos a saber cuáles son sus motivaciones. El desencadenante de la trama es su resurrección por parte de Danica Talos, tras neutralizar a Blade poniendo al FBI tras su pista. Pretende utilizar la sangre pura del primero de su especie para lo mismo que Deacon Frost invocó a la Magra en la primera película y Damasquinos creó a los segadores en la segunda: desarrollar una nueva raza de vampiro resistente a la luz del día. A este respecto, es un detalle que tanto Drake en su verdadera forma como los perros vampiros experimentales (que recuerdan demasiado a los dobermann zombies de “Resident Evil”) compartan la mandíbula partida de aquellas criaturas, porque pese a la alarmante escasez de nuevas ideas, aporta cierta cohesión a la saga… lo que hace más llamativo si cabe que ninguno de ellos recurriera antes al verdadero vampiro diurno que tienen más a mano, Blade, o en su defecto intentaran replicar su nacimiento infectando a más mujeres embarazadas y tomando esta vez la precaución de educar ellos a los nuevos dampiros (con esta idea y un par de peleas le sobraría a Goyer para hacer un “Blade IV”). El aspecto monstruoso del Señor de los Vampiros al despertar puede diferir de su imagen icónica tanto en los cómics como en el cine, más con su armadura “élfica”, pero habida cuenta de que ya el “Dracula de Bram Stoker” de Coppola nos lo mostró similarmente y que encaja con sus poderes metamorfos, no extraña que también Marvel esté implantando una imagen similar en sus últimas apariciones.El resucitado Drake asume de este modo el papel de primer vampiro, que en los cómics Marvel encarnaba en cambio el hechicero atlante Varnae, que no cedería su trono hasta conocer en el siglo XV al sanguinario Vlad Tepes el Empalador, el futuro Drácula (aunque parece que se avecinan trascendentales cambios al respecto). Al fusionar ambas figuras se puede comprender mejor el cambio de nombre, e igualmente es destacable que Goyer prefiera remontarse a la antigua Babilonia como cuna de su vampiro que al mito de Atlantis, aunque luego no se aclare sobre si el zigurat en que le despiertan está en Siria o en Irak, asumamos que el desierto del prólogo se extiende a ambos lados de la frontera. Una de las grandes aportaciones de la saga de Blade es precisamente configurar a la sociedad vampira como un estamento clandestino pero inserto en nuestra propia sociedad, y por eso el guionista prefiere anclar su historia en el mundo real. También encaja en esta relectura la noción del vampirismo como un virus. La consecuente contra-arma biológica con que pretenden atajarlo los Vigilantes de la Noche, la “Estrella Diurna”, está basada en la sangre de Drácula, al igual que los intentos de manipulación genética de los propios vampiros. Era una salida a la saga más que obvia desde el momento en que Whistler desarrolló una vacuna contra el vampirismo ya en la primera película, aparte de que en el Universo Marvel ya se había aplicado una medida semejante, la “Fórmula Montesi” del Darkhold, aunque desde la magia y no desde la ciencia. Y sin embargo no fue aceptada ni por el público ni por la crítica, como en las dos películas precedentes tampoco lo habían sido las desinfecciones de Karen y especialmente la del propio Whistler, más debido a lo poco creíble de la cháchara pseudocientífica que por ninguna falta de coherencia interna.
Whistler vuelve a morir en el primer tercio de la cinta, de un modo totalmente anticlimático para el que es la única conexión entre todos los capítulos de la trilogía aparte del propio Blade, por mucho que Kris Kristofferson lo interpretara de forma cada vez más rutinaria. Nada que ver con el fallecimiento de su homólogo en los cómics, Jamal Afari, un viejo músico de jazz ex-drogadicto que entrenó a Blade desde niño como cazavampiros (y como trompetista). Sin embargo, Drácula le vampirizó cuando Blade aún un adolescente, y Blade no dudo en matar a su mentor jurando desde entonces venganza eterna contra el Señor de la Noche. La comparación con la película hace aún más evidente lo inefectivo de su aparente suicidio en la primera parte y su polémica resurrección en la segunda, pues arruinó un trastorno que debería haber sido definitorio para el protagonista, como cuando Raimi dejó a su “Spider-man” rescatar a la chica en su primera película. La mejor prueba de ello es que, al igual que Mary Jane se fue desinflando progresivamente en la franquicia arácnida a partir de entonces, Whistler ha aportado tan poco a la saga desde su regreso que en la tercera parte se lo quitan de encima con una mala excusa, sin detenerse siquiera a explorar su impostada paternidad, y ni su fallecimiento parece provocar ninguna reacción en su impertérrito pupilo. Pese a los paralelismos con Jamal, más evidentes aún en la posterior serie de televisión, Whistler es una creación de Goyer, aunque sorprendentemente debutara dos años antes de la primera película en la serie de dibujos de Spider-man, con la voz nada menos que de Malcolm McDowell, acaso un test antes del regreso de Marvel a la gran pantalla.
El diseño de producción de Chris Gorak, que no en vano acababa de ocuparse de la ajustada dirección artística de “Minority Report”, también pretende reforzar el “realismo” de la película. Tan sólo se permite cierta estilización en el paradójicamente luminoso penthouse de los vampiros, el mayor escenario de la película (y reciclado después para “Stargate: Atlantis”), pero es notoria la diferencia de ambientes con la mucho más recargada anterior entrega. Por su parte, el fotógrafo Gabriel Beristain ya había trabajado en aquella a las órdenes de del Toro, pero aquí prescinde de su atmósfera gótica y opta por una imagen aséptica, de colores apagados, ajustada a la estrictamente funcional realización de Goyer. Sólo abusa de cierta acumulación de planos para las peleas y de unos reiterativos desfiles de personajes a cámara lenta. Salvo estas pequeñas concesiones al género (o arrebatos de director novato), la narrativa es sorprendentemente neutra, rebajando incluso el nivel de gore, y se apuesta por unos efectos especiales lo más discretos posible, basados fundamentalmente en la propia capacidad acrobática de los actores y las coreografías de Chuck Jeffreys, mucho menos grandilocuentes que las peleas de videojuego a las que la saga nos tenía acostumbrados. Si los vampiros no se incineraran al morir, podríamos pensar que no se trata de de una película fantástica. Es una propuesta coherente, que supera ampliamente en credibilidad a los excesos infográficos de su predecesora, pero también se consigue que la cinta más cara de las tres (65 millones de dólares frente a los 54 de la segunda y los 45 de la primera) parezca la de menor presupuesto, con un cierto aire incluso a piloto televisivo –lo que por otra parte tampoco estaba demasiado lejos de las intenciones de los productores-.
El vestuario de Laura Jean Shannon también se queda a medio camino. Su Blade es sutilmente más superheroico que los anteriores, al añadirle al chaleco antibalas una chapa central cercana al típico logotipo pijamero, y un forro rojo a su abrigo que lo hace casi una capa. Sus Nightstalkers pretenden por el contrario parecer una guerrilla urbana de diseño muy acorde con la sonrojante publicidad encubierta de Apple. También le cuesta encontrar un tono uniforme para sus vampiros: Danica Talos encajaría perfectamente en el grupo de Deacon Frost de la primera cinta, mientras que su ayudante Jarko Grimwood, el gigantesco luchador de Wrestling Triple H y sus colmillos con fundas de metal (¿homenaje al “Tiburón” de James Bond?), encajarían mejor con el Nomak de la segunda, y la carne de cañón que les rodea parecen sacados directamente de cualquier cinta de acción hongkonesa; la palma se la lleva el dudoso estilismo de Drake, que confunde lo moderno con lo hortera, a caballo entre lo medieval y el extrarradio. Al menos se escapa del tópico clasicismo a lo “Entrevista con el vampiro”, y tampoco habría funcionado el toque Hammeriano de Gene Colan, quien le adjudicó curiosamente el rostro de Jack Palance un año antes de que éste lo interpretara en televisión. Tantas inconsistencias no le impedirían a Shannon volver a Marvel para encargarse del vestuario de “Iron Man”, pues ya acompañaba a John Favreau desde “Elf”.La banda sonora está compuesta a cuatro manos entre el rapero RZA, autor del score de “Kill Bill”, y el alemán Ramin Djawadi, un discípulo de Hans Zimmer que colaboró con aquel en la música de “Batman Begins”. Este trabajo marcaría el principio de su asociación con Goyer, para el que también escribiría en 2009 la música de su siguiente película como director, “The unborn”, y la de su producción televisiva “Flash-Forward”. Asimismo ha repetido con Marvel en “Iron Man”. El acompañamiento asume un mayor protagonismo en Trinity que en las anteriores entregas, hasta parecer un clip publicitario del iPod cuando Abigail Whitsler se pone sus auriculares, imponiéndose repentinamente el montaje sobre la narración y dividiendo la pantalla de forma totalmente gratuita. La música de las escenas de acción es tan atronadora como era esperable, pero al menos sorprende en los escasos pero especialmente efectivos pasajes tranquilos, a destacar el tema de la muerte de Drake.
Pese a los tímidos cambios introducidos en el esquema de la saga, sus 128 millones de dólares recaudación mundial se quedaron en un punto intermedio de las de los dos primeros capítulos. Dado su contenido presupuesto no puede considerarse un fracaso, pero el escaso entusiasmo de crítica y aficionados, y sobre todo la curva descendente de los ingresos, apuntaban claramente hacia el agotamiento de la franquicia, con lo que la posibilidad de retomarla con los Nightstalkers murió antes de nacer. Blade saltó a la televisión en 2006, cambiando a Snipes por el rapero y actor Kirk Jones, que se acercó algo más a la imagen del personaje en el cómic, incluyendo su setentera bandolera de estacas. Goyer repetiría como productor y guionista, acompañado de Geoff Jones para el piloto. Al principio cosechó una audiencia considerable, pero el interés por la serie fue decreciendo a lo largo de los primeros 12 episodios, sin lograr ser renovada más allá del season finale. Desde entonces, sólo Stephen Dorff y Stephen Norrington han vuelto a tantear la posibilidad de retomar la franquicia, aprovechando el actual auge vampírico, con una precuela sobre Deacon Frost. Pero los derechos siguen perteneciendo a New Line y no se ha dado un solo paso hacia su producción, y actualmente parece que si se lleva a cabo podría acabar siendo un proyecto independiente.
“Blade: Trinity” es en conclusión ligeramente más ágil, entretenida y equilibrada que sus predecesoras, y acierta al abrirse más allá de la unidimensionalidad de su protagonista, pero cabía esperar mucho más del cierre de la primera saga cinematográfica de la historia de Marvel. Como mínimo, que cerrara alguno de los conflictos fundamentales del personaje en vez de dejarlos todos abiertos para la futura serie de televisión, si no un punto y final al menos un punto y aparte, en vez de estos puntos suspensivos… Su público, acostumbrado ya a las grandes producciones superheroicas a las que el mismo Blade había dado paso, esperaba además un final mucho más espectacular. Con el presupuesto disponible, tal vez fuera imposible aunar calidad y cantidad tras los excesos de los capítulos previos sin caer en la aparatosidad, pero en tal caso a Goyer sólo le quedaba dar un paso adelante en el plano argumental, y es demasiado prudente en sus propuestas. Tan fiel a la saga como insuficientemente ambicioso para perpetuarla.Y lo que desde nuestra perspectiva de lectores es más importante: es una película más convencional que el material del que partía. Desaprovecha una oportunidad única de adaptar una esquina del Universo Marvel que nunca creímos poder llegar a ver en la gran pantalla. Aunque quién sabe, gracias a la fiebre crepuscular, se avecinan grandes eventos vampíricos en el horizonte editorial de la Casa de las Ideas, que tampoco hubiéramos soñado hace unos años. Quizá algún día podamos volver a llevarnos alguna sangrienta sorpresa.
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